Opinión
Ver día anteriorMartes 15 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La muerte en el alma
M

anuel Espino, anterior dirigente de Acción Nacional y hoy presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América, presentó en Monterrey su más reciente libro, Volver a empezar. A todos les quedó claro que se trató de un acto con el que el controvertido político inició públicamente la búsqueda por la candidatura del PAN para la Presidencia de la República en 2012.

El libro es un condensado del pensamiento de la democracia cristiana con opiniones, actualizadas unas –incluso se las podría considerar progresistas–, en lo político, y tradicionales otras en temas de orden filosófico y moral.

Se trata de una obra doctrinaria de la que, vale anotar, careció el PAN hasta su publicación. Ninguno de sus líderes históricos ni sus ideólogos emprendió en su momento tarea semejante. La izquierda, que abandonó la clave de la revolución socialista y es incapaz de alcanzar una definición ideológica clara, y el PRI equívoco –aunque cada vez más cerca de la derecha–, que abandonó el discurso de la Revolución Mexicana, no cuentan con un documento como Volver a empezar donde se precise a qué matriz ideológica pertenecen, y por tanto a qué principios, valores y objetivos responde la sociedad que buscan emplazar.

Con todo y ser congruente con los postulados de la democracia cristiana, asumir sin mayor revisión el credo naturalista como fundamento filosófico de esta corriente es validar en pleno siglo XXI la equivalencia de la relación humana que Aristóteles –el primer naturalista– juzgaba como natural entre amos y esclavos. Por ello es que cuando habla Espino de la pobreza, a la cual ve como una pandemia (algo natural), así la vincule a la globalización, no pueda establecer su causa real: la relación entre explotadores y explotados, base del capitalismo. Y no deja duda de lo que por sistema han negado los demoratacristianos: “nos negamos a interpretar los conflictos sociales como ‘lucha de clases’ entre ricos y pobres, entre poderosos y desamparados”. No son manifestaciones de la lucha de clases las acciones de un Estado que privilegia a los monopolios y lanza a millones de seres humanos al desempleo y la pobreza; ¿sí lo son aquellas que provienen de quienes resisten con ideas, actos o simples actitudes, los efectos de esa política?

Poco después del acto en que Manuel Espino presentó su libro escuché de Raúl Gonzalez Tejeda, antropólogo estudioso de los hopi, el término culturaleza para explicar la condición humana como resultado del contexto natural y cultural en que se desenvuelven los individuos de un determinado grupo social. Me parece que ese término permite repensar con más tino lo que los humanos somos.

Autodefinido como político laico, Manuel Espino se pronuncia por un progreso cifrado en las libertades mercantiles y de competencia, la propiedad privada y el afán de lucro. Y cree que la ley de la oferta y la demanda puede funcionar espontánea y automáticamente para evitar el desmedido apetito de lucro y la libre competencia desenfrenada. Pero también que el Estado debe regular, estimular y perfeccionar al mercado e incorporar a sus beneficios a los sectores marginados con criterio de equidad y justicia.

Despliega de entrada una filípica en contra del pragmatismo liberal. No dice, por cierto, quién lo encarna, pero lo juzga causante de la decadencia política y la injusticia social. Llega a acusarlo de emplear, para sus fines aviesos, desde los métodos más sutiles e imperceptibles hasta el burdo chantaje y la propagación del miedo. Suena a culpas de las que se ha querido deslindar. Y bien que lo haya hecho, pero ya sabemos que los deslindes verdaderos, para serlo, deben estar tocados por el sentido de la oportunidad.

Como no se trataba sólo de cuestiones doctrinarias, sino de posturas políticas, Espino, un orador que sabe hilar fino, concluyó su intervención como autor con una suerte de parábola. Se refirió, aquí sí que sutilmente, a lo que acontece en el rumbo del país echando mano de lo que sugiere La barca de Guaymas, canción del jalisciense Rubén Fuentes:

Alegre viajero que tornas al puerto/ de tierras lejanas / ¿qué extraño piloto condujo tu barca / sin vela y sin ancla? /¿De qué región vienes, que has hecho pedazos/ tus velas tan blancas? / Y fuiste cantando / y vuelves trayendo la muerte en el alma./ Yo soy el marino / que alegre de Guaymas salió una mañana / llevando en mi barca como ave piloto/ mi dulce esperanza. / Por mares ignotos / mis santos anhelos hundió la borrasca. / Por eso están rotas mis alas / y traigo la muerte en el alma. / Te fuiste cantando / y hoy vuelves trayendo /la muerte en el alma.

En una interpretación con ciertas licencias, Espino imaginó a un pescador que salía en su barca a la búsqueda de peces. Unas veces regresaba con pesca, otras no; pero con su barca intacta. Un día, sin embargo, lo abandona la prudencia y se arriesga a surcar la borrasca. Regresa sin pesca y con la barca de-shecha, lo cual en su ánimo equivale a traer la muerte en el alma. Huelga decir a quién se refería. Es el extraño piloto que un día se apoderó del timón de la embarcación movido por unos alegres viajeros. Casi a mitad del trayecto, cuando no atravesaba aún los escollos de julio, todavía pudo afirmar: Ahora somos parte de la solución, porque hay rumbo claro.

Ese rumbo unilateralmente claro pronto se tornaría en su opuesto. Las velas de la nave lucen despedazadas a la vista de todos. Y quien partió cantando vuelve hoy trayendo la muerte en el alma.