Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Contracaras de la migración
D

e acuerdo con datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 246 mexicanos perdieron la vida entre enero y julio del presente año al intentar introducirse en Estados Unidos. Estas muertes aumentan un indicador por demás doloroso, que ha cobrado especial notoriedad a raíz de que en 1994, con la puesta en marcha de la llamada Operación Guardián, el gobierno de la nación vecina recrudeció su política de control fronterizo: de entonces a la fecha, se han registrado más de 5 mil muertes de mexicanos en región limítrofe.

Los datos referidos confirman, en primer lugar, que la actual crisis económica, cuyo origen tuvo lugar en Estados Unidos, no sólo no ha derivado en una repatriación masiva de connacionales –pese a que las principales fuentes de empleo de mexicanos en aquella nación, la construcción de viviendas y el sector manufacturero, se han visto particularmente afectadas–, sino que tampoco redujo notoriamente el flujo de personas que abandonan el país ante la falta de oportunidades de empleo y desarrollo. A lo sumo, el reforzamiento de los controles fronterizos ha obligado a los migrantes a buscar formas más inseguras, peligrosas y, en última instancia, más mortíferas para cruzar la frontera.

En las pasadas administraciones, las autoridades federales se han referido casi con naturalidad a las remesas de los trabajadores mexicanos en el país vecino –las cuales constituyen, cabe recordarlo, la segunda fuente de divisas para el país, sólo por debajo de las exportaciones petroleras– e incluso han llegado a contarlas como un componente ordinario y hasta deseable de nuestra economía, al grado que hoy algunos funcionarios se lamentan por la disminución en el flujo del dinero enviado desde Estados Unidos.

Tal visión omite, sin embargo, que la emigración y sus consecuencias –incluidas las remesas– son reflejo de la política económica aplicada en pasados sexenios y continuada por el gobierno en turno, y que, como tal, son resultado indirecto del desempleo, la desigualdad y la pobreza extrema en que se ha sumido a buena parte de la población durante más de dos décadas de neoliberalismo. También suele omitirse que mucho del dinero que se recibe por ese concepto tiene su origen en historias de sufrimiento personal o familiar, que han obligado a millones de personas a emprender viajes inciertos y peligrosos.

A las consideraciones anteriores se debe añadir el hecho de que, contrario a lo que suele pensarse, las remesas de los migrantes no necesariamente constituyen un elemento de impulso al desarrollo de sus comunidades; como se reporta en el estudio Migración internacional y escolaridad como medios alternativos de movilidad social, elaborado por las investigadoras Carla Pederzini y Liliana Meza, la migración de mexicanos a Estados Unidos ha afectado negativa y significativamente a la educación en México, pues los dólares enviados a nuestro país no han servido para motivar que niños y jóvenes vayan a la escuela, en cambio, las comunidades expulsoras de migrantes tienden a promover menos la educación entre sus habitantes, lo que constituye un lastre fundamental para que éstos abandonen la pobreza. Se asiste, así, a la configuración de un círculo vicioso, pues en la medida en que las condiciones educativas no mejoren, difícilmente se podrá aspirar a ser una economía competitiva y, por tanto, a tener otro destino como país que el seguir expulsando gente al exterior.

Los elementos de juicio mencionados hacen necesario que, al igual que en otros ámbitos del quehacer gubernamental, los actuales encargados de la conducción nacional den un golpe de timón y se consagren a la tarea de emprender mecanismos que reparen la capacidad de la economía y el mercado internos para generar empleos suficientes. Lejos de esperar a que la recuperación estadunidense reactive la demanda de mano de obra indocumentada y reanime con ello el flujo de remesas, el gobierno debe procurar que los mexicanos puedan vivir y desarrollarse en su propia nación, pues de lo contrario se estaría asumiendo como algo aceptable el sufrimiento y el peligro al que diariamente se enfrentan miles de personas.