as elecciones presidenciales y provinciales que se celebran mañana en Afganistán tendrán como telón de fondo una nueva oleada de violencia y confrontación bélica que ayer se expresó en atentados cometidos por insurgentes talibanes: por la mañana, en Kabul, un ataque con misiles contra un edificio presidencial dejó al menos 10 heridos; horas después, la explosión de un coche bomba en la concurrida carretera de Jalalabad, cerca de una base militar estadunidense, mató al menos a una decena de personas e hirió a otro medio centenar; un ataque kamikaze perpetrado en la provincia de Uruzgán, en el centro del país, dejó tres soldados y dos civiles muertos, mientras que en la provincia de Badajshán, ubicada al norte, en una región por lo general tranquila, otro atentado cobró la vida de cuatro personas más.
El contexto descrito plantea severos cuestionamientos sobre la viabilidad de unos comicios cuya realización ha sido amenazada por las milicias talibanas y aporta indicios adicionales del carácter insostenible de la ocupación que Washington y sus aliados mantienen desde hace ocho años en la nación centroasiática. Sin embargo, a pesar de estos elementos, los gobiernos occidentales se niegan a dar marcha atrás en una agresión bélica que resulta tan colonialista, ilegal e inmoral como la que George W. Bush emprendió en Irak en 2003: anteayer, durante una reunión con veteranos del ejército, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, afirmó que la victoria sobre la insurgencia islámica en Afganistán no será rápida ni fácil
, pero que la guerra en ese país es por necesidad
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Contrario a lo que afirma el mandatario estadunidense, la perpetuación de la injerencia militar extranjera no resolverá el caos ni la creciente conflagración que se viven en Afganistán, país que ha sido objeto de la agresión y ocupación constante de potencias extranjeras durante las últimas tres décadas; por el contrario, plantea el riesgo de que la coalición militar encabezada por Washington se enfile a una derrota mayúscula en los terrenos político, militar y económico, como la que en su momento sufrieron las tropas soviéticas en la nación centroasiática y como la que ha venido experimentando Estados Unidos en Irak. Además, y a contrapelo de lo dicho ayer por el mandatario estadunidense, con la continuación de la guerra en territorio afgano difícilmente se podrá garantizar la seguridad
de Washington y sus aliados: por el contrario, la permanencia de soldados de las naciones invasoras acentuará y extenderá en la región y en el resto del mundo islámico manifestaciones de encono antiestadunidense, como las que dieron origen a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas y el Pentágono.
Por lo demás, a ocho años de iniciada la invasión a Afganistán, y a cinco de las primeras elecciones presidenciales en ese país, ha quedado de manifiesto que la solución a los problemas que enfrenta la sociedad afgana no pueden venir de comicios realizados bajo estado de sitio y ocupación: estas condiciones han impedido la participación electoral espontánea y genuina, y han derivado en el arribo de gobiernos títeres, como el actual de Hamid Karzai –el candidato que encabeza, por cierto, las preferencias electorales–, sin que ello haya implicado un cambio de fondo en las bárbaras normativas legales prevalecientes hasta antes de la caída del régimen talibán, a finales de 2001: muestra de ello es la Ley de la Familia Chií, aprobada el pasado 16 de agosto, que permite, entre otras cosas, que los hombres chiítas nieguen la alimentación a sus esposas si éstas se resisten a mantener relaciones sexuales por lo menos una vez cada cuatro días.
Ante este panorama, resulta desolador que un personaje como Obama, de quien cabe suponer mucha mayor inteligencia que su antecesor, no sea capaz de percibir que la ocupación militar de Afganistán no ha dejado nada bueno para esa nación y que constituye, además, una trampa indeseable para su propio gobierno. Es necesario, pues, que el actual ocupante de la Casa Blanca abandone la lógica militarista y el espíritu unilateral que prevalecieron durante la pasada gestión estadunidense y entienda que la presencia de sus tropas en territorio afgano representa, en la circunstancia actual, un lastre fundamental para lograr la pacificación, la democratización, la secularización y la vigencia de las libertades básicas en aquel país: tales procesos deberán ser realizados por los propios habitantes y a Occidente le corresponde impulsarlos por medios distintos y menos bárbaros que la ocupación militar y los bombardeos de combatientes enemigos y de civiles, frecuentemente masacrados por un poderío bélico que se presenta como inteligente
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