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LA CANTINA Y SUS MUNDOS
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
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96 grados Bucareli,
Enrique Montañez,
Editorial Praxis,
México, 2009.
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Hay lugares emblemáticos para los capitalinos. Bucareli es uno de ésos, no sólo por los varios periódicos que ahí se hacen, sino por las muchas cantinas y cervecerías que marcan a quienes transitan por ahí, algunos para no salir nunca de ese etílico triangulo de las bermudas. Los usuarios de tales expendios de bebidas embriagantes suelen tener experiencias que van más allá de este mundo y de la percepción cotidiana.
El reciente libro del narrador Enrique Montañez, consistente en catorce relatos cortos, todos relacionados con la calle de Bucareli y el continuo octanaje que ahí se bebe (harto alcohol del 96, a juzgar por el título) muestra a un narrador con muchos recursos literarios para llevar al lector por varios caminos de la ficción. Los personajes de sus cuentos no sólo se dedican a beber como los grandes, sino que pueden pasar por las menos esperadas fantasías, algunas derivadas de la actividad propia de los bebedores profesionales. Desde seres míticos (vampiros, gárgolas, mujeres menguantes) hasta seres cuya mente vaga por espacios literarios aparentemente ajenos al de la bebetoria: canibalismo, piromanía y muchas parábolas sobre los machos mexicanos que son incapaces de enfrentar su propia realidad.
El principal acierto de estos relatos es sacar al lector de la senda etílica que tan famosos hiciera a varios escritores (de Bukowsky para adelante) y mostrar que esos tristes borrachos de lugares de mala muerte también pueden ser pretexto para la intercontextualidad literaria y asombrar a los lectores con hechos, personajes, citas sociológicas y narraciones que en apariencia no tendrían razón para formar parte de las narraciones sobre esa caterva de briagotes que transitan de la tristeza al olvido entre paredes llenas de cochambre y muerte. Esos giros inesperados abarcan los principales quehaceres del bebedor continuo: el sexo, la violencia, la propia percepción. Hermanado con la literatura de los excesos, donde el consumo de drogas lleva a adentrarse en mundos psicodélicos, Montañez también nos adentra en situaciones inauditas, bajo la premisa de que chela mata neurona y que neurona muerta revive irrealidad: lo inasible se vuelve cotidiano para esos tristes seres atrapados en su propio consumo.
Parte del reto de las narraciones cortas es lograr definir al personaje y la situación a la que se enfrenta. Eso es logrado por Montañez desde los diálogos: no estamos ante poetas estilizados que divagan sobre la vida y sus debilidades, cual homenaje al Rulfo escritor de fantasmas místicos. No. Son personajes que suenan a reales y que logran solidificar la ficción en la imaginería del lector, con independencia de si el texto va a lo fantástico o a la crónica terrible.
Entre las nubes literarias de la propia desaparición del autor, se puede vislumbrar el amor por una parte de la ciudad chilanga que aún hoy sigue viva, con otros fantasmas, tal vez. Y eso muestra la universalidad de esta literatura de lo inmediato y de lo que no se ve, pero se sabe irrebatible.
PAISAJES DE ADENTRO
SERGIO MONDRAGÓN
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Estaciones bajo el volcán,
Ricardo Venegas,
Edit. Eternos Malabares/ ICM,
México, 2009.
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Estaciones bajo el volcán… Evocación y anunciación. Un territorio delimitado en este libro por seis poetas y por sus textos: tiestos brotados en el limo de la poesía mexicana en una tierra de terrazas hacia el mar, de fulgores y machetes, de ayes en el cañaveral, de noche y luz. Poetas visionarios entre las frutas y las florestas, poemas en el centro de la devastación. Más abajo del volcán, en la pendiente hacia el sur.
Libro-espejo que refleja el paisaje de adentro y de afuera. Escritos que muestran el refugio interior, los brazos extendidos en un anhelo de comunicación. Hay en ellos conciencia de la forma y experimentación con los materiales: con el lenguaje, el riesgo, la ironía, el gozo y el pesar de la creación. Hay arte y artistas. Poesía por todos los poros. La metáfora del volcán es aquí no sólo una alusión al célebre texto nacido en la zona, cuando ya éramos caracterológica y socialmente lo que somos hoy (¡qué poco hemos cambiado los mexicanos!) sino, puede suponerse, un intento de filiación espiritual de estos poetas con la intensidad y verdad de aquella escritura: una especie de declaración de principios o, quizá, hasta un manifiesto. La crítica de la realidad comenzó en Morelos muchos años antes de Lowry bajo variadas formas, y ha dejado lecciones ejemplares, todo un legado moral. Decida el lector el grado en que este libro, guardadas las debidas razones y proporciones, hace honor a tan ilustre y rica historia, no sólo literaria.
Habrá que seguir desentrañando la naturaleza de esta vocación poética que en algunos es ya conciencia plena de un destino. Yo celebro cordialmente la aparición de Estaciones bajo el volcán, saludo con entusiasmo a mis colegas-paisanos convocados aquí por el antologador Ricardo Venegas, y agradezco la invitación que se me hizo para escribir estas líneas.
EL JUEGO DE LAS PERSPECTIVAS
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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La luna roja,
Luis Leante,
Alfaguara,,
México, 2009.
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Cuando uno se enfrenta con una novela el paso
necesario es establecer un pacto de verosimilitud
con lo narrado. Los elementos que van configurando
la trama se dosifican por lo que la credulidad
precisa de entrega. Así, los lectores solemos
sumarnos a la perspectiva dominante. En la mayor parte de los casos, nos ponemos al lado del narrador
para que sea éste la voz autorizada. Sin embargo,
hay ocasiones en que él está limitado por la
perspectiva de un personaje. Entonces la lectura
implica descubrir junto con él lo que sucede.
En La luna roja, René Kuhnheim está de vuelta
en Alicante. Las razones son difusas, oscilan entre
una falta de pertenencia, el deseo por encontrar
amarres con el pasado o una simple casualidad.
De cualquier modo, la escena que debe presenciar
en la ciudad española no es grata. Emin
Kemal ha muerto en circunstancias sospechosas.
Todas apuntan a un asesinato en el que se ha
buscado incriminar a René, su antiguo traductor
y amigo. El mismo que dejó de ver hace más de
una década.
Durante años la fama del escritor turco lo llevó
a ser candidato para el Premio Nobel. Una fama
que encontró ecos con cada una de sus obras, con
cada traducción, hasta que, por razones que no
quedan claras, se retiró de la vida pública. Justo
en el período en que la amistad con René estaba
en su apogeo y había mudado su residencia a
España.
Es entonces que se intercalan los planos narrativos,
abriendo nuevas perspectivas. Porque la
vida de Emin, a la que accedemos al margen del
presente efectivo, tiene extraños paralelismos con
la de su traductor. Aquí se vuelve necesario dar
un salto al vacío, incorporarse a la vida de una
Turquía que parece no haber cambiado nada
desde que René la abandonó. Y es que fue ahí
donde pasó gran parte de su infancia, lo justo para
no poder definirse con una u otra nacionalidad.
Mucho se ha dicho respecto a que un extranjero
tiene una visión más precisa de lo que sucede
en un sitio que un lugareño, y eso es parte del encanto
de esta novela. Sin embargo, Luis Leante no se
ha conformado con la mirada del extraño, ha decidido
darle a su protagonista el poder de ser y no
ser parte del contexto; una nueva multiplicación
de las perspectivas que permiten al lector adentrarse
en un mundo mágico lleno de atavismos y
ocultamientos.
Será hacia el final cuando confluyan las
líneas anecdóticas, gracias a la trama precisa
que construye el autor, brindando la oportunidad
de aplaudir la destreza con la que se conectaron
los engranajes. Entonces vendrán las sorpresas
y el lector irá descubriendo que la verdad tiene
muchas más facetas de las que creía. Lo mismo
que La luna roja, una novela que puede ser leída
como de intriga, es cierto, pero también como un
cúmulo de posibilidades que no se restan valor
unas a otras. Es el verdadero poder de la prosa de
Luis Leante que, tras haber ganado el x Premio
Alfaguara de Novela, sigue revelándose como un
autor sólido, más comprometido con la literatura
que con la promesa de una fama fácil.
ROSTROS DE LA PERVERSIDAD
EMILIANO BECERRIL SILVA
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Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos,
Élisabeth Roudinesco,
Anagrama, Col. Argumentos,
España, 2009.
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Cuando Foucault escribió Historia de la sexualidad contempló un capítulo dedicado al estudio de los perversos, aquellos seres paralelos, inadjetivables o nombrados con una serie de motes generalmente negativos que “aparecieron” cuando en la época victoriana la sexualidad se consolidó en un discurso de limitantes morales; cuando, después de un largo prólogo, surgió un tipo de sexualidad legítima y otro ilegítima que a la postre implantaría y diseminaría distintos perfiles de sexualidad. Para Foucault la perversidad representaba uno de los terrenos conceptuales a partir del cual se politizó la sexualidad, una relación especial con el cuerpo y una faceta de las técnicas polimorfas del poder. Es ahí, en esa perspectiva, donde el francés concentra sus energías. Sin embargo, y vista desde la actualidad, la perversidad ya no sólo está anclada en una “patología” sexual, sino que representa diversos puentes reflexivos. Es en este sentido, precisamente, en el que Élisabeth Roudinesco se sumerge en Nuestro lado obscuro. Una historia de los perversos.
Para Roudinesco, la perversidad puede evocar a “la libertad más elevada” –por implicar creatividad, dominio y presteza exacerbada– o puede ser monstruosa –por sediciosa, destructiva y demencial–: todo humano la tiene en potencia. Es sublime y abyecta, un estado mental y social que algunos niegan, que otros usan como discurso y otros como práctica; un albedrío que ha fascinado por enigmático, y repelido por peligroso y antisocial.
Desde Edipo, tan humano y tan inhumano, hasta la Edad Media, cuando la moral religiosa tildó de demoníacos a los herejes. Y desde el siglo XIX, cuando la ciencia entró en juego, con el discurso psiquiátrico y su incansable lista de patologías, hasta la política del siglo xx, con el nazismo u otro sistema, Roudinesco repasa las mutaciones de un concepto que, contorneando innumerables metamorfosis morales, ha recorrido bajo la sombra la historia de la humanidad.
Roudinesco no sólo observa las transfiguraciones de la concepción de lo perverso, sino que señala los personajes a través de los cuales ésta se ha izado. El perverso, en palabras de la autora, imita “el mundo real del que se ha extirpado con el fin de parodiarlo mejor”; las parodias varían dependiendo el personaje y la época. Sade –ejemplo infalible– es uno de ellos. Quizás más pervertidor que perverso, el francés propuso un modelo que negaba la hegemonía moral, que asumía y convivía con una de las naturalezas de la condición humana: la destrucción. Finalmente, representa un personaje cuya invención de placeres, por desafiar estatutos morales, es inclasificable: Sade es sádico. Así, y como él, hay varias figuras inclasificables o reclasificadas hasta el cansancio, y varios escritores han recurrido al texto para sondear terrenos incógnitos y moralmente indeseados; Oscar Wilde, Rétif de la Bretonne, Flaubert, Huysmans, Dostoievsky, Maupassant, sólo por mencionar unos pocos.
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