a obra literaria del escritor portugués António Lobo Antunes sigue sorprendiendo por su intensidad y crítica con la publicación de su novela más reciente Mi nombre es legión, que podrá encontrarse en librerías mexicanas a principios de julio próximo y de la que ahora ofrecemos a nuestros lectores un adelanto con autorización de la editorial Random House Mondadori. Mi nombre es legión, la historia cruda de ocho jóvenes delincuentes, es su primer texto después del cáncer que padeció, y aunque él mismo anunció que se trataba de su última novela, lo cierto es que el autor de Tratado de las pasiones del alma continúa escribiendo, y en octubre próximo se publicará en Portugal su nuevo libro Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar.
Los sospechosos en número de 8 (ocho) y edades comprendidas entre los 12 (doce) y los 19 (diecinueve) años abandonaron el Barrio 1º. De Maio situado en la región noroeste de la capital y tristemente conocido por su degradación física e inherentes problemas sociales a las 22:00 h (veintidós horas cero minutos) en dirección a Amadroa donde se cree que alrededor de las 22.30 h (veintidós horas treinta minutos) hipótesis sujeta a confirmación después de interrogatorios tanto a los sospechosos como a eventuales testigos hasta el momento no localizados robaron por el método denominado de la llave maestra
(sujeto también a confirmación y que anticipamos como probable debido al conocimiento del modu operandi del grupo)
2 (dos) vehículos particulares de mediana potencia estacionados en las inmediaciones de la iglesia a corta distancia uno de otro y en el lado de la calle en que las farolas fundidas
(¿vandalismo o estado habitual?)
permitían actuar con mayor discreción hecho lo cual se dirigieron hacia la salida de Lisboa por la autopista del norte utilizando la vía rápida que al no estar los vehículos provistos del dispositivo magnético necesario para su utilización registró las matrículas según fotocopia anexa además no muy nítida y se advierte respetuosamente al comando acerca de la urgencia de mejoras en el equipo ya caduco: fotocopia número 1 (uno) aunque legibles es verdad con una lupa adecuada.
Tenemos motivos para anticipar con base en actuaciones pasadas estas sí ya sometidas a prueba que los sospechosos se repartieron en los vehículos de acuerdo con el orden habitual o sea el llamado Capitán de 16 (dieciséis) años mestizo, el llamado Peque de 12 (doce) años mestizo, el llamado Rucio de 19 (diecinueve) años blanco y el llamado Galán de 14 (catorce) años mestizo en la parte delantera y los cuatro restantes, el llamado Guerrillero de 17 (diecisiete) años mestizo, el llamado Perro de 15 (quince) años mestizo, el llamado Gordo de 18 (dieciocho) años negro y el llamado Hiena de 13 (trece) años mestizo así apodado como consecuencia de una malformación en el rostro (labio leporino) y de una fealdad manifiesta que nos atrevemos sin reparos aunque contrarios a juicios subjetivos a calificar de repelente
(vacilamos entre repelente y repugnante)
a la que se añadía una clara dificultad en la articulación vocal muchas veces sustituida por falta de coordinación motriz y chillidos de fondo, revelándose la importancia de que el tal Rucio fuese el único caucásico
(raza blanca en lenguaje técnico)
y todos los compañeros semiafricanos y en uno de los casos negro y por tanto más proclives a la crueldad y violencia gratuitas lo que conduce al firmante al margen del presente informe a tomarse la libertad de poner en cuestión preocupado la justicia de la política de inmigración nacional. (Cerca de las 23.00 h (veintitrés horas cero minutos) los dos vehículos llegaron a la primera estación de servicio del trayecto Lisboa-Oporto a unos 30 (treinta) kilómetros de los peajes habiendo parado con los motores en marcha
(había sólo una furgoneta en uno de los surtidores) frente al establecimiento acristalado en el que se realiza la liquidación del importe de gasolina adquirida y donde se puede derrochar dinero en revistas periódicos tabaco
(espero que no en alcohol)
chicles y chucherías. En el citado establecimiento se encontraba el empleado conversando sentado frente a la caja registradora con el conductor de la furgoneta y otro empleado más viejo barriendo el suelo adyacente a la puerta de un despacho o cuarto trastero
(es de desear que no esté destinado a la venta clandestina de bebidas alcohólicas)
con la placa Prohibida La Entrada mal atornillada a la madera. Los sospechosos se pusieron gorras de lana y gafas oscuras y entraron sin prisa en el local
(de acuerdo con la declaración del empleado de la caja uno de ellos –y no consigue proporcionar datos de identificación del individuo– silbaba)
transportando escopetas de cañón recortado y pistolas del Ejército y me concedo una breve digresión a mi entender no enteramente desdeñable para subrayar si es que se me permite una nota íntima que las estaciones de servicio iluminadas por la noche al borde del camino hacen que me sienta menos desdichado y solo cuando regreso de Ermesinde los domingos de madrugada de la visita mensual a mi hija, el mundo con sus árboles confusos y sus poblaciones ya perdidas cuyo nombre desconozco me resulta demasiado grande para lograr entenderlo y las gasolineras próximas, nítidas, iba a escribir cómplices pero me he contenido a tiempo me aseguran que a pesar de todo poseo un lugar aunque ínfimo en el concierto del universo, alguien tal vez me espere ojalá descubriera en qué sitio con la taza de una sonrisa en un mantel amigo y yo conmovido señores, yo agradecido, pido perdón por insertar en un documento oficial y en papel del Estado este desahogo inoportuno y este deseo absurdo de compañía: girar la llave en la cerradura y o´ir en la despensa, en la sala, no me atrevo a sugerir que en la habitación una voz que pronuncia mi nombre
–¿Eres tú?
en vez del silencio de costumbre y de la indiferencia de las cosas de modo que las estaciones de servicio por la noche, escribía yo, se aproximan a la noción de felicidad que busco desde hace tanto tiempo. Adelante. Prosiguiendo el presente informe del que sin disculpa.
(soy consciente del error y me arrepiento de él)
me desvié los sospechosos transportando escopetas de cañón recortado y pistolas del Ejército entraron sin prisa
(uno de ellos, y la duda de cuál de ellos, silbaba)
en el local sin que el empleado de la caja ni el conductor de la furgoneta le prestasen atención ocupados en comentar la noticia de un periódico deportivo y fue el empleado que barría el suelo continúo al despacho o cuarto trasero.
(el cual no contenía, añade con alegría, bebidas alcohólicas, aunque no descarte, que falsarios no faltan, la hipótesis de que las hayan ocultado antes de mi visita)
quien se dio cuenta del asalto levantando la escoba y advirtiendo a su compañero
–Fíjate en estos chicos negros César
sin oportunidad para más consideraciones dado que una de las escopetas de cañón recortado disparó 5 (cinco) proyectiles consecutivos sin que se le notase sangre en la ropa, la sangre en la pared detrás de él después de caer con estremecimientos sucesivos o sea apoyando las nalgas en el suelo mirando a los sospechosos o sin mirar a nadie así como mi padrastro levantaba la cabeza ciega de los crucigramas rumiando sinónimos y la bajaba de nuevo llenado los cuadraditos con mayúsculas triunfales, la mano derecha
(del empleado no de mi padrastro)
se abrió, el del medio, que duró más que los otros dedos, se encogió un poco
(lo estoy viendo desde aquí)
y no sé si fuera el viento rozaba los arbustos o los dejaba en paz: durante siglos siendo niño pensé que los árboles sufrían, los tejos por ejemplo una congoja quieta, yo dándoles golpecitos a los troncos.
–¿A ustedes qué les pasa?
y ninguna respuesta, dolores secretos como en general las ramas, fingen continuar, los disimulan y no obstante cuando piensan que no los vemos fabrican un lagarto en una ranura de la corteza que es su forma de segregar lágrimas, el conductor de la furgoneta creyó retroceder un paso y protegerse con una pila de revistas sin retroceder paso alguno, una culata de pistola le dio en el hombro y en la mitad izquierda de los huesos que una ceja temblando protegía, se desencajó de la derecha, el que aguantaba el cólico renal era mi padrastro no con la ayuda de la ceja, sino de la palma empujándola hacia el interior de la cintura.
–No me atormentes ahora
y estoy seguro de los arbustos de la estación de servicio sacudiendo flores diminutas sin nombre, tantas hojas vibrantes deseando que las socorriésemos
–Yo yo
uno de los sospechosos rodeó el mostrador y vació el contenido de la caja en una bolsa, un automóvil bajó hacia los surtidores de gasolina porque surgieron bojes nuevos de la oscuridad, una claridad geométrica se fijó en el techo, aumentó y qué no daría yo por observar los bojes, el conductor de la furgoneta indiferente a ellos cojeó un paso en dirección a los faros con la ceja tirando de él y la mitad que no pertenecía a la ceja un peso blando resistiendo, el cañón de la pistola un humito, nadie se dio cuenta del ruido.
(¿me habría dado cuenta del ruido si hubiese estado con ellos?)
el conductor de la furgoneta de rodillas contra la voluntad de la ceja indignada con la desobediencia
–¿Qué es esto?
y esto es un pecho que cae, no una persona, un zapato dilatándose, la argolla de las llaves que se desprendió del bolsillo y la argolla qué extraño un ruido enorme, lento, el empleado de la caja sin entender el zapato inmenso ni las llaves, una nariz que resbaló hacia la boca
(¿la traga o no la traga?)
los
(no la traga)