unque entiendo que hay muchos dioses, hablaré de Dios. En el caso de las deidades, la pluralidad, en vez de ayudar, estorba. Creo que nadie, ni los más avezados historiadores de las religiones, puede explicar por qué fue necesario el nacimiento del segundo, el tercero y el resto de los dioses. Y no es que no lo sepan por ignorantes. No lo saben porque desde el principio ha sido imposible dialogar con el Dios original. ¿Por qué, me pregunto, no fue suficiente sólo un Dios?
Si Dios decidió, motu proprio –le sobra derecho–, crear más dioses para tener con quien compartir sus dudas, la idea es comprensible. Si fue la especie humana la que inventó nuevas fuerzas divinas para tratar de aliviar lo que sucede en la Tierra, ya sea por la inacción de Dios o por las malas acciones del ser humano, la iniciativa también es comprensible. Sin embargo, el problema es enorme. Recuerda las ecuaciones que enseñan los maestros en la secundaria: Entre mayor número de dioses, mayor número de seres humanos muertos
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Han transcurrido muchos siglos desde que Dios y el ser humano cohabitan. La convivencia ha devenido preguntas y daños. Poco importa hoy dilucidar si fue nuestra especie la responsable de sembrar más cultos religiosos o si fue el Dios original el que tomó esa decisión. Lo que, en cambio, sí urge discutir es el uso que hoy se hace de Dios. Hay quienes sostienen que la idea de la existencia de Dios es buena, ya que su presencia supone respeto y moral; sin esas ideas, o sin el temor que muchos sienten hacia Él, el ser humano, dicen los estudiosos, haría cosas peores de las que hace o deja de hacer. Me parece que la idea de Dios como regulador es equivocada: el índice de maldad es infinito. Ya nadie se atemoriza por la idea de Dios. Es demasiado lo que el ser humano se ha permitido.
Mis amigos religiosos me explican, con paciencia, que la maldad cotidiana no es responsabilidad de Dios. Nada tiene que ver, aseguran, con los niños y niñas en situación de la calle que son violados de día y de noche; no es tampoco responsable de las jovencitas que fallecen por someterse a abortos practicados en condiciones insalubres; no está detrás de la tragedia que se vive en el continente africano por la ira del sida ni es responsable de lo que hacen y dicen personajes tan execrables como Daniel Ortega, en Nicaragua, o Silvio Berlusconi, en Italia.
El primero, autodefinido como izquierdista –humanista en mi léxico–, tiene un currículo bastante indigno. Violó a la hija de su actual pareja, ha condenado al poeta Ernesto Cardenal, ha prohibido el aborto, aunque sea por violación, robó en las últimas elecciones y vetó, entre otras nauseabundas acciones, a su ex compañero Sergio Ramírez por haberlo criticado. Ahora, el presidente Daniel se ha acercado a Dios y es amigo de las máximas instancias religiosas de su nación. ¿Cómo es posible que los representantes de Dios acepten esa amistad? El uso que Ortega hace de Dios por conducto de sus voceros es inmoral.
Sólo una reflexión sobre Berlusconi; dejo para otra ocasión el caso Noemí y la sentencia Mills. El 15 de diciembre de 2008 el presidente italiano desafió a la justicia de su país al prohibir que se le retirase la alimentación a Eluana Englaro, mujer joven que en 1992, cuando tenía 17 años, quedó en estado vegetativo tras sufrir un accidente de tráfico. Después de 16 años, en noviembre de 2008, el Tribunal Supremo permitió que la familia de Englaro retirase la alimentación artificial.
De acuerdo con los voceros de Berlusconi, cuya mejor tarjeta de presentación no es la ética, éste prohibió interrumpir la alimentación de Eluana, ya que, sostenían sus esbirros, alimentarla era una medida justa y sacrosanta
. Que Berlusconi haya apelado a medidas justas y sacrosantas
es entendible: Berlusconi es Berlusconi. El tufo se tornó insoportable cuando la prensa publicitó la complicidad entre la Iglesia y el premier italiano para salvar a Eluana, apelando, por supuesto, a los deseos de Dios. (Por fortuna, como se sabe, Eluana fue desconectada y falleció pocos días después.) Al igual que Ortega, su colega de bancada, Berlusconi también habla de Dios.
El problema no es Dios. El problema es el uso que se hace de su imagen y las complicidades que se labran en torno a su figura. Ortega y Berlusconi son buenos ejemplos de ese manejo ramplón que se hace de Dios. Ambos apelan, a pesar de conductas inmorales continuas y repetitivas, a la justicia divina. El primero acude con frecuencia a misa; no sé si el segundo lo haga, aunque es probable que haya dejado de acudir desde que se sometió a la cirugía plástica que lo ha rejuvenecido: ¿qué le sucedería a su ego si Dios no lo reconoce mientras pide por su Italia, por sus compañías y por su imagen?
Apelar a la razón es lo mínimo que deben hacer los panegiristas de Dios. Si Él no responde, ellos deberían ser los encargados de salvaguardar su imagen. Si poco pueden hacer por los africanos que padecen sida y por las niñas en situación de la calle, mucho deben hacer con los Ortega, los Berlusconi o los Karadzic, que suelen encubrir sus miserias en los recintos religiosos.