Opinión
Ver día anteriorJueves 1º de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un consejo para Obama
V

amos a suponer. Supongamos que se sospecha que en el sótano de una casa en un barrio de una ciudad hay un individuo que quizás esté tratando de reunir el material necesario para construir un artefacto nuclear. Supongamos, asimismo, que los vecinos están preocupados. Se preguntan: ¿para qué querrá una bomba nuclear?

Supongamos también que a unas casas de ese sospechoso vive un individuo que sabemos que ya tiene un arsenal nuclear, pero nadie dice nada. Y supongamos que en otros barrios viven personas que tienen muchas armas nucleares y que también les preocupa el sospechoso, pero tampoco dicen nada del vecino que ya tiene armas nucleares. Tampoco les interesa deshacerse de las suyas. Se limitan a insistir en que la posibilidad de que el sospechoso se haga de un arma nuclear es un peligro para todos.

He ahí el guión de la obra de teatro estrenada en el Consejo de Seguridad el pasado 24 de septiembre. La sala estaba llena. La función duró escasas dos horas. La coreografía resultó casi impecable. La dirección y el papel principal estuvieron a cargo del presidente Barack Obama, de Estados Unidos, y el coro de 14 voces fue casi perfecto. Estuvieron los principales con excepción del corista de Libia.

El Consejo de Seguridad de la ONU se viene reuniendo desde 1946 y ha celebrado más de 6 mil sesiones formales y un sinnúmero de otras reuniones. Pero en sólo cinco ocasiones lo ha hecho a nivel de jefes de Estado o de gobierno. Se trataba, por tanto, de una ocasión muy especial.

En 1945 se inició la era atómica y al año siguiente la recién creada ONU se estrenó con un debate acerca de qué hacer. Hubo dos posiciones encontradas: por un lado, Estados Unidos (con un arsenal de cuatro o cinco bombas) propuso un régimen internacional de control de la energía nuclear y, si estaba convencido del buen funcionamiento de dicho régimen, entonces estaría dispuesto a eliminar su arsenal; por el otro, la Unión Soviética insistió en que primero hubiera un desarme nuclear completo y luego se creara un mecanismo para asegurar un mundo libre de esas armas. No hubo acuerdo.

Hoy el debate es muy parecido. Tras la adquisición de armas nucleares por nueve países y la fabricación de 130 mil de esas armas, se ha puesto fin a la competencia militar entre Washington y Moscú (responsables de 98 por ciento de esas armas) y han reiniciado un proceso de reducción de sus arsenales nucleares. Además, se cuenta con el organismo internacional de energía atómica que desempeña el papel contemplado por Estados Unidos hace más de seis décadas.

El argumento fundamental para la abolición de las armas nucleares es el siguiente: se trata de instrumentos de destrucción en masa que resultan inútiles desde un punto de vista militar y que, al igual que las armas químicas y biológicas, deben eliminarse porque constituyen una amenaza inmoral y seguramente ilegal.

En 2008, durante su campaña, el entonces senador Obama habló de un mundo libre de armas nucleares y del peligro que entraña la mera existencia de decenas de miles de armas nucleares. El mensaje era el correcto.

En Praga, en abril de este año, el ya presidente Obama matizó su plan-teamiento. Es cierto que reiteró su deseo de un mundo sin armas nucleares y que éstas son el legado más peligroso de la guerra fría. Pero argumentó que su diseminación a más y más naciones y su posible adquisición por los llamados agentes no estatales, incluyendo grupos terroristas, es un desafío que hay que enfrentar primero, es decir, antes de eliminarlas de los arsenales existentes. Parecía que los expertos del Pentágono –muchos de ellos interesados en mantener el arsenal nuclear estadunidense– habían empezado a influir en el presidente.

En su discurso ante la asamblea general el pasado 23 de septiembre colocó el desarme nuclear como la prioridad de su política exterior, pero, una vez más, introdujo el peligro de la futura proliferación de las armas nucleares. Al día siguiente, en el Consejo de Seguridad, ya había seguido los consejos del Pentágono. En la resolución aprobada, que Estados Unidos redactó y consultó con el resto de los miembros permanentes (por cierto, haciendo a un lado a los otros 10 países en el consejo), el mensaje es claro: hay que acabar con la proliferación nuclear y luego veremos si nos desarmamos nosotros. Igual que en 1946, sólo que ahora todos los que ya tienen armas nucleares están de acuerdo.

El único mandatario presente que planteó sin rodeos el meollo de la problemática nuclear fue el presidente de Uganda, Yoweri Kaguta Museveni. Dijo que era evidente que la posesión de armas nucleares es la causa principal de que otros países quieran adquirirlas. Y agregó: No es lógico decir que algunos de nosotros debemos poseer armas nucleares y otros no. Se congratuló que algunos países que ahora las tienen estén dispuestos a deshacerse de todas ellas.

Los demás participantes evadieron el tema central y algunos desviaron la atención hacia Irán y Corea del Norte. Sólo Libia mencionó a Israel. De los cinco miembros permanentes, el peor fue Francia. A su presidente le encanta hablar de las armas nucleares que otros tienen o quieren tener. Jamás se refirió al arsenal que posee Francia. En cambio, el primer ministro de Reino Unido sí indicó cierta disposición para lograr un mundo libre de esas armas.

La sesión del Consejo de Seguridad que Obama presidió hace ocho días no hizo honor a su planteamiento de hace un año. Hoy está en Ginebra viendo qué sanciones se deben imponer a Irán. El tren del desarme nuclear se está descarrilando.