uy a menudo se suele hablar de los héroes anónimos, de aquellos personajes sin los cuales muchas de las cosas que suceden en nuestra vida política, social o cultural no hubiesen ocurrido. Personas, que sin buscar reflectores o protagonismos, trabajan cotidiana y constantemente con miras a lograr, si no a realizar, acercar a la realidad sus sueños y sus convicciones.
Un personaje así fue Margarita Suzan Prieto, socióloga, promotora cultural en el campo de los medios audiovisuales, incansable luchadora social en el más amplio y generoso sentido del término, quien falleciera prematura y sorpresivamente hace unos días.
Conocí a Margarita en 1968, primero mediante Gabriel Careaga, y luego en las asambleas y en los pasillos de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde yo concluía por entonces mi licenciatura.
La identificación y simpatía mutuas fueron instantáneas. Sobre su atractiva y bella presencia física, resaltaba sobre todo su inteligencia y su fino y agudo sentido del humor, acordes perfectamente con la época en que vivíamos. Era una auténtica representante de la generación de los 60 mexicanos: culta e informada, cosmopolita, proveniente de una familia en donde el arte y las ideas ocupaban un lugar esencial: Julio Prieto, gran figura del teatro mexicano; el arquitecto Alejandro Prieto, a quien se deben importantes edificios públicos, e hija de una apasionada lectora, Margarita era una militante de izquierda muy singular, apasionada, pero sin el menor rasgo dogmático, abierta al mundo y a las ideas.
Feminista por naturaleza y convicción, sabia, comprendía la complementariedad de los sexos y en su encantadora y discreta coquetería (sus minifaldas eran deslumbrantes) sabía sacar provecho de los tributos y encantos de su condición de mujer.
Compartí con ella importantes momentos del movimiento estudiantil del 68, particularmente el 2 de octubre en Tlatelolco, refugiados con valientes y generosos vecinos en un departamento aledaño, con otros estudiantes, y el difícil, a veces doloroso, complejo proceso que culminó con la publicación del Manifiesto 2 de octubre y el llamado al regreso a clases.
En esas semanas pude ponderar y apreciar sus enormes virtudes y la profundidad de sus convicciones políticas e intelectuales, pero sobre todo sus valores éticos.
Compartimos, junto con otros compañeros, momentos y decisiones difíciles relativas al curso del movimiento, como las pláticas con los representantes del gobierno de Díaz Ordaz, las asambleas interminables y el desencanto con el apasionamiento olímpico de muchos compañeros, mientras nosotros nos escapábamos a alguno de los magníficos espectáculos que vinieron a México con motivo de la llamada Olimpiada cultural.
De esos años nació una profunda y sólida amistad fincada tanto en las mutuas afinidades: la literatura estadunidense, la música (Los Doors, como fondo), el cine, la televisión (fue de las primeras en advertir el grave error de la inteligencia de izquierda de despreciarla y no participar en ella), como en las diferencias en el terreno político e ideológico.
Sus convicciones la llevaron a una permanente cercanía, siempre crítica, con Cuba y ha vivir los mejores momentos de la revolución sandinista en Nicaragua, proceso del cual también habría de tener una visión nada incondicional.
Pero Margarita no se quedó anclada en la nostalgia ni en la frustración que suelen padecer quienes se enfrentan al injusto pero terco orden de las cosas; al contrario: siempre buscó nuevos horizontes para seguir luchando por lo que creía desde otras trincheras.
En este sentido, su mayor y seguramente más permanente herencia es y será haber concebido junto con otros amigos y compañeros el concurso de cine y video documental: Contra el silencio todas las voces, que ya se ha consolidado como uno de los más importantes y prestigiados en el área, y cuyos frutos podemos apreciar en la programación de TV UNAM los fines de semana, y que efectivamente demuestra el valor de los medios audiovisuales en otras manos que no son las del comercio.
Margarita fue y será un modelo ejemplar de una mujer, que se sobrepuso a difíciles situaciones personales que la marcaron, y de una convencida militante de las mejores causas de la izquierda, con inteligencia y sensibilidad, siempre abierta al mundo y a las diferencias, con gran capacidad de diálogo, de respeto para quienes no pensaban como ella.
Su ausencia es una gran pérdida para quienes la conocimos y quisimos, pero sobre todo lo es en las filas de quienes buscan construir un mundo mejor para el futuro. La extrañaremos.