El historiador presenta su obra más reciente, Los orígenes del poder en Mesoamérica
Recurre a mitos y símbolos religiosos e ideológicos que poblaron el imaginario colectivo
Teotihuacán fue la cultura madre de la zona, la que hizo irradiar el náhuatl, sostiene
Jueves 10 de diciembre de 2009, p. 5
En su más reciente libro, Los orígenes del poder en Mesoamérica, el historiador Enrique Florescano busca demostrar que la construcción del Estado fue la piedra angular sobre la que descansó la historia de esta región del mundo antiguo.
Para tal propósito, el ex director del Instituto Nacional de Antropología e Historia se apoya en los mitos, símbolos, imágenes y relatos con matices religioso e ideológico que poblaron el imaginario colectivo de las diversas culturas prehispánicas.
El mito, aunque es una información falsa sobre la realidad, representa un lenguaje extraordinariamente rico, sistemático, que sirve para dar cuenta del mundo, de los seres humanos, de la relación de éstos con la tierra, con los otros pueblos con los que convive, con la naturaleza, los dioses y el cosmos
, señala el investigador en entrevista.
Es decir, explica el mundo de una manera total, al igual que lo hace la ciencia. Como dice Levi-Strauss, la ciencia y el mito no son contrapuestos, sino diferentes modos de explicar el mundo. Al fin y al cabo, lo más importante de los mitos es que nos dan una explicación de los orígenes: cómo se creó el cosmos, cómo se crearon los seres humanos, cómo nació el reino.
De acuerdo con Florescano, el Estado desempeñó un papel determinante para que las culturas mesoamericanas alcanzaran las dimensiones y el grado de adelanto que las ubican entre las más importantes civilizaciones del mundo antiguo.
El Estado se reveló para mí como un tema sumamente importante para explicar el desarrollo de la civilización, al contrario de la mayoría de los estudios que sólo buscan explicar o dar cuenta de la magnitud arquitectónica, el arte y la cultura, los avances técnicos y tecnológicos de las grandes civilizaciones mesoamericanas
, precisa Florescano.
Entre los rasgos que caracterizaron a los estados mesoamericanos, de acuerdo con el historiador, destaca que los regímenes y gobernantes fueron extremadamente controladores de la dinámica social.
“Era un régimen completamente sometido a una reglamentación, a una normatividad que iba desde el nacimiento –pues ya estaba determinado el destino del niño desde el parto– hasta las actividades que los individuos habrían de desempeñar durante toda su vida. Todo estaba regido por el Estado, había un control absoluto sobre las voluntades y las actividades humanas.”
Aclara que ese no es un aspecto privativo de Mesoamérica, sino que ocurrió en muchos Estados antiguos. También los incas tenían un control absoluto de la población y ello les permitía manipular esa enorme fuerza de trabajo para la construcción del Estado, para los festivales religiosos; algo que ocurre también en China. Cito a lo largo del libro varios ejemplos de ese poder absoluto que ejercía el soberano, el rey
.
Para el investigador, el de los regímenes totalitarios era hasta ahora un aspecto poco o nada advertido desde el punto de vista de la investigación histórica, porque el pasado prehispánico estaba idealizado
.
Sin embargo, eran regímenes muy absorbentes, totalmente controladores de la persona. El Estado controlaba lo que se pensaba, se comía, la diversión, las formas de expresión religiosa
.
Los orígenes del poder en Mesoamérica, publicado por el Fondo de Cultura Económica –cuya presentación tendrá lugar hoy a las 18:30 horas, en la librería Rosario Castellanos, avenida Tamaulipas 202, colonia Condesa, es, a decir de su autor, el primer libro que existe a la fecha sobre cómo era el poder en esta área del mundo antiguo.
Entre los aspectos novedosos que aparecen en el volumen, sobresale el cuestionamiento que se hace de la idea prevaleciente sobre Teotihuacán como una cultura teocrática y pacifista, al ubicársele como una sociedad belicista y conquistadora.
Creo que los teotihuacanos, además de que les debemos muchas cosas, son los que hacen del sacrificio humano una de las prácticas principales de su ideología guerrera y conquistadora
, agrega Florescano, quien describe como otra aportación de su obra la comprobación de que los teotihuacanos eran hablantes de náhuatl.
Esto quiere decir que prácticamente Teotihuacán fue la cultura madre de Mesoamérica; sobre todo la que hizo irradiar el náhuatl tanto en el sur como en el oriente, y el poniente y el norte; es decir, la nahuatlización de lo que hoy llamamos México es obra teotihuacana, no de los aztecas, como aún se sigue diciendo.
–¿Hasta dónde la política contemporánea de México tiene que ver con la mesoamericana?
–Considero que en nada. Lo que sí tiene que ver, como vemos hoy, a 2 mil 300 años o más de distancia, es que aquí hay una experiencia de Estado. Es decir, aquí no es África, no existieron tribus peleándose y deshaciéndose una con otra ante la falta de estructuras políticas del Estado.
“Y de eso sí hay una herencia en todos los pueblos indígenas, que son más negociadores. Ellos saben negociar, porque están acostumbrados a ello, a la vida política. Y ése es un gran valor en el desarrollo de los pueblos.
Lo que puede verse en el libro es cómo, desde el principio, existió una contención política que normó las relaciones. Los pueblos, por ejemplo, no hacían la guerra nomás así porque así, había de forma previa intentos de evitarla. Son formas de organización política altamente desarrolladas, que permiten una negociación con el otro, sea vecino, amigo o enemigo.