Otra de policías
¿Perdonarán a Sodi?
o que les vamos a contar podrá parecer ficción, pero se ajusta, exactamente, a uno de los muchos relatos, a otra de las historias que inundan la ciudad de México.
La pareja viajaba en un Tsuru blanco, como aquel que se hizo famoso en el sexenio pasado. Al entrar al Periférico platicaban de lo que habían visto en Clavería, de cómo cambió la visión urbana en aquel lugar, cuando de pronto escucharon el ulular de la sirena de una patrulla que se les emparejó. Los policías les pedían que pararan. Don Carlos les respondió con una seña muy propia de él –el meñique, el anular y el índice encogidos–, y los mandó al carambas, siguió su camino sin más.
Los guardianes del orden los iban siguiendo, hasta que por fin Don Carlos hizo caso de las palabras de su esposa y detuvo su camino.
–Buenas tardes, jefe –saludó el uniformado.
–¿Qué hice, por qué me paran? –respondió el conductor, con el dejo malhumorado de quien sabe que no ha cometido ninguna infracción.
–Es que, mire –explicó el azul–, tenemos su automóvil con reporte de robo. Muéstreme sus documentos –ordenó el patrullero.
–No le doy nada. Dígame, ¿qué hice? Lo del robo fue hace mucho tiempo, meses, así que eso, ahora, no tiene caso.
–De cualquier forma, necesito que me dé sus documentos.
Don Carlos accedió, pero no dejó en manos del policía la tarjeta de circulación ni la licencia, en cumplimiento de la orden que le habían dado; sólo los mostró. No llevaba consigo la credencial del IFE que le pedían. Entonces vino la amenaza: se lo querían llevar al corralón mientras probaba de todas, todas, que era el dueño del tsurito.
El conductor accedió a comentarles que el auto ya no podía tener ningún reporte de robo, porque meses antes se lo habían entregado a él y su hijo en el corralón de Cabeza de Juárez, donde demostraron que el auto les pertenecía; pero eso no sirvió para los policías, que entonces le señalaron que era su responsabilidad traer pegada en el parabrisas la hoja de liberación del coche, por lo que las cosas se tendrían que aclarar frente al Ministerio Público.
En respuesta Don Carlos pisó el acelerador y tomó rumbo a su casa en la colonia Condesa. En el camino le preguntó a su esposa si ya no los perseguía la patrulla. La respuesta fue contundente: No, ya no es una, ahora son tres
. Sin caer en nerviosismo, condujo hasta Mazatlán y Zamora.
En esa esquina se detuvo. Ya no tenía salida. Tres patrullas cerraban una calle, otras tres estaban a lo ancho de la que quedaba como salida. En total había 12 vehículos alrededor de aquel lugar. Sin que menguara el coraje, el perseguido bajó del auto, tomó el celular y llamó a su hijo para que llevara el acta de liberación del auto y sus papeles de identidad. Total, ya estaba frente a su casa.
Además le pidió, a gritos, que llamara a los medios de comunicación. A los de radio primero, para que transmitan ya.
Los gritos fueron escuchados por los agentes, que en pocos segundos se intercomunicaron. Está bien, jefe, está bien
, alcanzó a decir uno de los azules que ya emprendía la retirada, mientras Don Carlos le cantaba: en reversa, joven, en reversa
.
En segundos, los patrulleros abandonaron el lugar. Quedaba claro que sabían a la perfección que el auto había sido robado y que se había regresado a su dueño, es decir, que no había ningún delito que perseguir, y que sólo trataron de ejecutar una mala jugada en contra de Carlos Mendoza y su esposa Brenda.
Y cómo estaría el asunto que después de la rápida huida de los patrulleros, un mesero de alguno de los restaurantes aledaños, con la servilleta en el brazo, se acercó a Don Carlos para preguntarle: “Oiga, jefe, qué, ¿usted es narco? Porque algo les dio, algo les dijo, se fueron rapidito. ¿Qué, de veras es usted narco?” Una mirada de desprecio fue la respuesta.
De pasadita
¿Qué pretende el Instituto Electoral del DF en el caso Sodi? Ya saben, porque así se los hizo saber la Unidad Técnica de Fiscalización del propio instituto, que Demetrio El Saltimbanqui se pasó de gastos en la campaña por ganar la delegación Miguel Hidalgo; aun así, decidieron regresar las cuentas a la dependencia que ya las fiscalizó. ¿Se trata de amedrentar a los integrantes de la unidad de fiscalización para que cambien su dictamen? No parece haber ningún otro motivo. ¡Viva la legalidad!