stábamos esperando la etapa invernal, pero nos sorprendió la realidad. O mejor dicho: algunos esperaban esa estación para actuar contra la influenza, pero los sorprendió su propia incapacidad. Ahora dicen que se adelantó el invierno ¡en pleno verano! No cabe duda, lo que pasa en México es realmente algo increíble. El incremento actual en el número de casos y de muertes por el virus de la influenza A/H1N1 en México es inocultable.
Es un tema muy delicado. Están en juego la salud y la vida de los mexicanos. La Secretaría de Salud (Ssa) pasó del discurso triunfalista a la espera del periodo invernal. Funcionarios que abarcan un espectro que va del licenciado Felipe Calderón y su secretario del ramo hasta los niveles más bajos –incluida la Secretaría de Salud del Distrito Federal– repetían como pericos la consigna: “Todo está controlado, ahora hay que prepararnos para el invierno…” Se equivocaron.
Pero bueno, no hay tiempo para detenerse en los errores de los funcionarios. Hay que examinar objetivamente el curso que adopta esta enfermedad en México. Más de 3 mil 500 escuelas cerradas. El Distrito Federal, San Luis Potosí, Sinaloa y Baja California Sur se encuentran entre las entidades más afectadas. El retorno de la enfermedad al centro el país, después de haber causado estragos en la región sureste, muestra que las entidades en las que el brote de influenza A/H1N1 parecía haberse reducido pueden caer una y otra vez; es decir, no hay inmunidad regional y sus autoridades sanitarias no pueden caer en visiones triunfalistas.
La curva de casos confirmados en nuestro país –en la que al parecer no cree ni el secretario Córdova Villalobos, pues su pensamiento sólo habita el mes de diciembre– muestra una tercera curva de ascenso que arrancó en agosto, cuyo comportamiento todavía no es posible predecir. El verano mexicano ha resultado la etapa más grave desde que se dio la alerta sanitaria, en abril de este año.
El relajamiento de la prevención contra el virus de la influenza A/H1N1, inducido por el triunfalismo gubernamental, obliga a comenzar de nuevo. Las estimaciones oficiales sobre el número de vacunas con las que contará México y cuándo estarán disponibles exhiben el cantinfleo
al que ya nos hemos acostumbrado desde el comienzo de la epidemia. Primero 20 millones, luego 10 millones más, luego la que producirán en China, después que quién sabe cuántas, pero hasta diciembre o enero, si bien nos va.
El otoño mexicano no promete nada bueno, a juzgar por el curso que muestran las gráficas del número de casos confirmados por la Ssa. En ausencia de vacunas, lo único que tenemos para enfrentar la enfermedad son las medidas generales de prevención: los cercos sanitarios, que están funcionando bien en las escuelas, pero sólo en ellas; una cantidad limitada de tratamientos antivirales y el aprendizaje y capacidad desarrollada por las clínicas y hospitales en territorio nacional. Afortunadamente, el virus es el mismo; salvo casos mínimos de resistencia al oseltamivir (fármaco antiviral), no hay datos que hagan pensar en que haya sufrido alguna mutación.
Volviendo a la prevención, es increíble que en medio de la crisis sanitaria que estamos viviendo no se emprendan con decisión las medidas encaminadas a la producción de nuestras vacunas, aunque nos lleve tiempo. Ahora es la influenza A, mañana no sabemos a qué nos vamos a enfrentar. El respaldo a la investigación científica y la coordinación con las instituciones de investigación para enfrentar la epidemia brillan por su ausencia.
Uno se pregunta: ¿en qué se están empleando los créditos contratados con el Banco Mundial y otras instituciones financieras? ¿Se están dilapidando esos recursos en tapar agujeros en lugar de emplearse en soluciones de mediano y largo plazos? Creo que hoy, como pocas veces, la sensación que nos invade a muchos mexicanos es la de estar completamente abandonados y desprotegidos en el campo de la salud pública.