urante los últimos dos años el panismo en el poder, en especial sus dirigentes, han rehuido enfrentar la realidad y dan tumbos por doquier. Lo cerrado de los horizontes actuales y venideros, según algunas de sus pasadas estrellas, desparraman malas vibras. El sexenio de Fox (ese ranchero nailon, rencoroso y ahora taumaturgo) les dejó una pesada herencia de frívolas posturas y dispendios sazonados con francas huidas hacia delante. La continuidad del modelo, que tan afanosa y de manera fraudulenta aseguraron sus conductores plutócratas, le ha salido cara a la nación. De este infortunio se excluye a los agraciados de siempre y uno que otro personaje de nuevo arribo. Fueron, según exorcismos foxianos, los que recibieron de forma gratuita el influjo concertado de los astros en su favor.
Para el señor Calderón es mejor emprender, con la consiguiente y ampliada comitiva, giras con propicios escenarios al modo sureño. En cambio, la presión interna, que empieza a sentirse generalizada, proviene de los niveles primarios de gobierno y amenaza con tornarse inmanejable para el Ejecutivo. La débil e ineficiente administración del señor Calderón no podrá conjuntar ni amarrar los recursos políticos y monetarios para canalizarla, menos aún imaginar una salida equitativa que plante la requerida cara al futuro. En lo sucesivo, todo quedará determinado por la mirada de corto plazo para exorcizar sus efectos dramáticos y redoblar la infértil expectativa en la recuperación americana.
El señor Calderón anda, eso sí, en busca de los auxilios que le puedan prestar los priístas de elite. A ellos se habrá de dirigir con la confianza de recibir pronta atención y apoyo negociado. No cabe duda que, sin tardanza, lo obtendrá. Pero inevitablemente se irán imponiendo cláusulas condicionantes, de preferencia aquellas con sendos beneficios particulares laterales. Los demás panistas, correligionarios del señor Calderón desde los tiempos de su militancia provinciana y fe católica, con sus fisuras al canto, sólo le servirán de comparsa. Se verán, qué duda cabe al señor Nava, por entero sometidos a los designios y los muchos caprichos que dimanan desde Los Pinos. Las alternativas que el señor Carstens adelantó ante los legisladores prefiguran un periodo de suma gravedad para las finanzas públicas. El método, los detalles y las rutas para componer tan seca situación, por incipiente pudor básico, apenas pueden enunciarse. No hay ahí compromisos visionarios o innovaciones, sólo el repetido numerito contencioso de siempre: más impuestos, recortes al gasto (sobre todo al de inversión) y deuda adicional.
Los priístas reclaman certeros la eliminación de los muchos guardaditos hacendarios y un reparto inmediato entre sus fuerzas aliadas de lo poco que el petróleo pueda todavía aportar. El gasto sin controles ni mesura en las elecciones dejó sin capacidad de maniobra a gobernadores y presidentes municipales. Precisamente ahí, en ese salvaje territorio de abierta apropiación de curules, donde el priísmo hizo su mejor aportación al dispendio por los votos (Oaxaca, Veracruz, estado de México o Puebla). El ajuste de cinturón será, de todas maneras, inevitable y sin tersuras. Simplemente el futuro no sólo los alcanzó, sino que el rebase es evidente y, junto a ellos, se irán cachos sustantivos del bienestar del pueblo. De todas maneras, durante 2010 las gubernaturas en juego concitarán sus propias aportaciones y remedios. Éstos irán apareciendo durante los usuales trasiegos amarrados bajo cuerda, inmunes a los castigos previstos en las leyes respectivas. Recursos indispensables para asegurar los triunfos prefigurados que den al priísmo de categoría la plataforma adecuada para colmar sus ambiciones de retornar a Los Pinos.
Pero no todo será tan consecuente ni vendrá por seguidillas. La erosión que padece el país en sus posibilidades para sostener la continuidad del nulo crecimiento de décadas, el injusto reparto de la poca riqueza generada y la actual quiebra del aparato productivo han exacerbado el agotamiento y la desesperanza colectiva. Éste es, en verdad, el terrible panorama que aguarda más allá de promesas, peticiones de colaboración y deseos fantasiosos. El deterioro económico, social, cultural y político se ha tornado, por su duración, en degradante decadencia. No hay, ni habrá, rutas de escape, menos aún soluciones milagrosas. El país, con la inmensa mayoría de sus habitantes, ha caído en un círculo perverso de consecuencias apenas sospechadas. La lista de males es grande y casi fantasmagórica: el desempleo sumó, en dos años, un millón de personas a sus desgraciadas filas; el subempleo aportó otros dos y el crecimiento de la informalidad uno adicional. Esto nos da un total de 4 millones que deben contabilizarse junto con los 2 millones de jóvenes, de nuevo ingreso al mercado laboral, que no encontraron la manera de obtener un sustento a las que parecen desechables vidas.
Los augurios del señor Calderón, urgido por tocar fondo en la crisis, dibujan una hazaña a la eufemística mexicana: la crisis fue superada, afirma por doquier. Lo malo es que en este sinuoso camino se va dejando un reguero de cadáveres, crecientes sectores de pobres extremos, miseria generalizada en otros segmentos, horizontes cerrados para millones, un aparato productivo desarticulado e incapaz de surtir al mercado propio, el sistema alimentario dependiente y expuesto a drásticos vaivenes de precios y marcada dependencia, la educación postrada e insuficiente, sin tecnología propia y menos aún creación de ciencia básica, la seguridad social roza la pauperización y la gobernabilidad extraviada. De ésta, y no de otra manera, puede decirse que se supera la crisis, que, según la versión oficial, vino de fuera.