n la última semana dos historiadores cubanos –Orlando Cruz y Felipe Pérez Cruz– han tratado de responder a mi artículo Las opciones de Cuba
, publicado en La Jornada. Me alegra mucho que tantos que pueden disponer de Internet en Cuba lean mi periódico y lo que escribo. Igualmente me satisface que el primero –quien recibió duras críticas de sus lectores– me diga camarada
, y el segundo, respetable profesor
, aunque ambos, despeñándose, al final de sus piezas literarias sugieran que estoy bajo la influencia del liberalismo
, la contrarrevolución
, el anticomunismo y el antisovietismo
, y otros cocos polémicos.
Quiero, por eso, antes de responder a Felipe Cruz, hacer alguna observación. Desde los 13 años de edad (tengo 81) soy socialista, y marxista revolucionario militante desde los 19. Fui secretario del comité argentino de solidaridad con la revolución en Cuba (que fundé) ya en 1957, y estuve preso en una cárcel de alta seguridad por ese motivo. Desde entonces defiendo la revolución cubana, sin decir por eso amén
a todas las posiciones del gobierno revolucionario. Aunque para algunos el calificativo de profesor sea peyorativo y sugiera intelectual pantuflero que escribe desde un escritorio sin contacto con la gente
, puedo enorgullecerme de lo que enseñé, hice y hago en las aulas y, antes y ahora, no sólo como profesor, en el movimiento obrero y en la vida política y social de México y de Argentina, por no hablar de otros países.
Sigo, por otra parte, de cerca y con pasión lo que pasa en Cuba y, por supuesto, en este mundo ligado por la cibernética no me faltan informaciones de primera mano. De modo que puedo pedir que no me atribuyan lo que no dije ni lo que no soy, por conveniencias polémicas. No ignoro las realizaciones de la revolución; no dije ni pienso que el país va fatalmente a una implosión (hablé, en cambio, de una crisis gravísima, que cualquier cubano responsable ve). No dije que el partido comunista sea igual a lo que era el soviético (creo que en él está lo mejor y también lo peor de la sociedad cubana; o sea, revolucionarios ejemplares y oportunistas, sectarios y trepadores). Y, sobre todo, jamás confundí el comunismo con el estalinismo, que es su negación; o el rechazo a la burocracia estalinista con el antisovietismo, porque ésta destruyó los soviets, el partido de Lenin y la III Internacional. Creo pues que la objetividad es un criterio básico para discutir (Criterios sobre los comentarios de G. Almeyra
, subtitula mi crítico F. Cruz su artículo, casi cinco veces más largo que mi nota).
Debo agradecer también a F. Cruz que escribe mejor que su colega, a pesar de que dice responder a los acertos
(con c, y por aserciones) de cierto
comentarista (evidentemente conocido en el medio oficial) fijando criterios
(¿oficialmente?) para encarar mis afirmaciones. Sin embargo, una cosa es la sintaxis (e incluso cierta pasión patriótica, y no solamente burocrática, que se entrevé) y otra la lógica elemental. Si, según mi crítico, en Cuba todo va del mejor modo posible y se hace todo lo que habría que hacer, ¿por qué los peligros de contrarrevolución burocrática que denunció Fidel y por qué la crisis y, en particular, la crisis moral, no de toda la juventud –jamás podría decir eso cuando me dirijo a lo mejor de ella– sino de una parte importante de los jóvenes urbanos?
En Bulgaria las votaciones llegaban a 99 por ciento (formalmente no había enfermos, ni opositores, ni nada), ¿pero representaban un buen termómetro social? La participación en Cuba de 96.89 por ciento en las elecciones ¿quiere decir que todos esos votantes están totalmente de acuerdo con todo? Hubo 14 mil 500 asambleas para postular a los candidatos a puestos representativos, pero ¿no hubo una preselección previa de ninguno por el partido y cualquiera puede presentarse como candidato? Los diputados, es cierto, pueden ser revocados por sus mandantes: ¿alguno acaso lo fue? ¿Lage y otros dirigentes fueron revocados por sus electores o por sus pares, o por la crítica de Fidel, que no tiene ningún cargo en el Estado?
En las asambleas sindicales, que son convocadas para discutir el cumplimiento de los planes y aprobar el proyecto de presupuesto
, ¿se puede modificar el orden del día, incluir otros puntos críticos y propuestas, elegir delegados por resolución de las bases? En las asambleas en los centros de estudio, ¿es posible discutir y rechazar los programas y los métodos de enseñanza? Además, si el partido es tan democrático como mis críticos lo pintan, ¿por qué expulsó a Celia Hart, a pesar del voto unánime en contra de su célula? ¿No saben tampoco estos historiadores que el marxismo-leninismo –que el Estado quiere difundir– fue una invención aberrante de la burocracia soviética y que sería mejor enseñar la historia de las ideas socialistas y del movimiento obrero mundial? ¿O qué Mella fue expulsado y militó en México en la Oposición de Izquierda? ¿Tampoco saben que la idea de la infalibilidad del Papa pertenece a la Iglesia católica pero no al marxismo, y que si bien Fidel es un revolucionario y tiene grandes méritos, también ha cometido grandes errores? ¿Por qué tener fe, como religiosos, en la vieja generación revolucionaria cuando de lo que se trata es de preparar su relevo elevando el nivel de preparación y de participación política de los jóvenes y de los trabajadores?
Por último, el patriotismo antimperialista, en efecto, despierta energías y da una mística absolutamente necesarias. Pero de lo que se trata no es de construir sólo un país independiente sino de avanzar hacia la construcción de las bases del socialismo, que es sinónimo de internacionalismo en el análisis y en la acción, de democracia, de autogestión generalizada…