Opinión
Ver día anteriorDomingo 20 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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París
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Juliette Binoche y Romain Duris en la cinta dirigida por Cédric Klapisch
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or largo tiempo el realizador francés Cédric Klapisch ha elaborado pacientemente la cartografía sentimental de París, su ciudad natal. Lo ha hecho con fortuna desigual, atendiendo siempre al color local, desentendiéndose de las grandes mitologías poéticas del pasado, de ese cine de Marcel Carné o de François Truffaut, donde la capital francesa era el marco de intrigas entrañables y vigorosas.

En el caso de Klapisch el propósito, más superficial, se sitúa a medio camino entre la publicidad turística y el anecdotario costumbrista. Esta mirada apacible e inofensiva a una realidad urbana que el director registra en su inmediatez cotidiana, lo ha vuelto sin duda un valor seguro para la taquilla francesa.

París, su cinta más reciente, ha logrado una afluencia de más de dos millones de espectadores y una amplia distribución en video. Nada de esto sería reprochable, por supuesto, de no ser porque a lo largo de los años, a fuerza de insistir en procedimientos técnicos pretendidamente novedosos (cámara frenética en El albergue español; fantasía futurista en Tal vez, tramas cada vez más banales), el realizador ha perdido mucho de aquel filo irónico que llegó a mostrar en sus primeras cintas (Un aire de familia o Cada quien busca a su gato).

Su cine es el precursor directo de ese éxito mayor que fue Amélie, la cinta de Jean Pierre Jeunet, radiografía chispeante, aunque anacrónica, de una ciudad detenida en una edad de oro anterior a la inmigración masiva, a los conflictos laborales, al racismo y a las pandemias. El París de Amélie era un terruño, guardián de la tradición francesa, magnificado a escala urbana (Montmartre), tan emblemático y profundo como un aire de acordeón o una prolongada degustación culinaria. Los esfuerzos de Klapisch por dotar a sus nuevas comedias urbanas de un aire de modernidad se topan, invariablemente, con la conciencia satisfecha de acceder a la mejor vida posible en la ciudad más fotogénica del mundo.

En esta visión idílica hay sin embargo espacio suficiente para un drama, así sea de corta duración. La historia, por ejemplo, de Pierre (Romain Duris), un romántico actor de teatro, en espera de un riesgoso trasplante de corazón por una afección congénita, misma que realza la nobleza de sus facciones y la calidad de su trato afectivo. Su existencia, que intuye terminal, la cumple día a día en consonancia con una ciudad en mutación constante, que consigue tonificarlo con su ajetreo cotidiano y su energía comunitaria. En el torrente metafórico hay lugar para este cliché y para muchos otros más. París, la ciudad luz, es asimismo el gran corazón de Europa que transmite entusiasmo al ánimo casi apagado del protagonista.

La película narra sus episódicos encuentros sentimentales, sus fobias de enfermo crónico, y su manera de hacer frente los problemas mayores de las grandes urbes: la incomunicación de los seres humanos, el desierto sentimental la indiferencia, el racismo, la soledad y el estrés. De las múltiples existencias capturadas al vuelo en la ciudad efervescente, Klapisch escoge las que en su opinión contienen una mayor carga dramática y humorística. Para fortuna del espectador, son actores de la talla de Fabrice Luchini, Juliette Binoche, Karin Viard y François Cluzet, quienes logran dar sustancia y un poco de complejidad a la pasarela urbana de arquetipos previsibles, desde el académico maduro enamorado de una joven estudiante hasta la panadera racista que en el fondo posee un corazón muy noble.

Estamos muy lejos del retrato, también coral, que hace el veterano Alain Resnais en Pasiones privadas en lugares públicos (Coeurs), cinta que proyectará la Cineteca Nacional en los primeros días de enero, y que llega cargada de toda esa vieja malicia parisina que el habilidoso Klapisch apenas puede intuir en su acercamiento comercial a la gran mitología urbana.