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El autor de Incurable recibió un homenaje en la UNAM por su cumpleaños 60

Al final de la niñez descubrí, como decía Borges, que mi destino era literario, expresa David Huerta
 
Periódico La Jornada
Viernes 23 de octubre de 2009, p. 5

David Huerta pudo haber sido futbolista o astrónomo... Eligió ser poeta. Lo ha sido durante 40 de sus 60 años de vida, que ayer le fueron celebrados con un homenaje en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma d México (UNAM).

El futbol y la astronomía eran mis dos pasiones de la infancia, estaba frente a la disyuntiva de convertirme en centrodelantero del Atlante o ir a trabajar al observatorio de Tonantzintla, con Guillermo Haro, una vez que terminara una muy brillante carrera de astrónomo, contó Huerta en breve entrevista durante un receso en el homenaje.

Sin embargo, al final de la niñez y principio de la adolescencia descubrió –en palabras de Borges: que mi destino era literario.

El homenaje se desplegó en cuatro mesas: David Huerta en persona, La poética de David Huerta, La palabra incurable I y II y Sesenta años aquí. Participaron varios de sus amigos más cercanos, así como estudiosos y editores de su obra: Federico Campbell, Ernesto Lumbreras, Luis Cortés Bargalló, Francisco Martínez Negrete, Sergio Ugalde, Coral Bracho, Alica García Bergua, Eduardo Hurtado, Marcelo Uribe y Christopher Domínguez Michael, entre otros, quienes dieron cuenta de la vida y obra del autor del libro Incurable, ratificado en las sesiones como uno de los momentos clave de la poesía contemporánea de México.

–En todo caso, la astronomía está más cercana a la poesía que el futbol, ¿no?

–Lo podemos discutir a lo largo de la vida. ¿Qué está mas cercano a la poesía, una buena jugada de Francesco Toti o de Cristiano Ronaldo, o el examen de una galaxia distante? En la decisión sí hay algo que tiene que ver con un destino y una condición favorable. Hay muchas biografías de artistas o escritores que tuvieron que sortear grandes dificultades por la incomprensión de sus padres. En mi caso fue al contrario, por fortuna. En mi primera adolescencia, al final de mi niñez, descubrí, como decía Borges, que mi destino era literario.

Hay poetas como David, dijo Federico Campbell, “que valoran la palabra insólita y la oscuridad de unos versos (su pasión por Góngora habla por sí misma), sin rebajar la claridad de otros vates que optan por lo que una catalogación inútil considera ‘poesía de la experiencia’. Yo creo que toda poesía es de la experiencia del lenguaje y no me desconcierta ni me aleja un poema ‘puramente verbal’ si el juego se cumple bien en su musicalidad”.

De nuevo con la entrevista:

–¿La poesía tampoco fue una imposición teniendo a un padre poeta como Efraín Huerta?

–Absolutamente. Ni de mi madre, Mireya Bravo, de quien hablamos poco porque no fue una persona conocida como mi padre. Ambos eran lectores pero estaba lejos de ser eso que insinúa tu pregunta, gente que marcara un camino obligatorio. La lectura estaba ligada a la conversación, sobre política, periodismo, libros, revistas. Todo estaba relacionado con la lectura.

–¿Fue difícil trascender, andar su propio camino, al margen de la sombra inmensa de su padre?

–Fue un poco difícil al principio, pero en realidad duró poco. Me liberé pronto de eso que llamas una carga, que consistía en que le gustaran mis poemas. Me liberé cuando me di cuenta de que le gustaba y la parecía correcto lo que hacía. Después vino cierta preocupación por las comparaciones, pero cuando me di cuenta de que él es un poeta que yo no puedo igualar o emular, me dio una extraña tranquilidad.

–Y encontró su voz.

–Digámoslo así; fue en 1976, a partir de mi segundo libro, Cuaderno de noviembre.

Después de Incurable, fue precisamente Cuaderno de noviembre uno de los libros más elogiados del poeta que ahora festeja 60 años aquí.