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Hugo Gutiérrez Vega
UNA BÚSQUEDA LIBERADORA (II Y ÚLTIMA)
“A Amor sabe”, amor perseguido y amor que persigue, y palabras que buscan definirlo (no olvidemos que a Lezama Lima se le escapaba la poesía cuando ya había encontrado su definición mejor; se le escapaba como una nube de verano, como un gato gracioso que se hunde en la sombra), asirlo, hacerlo carne de carne y sangre de sangre: “Perseguido por la luz más leve que leve huyo hacia la luz.” Esa búsqueda de certezas sabe que está destinada a la duda y, en muchos casos, al fracaso: “¿qué nombre me corresponderá en tu reino de delicias flameantes”? Esto me pone a pensar en el príncipe Salina de la novela de Lampedusa, saliendo, en la madrugada amarillenta, del baile en el que había descubierto la proximidad de la vejez (no es el caso de este frailecito tan cínicamente joven). La aurora se anuncia y el príncipe escucha la campanilla del santo viático que se dirige hacia la casa de un enfermo. Se pone de rodillas y, en ese momento, descubre el fulgor de la estrella de la mañana. Con voz suave, suplica: “Oh estrella, estrella, cuando me darás una cita en tu reino de certeza perenne.” Sólo ahí, en la tierra sin nombre de la estrella, la certeza será perenne. Mientras esto no llegue, sólo queda la búsqueda tranquila y, a veces, acuciante. Nos consuela saber que “las estrellas son fuego distante para no hacernos daño”. Así les podemos hablar y, en algunas noches, hasta intentamos contarlas. La cifra nunca aparece, pues detrás de una estrella hay otra estrella y, además, nos asalta la sospecha de que alguna de ellas ya sea extinta. “Como una estrella mentida por su propia luz”, dice Gorostiza en su inmenso poema “Muerte sin fin.”
Dedica un poema conmovedor al poeta independentista Francisco Matos Paoli. Quedan pocos testigos de la tragedia del poeta encarcelado por sus ideas políticas en La Princesa , tenebrosa prisión isleña. Todas las noches escribía un largo poema en las paredes de su celda. Por la mañana, los carceleros encalaban la pared. Esta circunstancia lo enloqueció. Al recuperar su libertad corporal y continuar en su prisión mental, recuperó algunos fragmentos de su poemas. Ángel Darío los editó en un hermoso libro titulado Canto a la locura. Don Pedro Albizu Campos y Matos Paoli son dos víctimas de la tiranía que ha padecido, desde hace muchos años, nuestro amado Puerto Rico.
Por otra parte, el gozo a veces se apodera del poeta. Se celebra la vida y la esperanza se aferra a una mirada que da sentido a todo: “No podría ya vivir sin tu mirada.” El camino se abre y sabemos que es necesario recorrerlo: “¡Adelante! Ahora que no sé hacia dónde vamos ¡adelante! ¡adelante!” Camina y no pide compasión: “Todo ser es bueno, no quieran venir a curarme ahora.” Así habla un enfermo de amor. Nuestro poeta, el padre Plasencia, lo dice en uno de sus poemas más sobrecogedores: “Mientras llega la noche y todo duerme, me sentaré a raíz sobre la tierra, dando tiempo a tu amor a que me enferme.” Ese amor que redime y aniquila, ese amor que nos exige amar a los otros como a nosotros mismos (por estas razones, Ángel Darío vive plenamente una teología liberadora). En su poesía, el hombre se encuentra consigo mismo y vuelve los ojos al cielo: “Estaba yo desnudo y me quitabas la ropa.” Así, desnudos, a la puerta de ese terrible amor.
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