De orejas, alcahuetes y orejones
la empresa de la Plaza México le encantan los toros de regalo, los arrastres lentos y los indultos. Pugna porque cada tarde se concedan allí orejas, de ser posible rabos y en momentos de delirio mancomunado de público y juez, hasta patas. Erróneamente supone que así repunta el espectáculo, gana en atractivo y aumenta el número de asistentes asiduos. Si se sueltan orejas, empresa, ganaderos, toreros y crítica quedan satisfechos pues se hace fiesta
, pero si el juez exige, lo cambian por otro más a modo. Es la lógica del autorregulado: exigente con otros, indulgente consigo mismo.
Sólo que eso es no entender que el atractivo de tan singular espectáculo reside en la emoción única que producen la bravura de un toro y la expresión de un torero, y de ninguna manera en apoteosis por decreto o en apéndices pueblerinos. Entre sus obligaciones la inefable Comisión Taurina del Distrito Federal tiene la de proponer al jefe de Gobierno el nombramiento y remoción de jueces de plaza, pero ningún miembro de esa inútil comisión es removido.
Gran alboroto ha causado entre los taurinos pues al público ocasional al día siguiente se le olvida, la negativa del juez de plaza Miguel Ángel Cardona a premiar con una segunda oreja la faena del granadino David Fandila El Fandi hace ocho días a un boyante astado de San Isidro, pero el reglamento para el Distrito Federal dice:
Una oreja será otorgada cuando una visible mayoría de espectadores la solicite ondeando sus pañuelos tras una labor meritoria del espada. Dos orejas luego de tomar en cuenta las condiciones de la res lidiada, la buena dirección de lidia, la brillantez de la faena realizada, tanto con capote como con muleta, y la ejecución de la estocada.
Es decir, que la única oreja que el juez está obligado a conceder a petición popular es la primera, el resto es decisión estrictamente personal en función no sólo de sus conocimientos, sino de su particular apreciación, filias y fobias, estado de ánimo, amenazas gerenciales, etc.
Con sus aciertos y errores un juez está para salvaguardar, antes que la inversión de la empresa y los imprecisos antojos del público, los principios que sustentan la tradición taurina. Con sus decisiones debe orientar y capacitar, no sólo alcahuetear antojos de unos y otros.
La México se ha vuelto una plaza abaratada no sólo por la modesta oferta de espectáculo y el ganado que se lidia, sino por la facilidad con que se conceden orejas. A ello agregue que no hay jueces suficientemente preparados que apliquen criterios básicos similares y, como remate, añada que esos jueces no son respaldados por la delegación Benito Juárez ni por el Gobierno del Distrito Federal.
Los ganaderos, usualmente tan disciplinados y discretos en su deslucida asociación, con ideología clara y valor civil hoy protestaron airadamente para… pedir la remoción del insensible juez Cardona, sin embargo, por falta de quórum no llegaron a nada en su junta del viernes pasado, prueba de que ni a los criadores les interesa un arrastre lento más o uno menos a los despojos de un toro que embistió como era su obligación. Ah que los taurinos.