Descreer y relativizar
diferencia de otros padres más normales, el mío me enseñó a desaprender, no a aprender, con un anarquismo sutil que lo mismo le permitió ser Caballero de Colón que aficionado a la lectura y al beisbol, amante de una vecinita viuda o cantor de tangos y boleros. Ciro el chico, como se autoapodó, me transmitió un gusto intenso por algunas cosas de la vida y dos verbos: descreer y relativizar, como involuntario testimonio de un arte de vivir a partir de la conciencia de la propia muerte
.
Por eso al leer que cada día aumenta el número de cadáveres no reclamados por los deudos –morirse y ser sepultado también se ha encarecido–, recuerdo lo que decía ese padre cuestionador cuando mi previsora madre quiso convencerlo de que adquiriera una fosa en un panteón: por mí no se apuren en sepultarme, que a los tres días les apesto la cuadra
, y dejó que su mujer pagara a plazos la dichosa tumba.
Hoy como nunca abundan los estados depresivos, entendidos no sólo como tristeza excesiva, pesimismo y desesperanza o como trastornos recurrentes del estado de ánimo, opuestos al vitalismo de la televisión, los centros comerciales, las posturas seudoespiritualistas y el teísmo emergente tipo el mundo está como está porque nos hemos olvidado de Dios
, como si acordarse del Supremo eximiera de pensar con claridad.
Si bien en la depresión puede haber predisposición sicológica, biológica o genética, hay además factores culturales e ideológicos que materialmente orillan al individuo a deprimirse, a partir de la creciente pérdida de sentido de vida frente a la irracionalidad de un sistema social en esencia estúpido y embaucador.
Agravio e indefensión son dos causales nuevas
de la depresión cada día más extendidas entre la ciudadanía mexicana, que a diario es sometida a humillaciones diversas y, lo peor, sin posibilidades de defenderse. Son monopolios, duopolios y oligopolios de los amos de un país secuestrado por la demencial ambición de unos pocos, la manipulada pasividad de muchos y la oligofrenia o deficiencia mental de una clase política sin remedio.
Descreer y relativizar aquello en lo que decidamos seguir creyendo se vuelven entonces herramientas para enfrentar estas situaciones de pérdida de dignidad y seguridad. Echar mano de otros valores y criterios, y aplicarlos con creatividad e imaginación, pueden ayudar a esa depresión que da puntual cuenta de un estado de cosas que sólo los imbéciles quieren ver con optimismo.