a derrota del ex presidente Eduardo Frei en la primera vuelta de las elecciones presidenciales realizadas ayer en Chile constituye una alarmante muestra del desgaste experimentado a lo largo de dos décadas en el poder por la gobernante Concertación, la alianza centrista de democristianos (derecha moderada) y socialistas (centroizquierda).
Más grave aún, la anunciada victoria de la Coalición por el Cambio y su candidato presidencial, el multimillonario Sebastián Piñera, constituye una expresión inequívoca del avance logrado en ese lapso por el pinochetismo civil, organizado en los partidos Renovación Nacional (RN) y Unión Democrática Independiente (UDI).
El historial de Piñera, involucrado en toda suerte de escándalos y episodios sórdidos, es el de un beneficiario del desmantelamiento del sector público emprendido por la dictadura militar y uno de los principales encubridores parlamentarios de los crímenes del pinochetismo. El crecimiento de su popularidad no sólo refleja el declive de la Concertación y el desencanto de amplios sectores de la sociedad chilena con sus políticos tradicionales, sino también una crisis moral y de valores acaso equivalente a la que en Italia ha permitido ejercer el poder a un personaje con tanta fama pública de corruptor como Silvio Berlusconi.
Ciertamente no hay elementos para considerar inevitable, ni siquiera probable, una victoria de Piñera en la segunda vuelta; todo indica, por el contrario, que el campo progresista del espectro político chileno, dividido en las candidaturas de Marco Enríquez-Ominami y de Jorge Arrate, cerrará filas con la alianza gobernante para impedir un escenario tan catastrófico como sería la llegada del empresario ultraderechista al Palacio de La Moneda.
Desde otro punto de vista, el surgimiento electoral de franjas de izquierda desvinculadas de la Concertación (que entre los votos de Arrate y de Enríquez-Ominami suma más de 25 por ciento de los sufragios) constituye un dato esperanzador frente al inmovilismo político y al continuismo económico a que ha sido condenado el país austral durante los gobiernos de Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Eduardo Frei y Michelle Bachelet. Ese caudal de votos no sólo podría ser garantía para cerrar el paso a la ultraderecha pinochetista en el segundo episodio de los comicios, sino también podría ser un elemento de presión para que la coalición gobernante se sacuda inercias y adopte posturas más avanzadas en lo político y en lo económico.