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Jubiloso concierto en Xalapa
 
Periódico La Jornada
Domingo 18 de octubre de 2009, p. 4

Xalapa, Ver., 17 de octubre. En el contexto de su octagésimo aniversario, la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX) invitó para su programa del viernes a dos de las más importantes figuras jóvenes de la música venezolana de concierto: el contrabajista Edicson Ruiz y el director Christian Vásquez.

El primero, a sus 24 años, es el integrante más joven de la Filarmónica de Berlín, la mejor agrupación de su tipo en el mundo, a la que ingresó hace siete años, con lo que pasará a la historia como el atrilista de menor edad que es aceptado por esa orquesta, lo mismo que por ser el primer latinoamericano que forma parte de ella.

De 25 años, en tanto, el segundo está en camino de convertirse en la siguiente gran figura de la dirección orquestal venezolana, con el desafío de emular lo logrado por su coterráneo, amigo y mentor Gustavo Dudamel.

El programa tuvo lugar por la noche en el Teatro del Estado, ubicado en esta capital, como parte de la segunda temporada de conciertos de la OSX 2009; y estuvo integrado con obras sugeridas por ese par de músicos sudamericanos.

La primera parte constó de sendos conciertos para contrabajo y orquesta de F.A. Hoffmeister y Johann Baptist Vanhal, interpretados por Edicson Ruiz como solista. En la segunda, mientras, figuró la Sinfonía número 12 de Dmitri Shostakovich. Un programa de contrastes no sólo de épocas, sino de emociones.

Con el primero de los conciertos, el contrabajista venezolano logró echarse al público en la bolsa. Fue una ejecución de fina y conmovedora transparencia, en la que tanto el primero como el tercer movimientos colmaron de gozo el alma merced su briosa alegría, en tanto que el segundo abrió un resquicio para emociones más sutiles, una especie de dulce alegría, como la que produce el recuerdo del ser amado.

El público, cuya cantidad rebasó el aforo del inmueble y estuvo integrado en su mayoría por jóvenes, se mostró embelesado, conmovido por la manera en que el solista logra amaridarse con su instrumento y transformarse con él en un solo ente, una especie de centauro, con voz de sirena y resonancia de trueno, imponente.

La segunda pieza fue de naturaleza más intimista, aterciopelada, en la que cada acometida del ejecutante a su bello instrumento se incrustó en la epidermis a manera de fugaces descargas eléctricas, esos disfrutables escalofrios que nos suscitan ciertas caricias.

Sin inhibiciones

Concluida la ejecución, la sala irrumpió en estridente y prolongada ovación para el contrabajista, el director y la orquesta. Sendas sonrisas se reflejaban en los rostros de Edicson Ruiz y Christian Vásquez, quienes se dieron fraternal abrazo y dejaron el escenario.

Tanto fue el furor del público que los venezolanos regresaron hasta en tres ocasiones al proscenio y en la última accedieron a corresponder tal efusividad con un encore, cuya fineza y delicada belleza creó un silencio casi ritual en la sala, en la que la audiencia pareció incluso contener la respiración.

Un paisaje emocional distinto llegó de la mano de la segunda parte del programa, con la doceava sinfonía de Shostakovich, partitura de alta grandilocuencia y en la que la orquesta ya presentó su formación completa, luego que durante la primera mitad se mantuvo reducida sólo a una parte de las cuerdas y los alientos.

Desde los primeros pasajes, la sinfónica veracruzana mostró su poderío y el trabajo desarrollado a lo largo de la semana por el joven director venezolano, con una interpretación vigorosa y brillante, explosiva, cuyo eco resonó en cada una de las cajas toráxicas de quienes allí se encontraban.

Obra de gran dramatismo en la que se perciben por momentos dolor y desencanto, el espíritu de la denuncia, sin que por ello esté exenta de cuadros de esperanza.

La orquesta sonó equilibrada en todas sus líneas, cohesionada y en una misma tesitura de respuesta a las exigencias planteadas desde el podio. Cuerdas, alientos y percusiones concentradas en una causa: las buenas maneras de hacer la buena música, a entregar y entregarse, sin inhibiciones.

Un final apoteosico, estremecedor, en el tenor del quehacer que el director y la orquesta obsequiaron a lo largo de la velada, fue el cerrojazo de los casi 90 minutos de esta presentación de la OSX, que marcó del debut en México de Edicson Ruiz como solista y de Christian Vásquez como director. El público salió de la sala satisfecho: emocionado, exultante, en concordancia con la última partirura del programa.