Política
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La parálisis de la ciudad es muy visible aun en las zonas de moda y de negocios

Poco a poco los guantes se suman a la indumentaria de los capitalinos

Persisten las grandes filas y aglomeraciones en los centros comerciales del Distrito Federal

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En CoyoacánFoto Ap/ Gregory Bull
 
Periódico La Jornada
Jueves 30 de abril de 2009, p. 24

La parálisis citadina estremece. La mayoría de la gente sigue enclaustrada. En las calles del Distrito Federal este miércoles se confundía con un Viernes Santo y era tal la desolación, incluso en los barrios de moda y siempre concurridos, que ayer se podía conseguir sin problema estacionamiento en la Condesa.

Esa depresión que desde hace días es signo común de millones se convirtió en auténtico shock cuando, poco después de las tres de la tarde, se conoció que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la fase 5 de alerta.

A muchas personas esto les afectó aún más que cuando se anunció la fase previa, tal vez porque los días pasan y lejos de tenerse alguna señal de mejoría, todos los datos insisten en el agravamiento del fenómeno. Y así lo expresaban.

Porque en un gran número de hogares capitalinos el panorama es fatal: los padres sin su empleo y los hijos sin escuela.

Nadie hubiera imaginado así una víspera del Día del Niño. Y quizá por lo mismo, esta era ayer una ciudad aún más triste que en los días previos. Vacía. No están los chavos en las calles, y ya llevan así casi una semana.

Ya no se tragan la explicación piadosa de que estas son unas vacaciones regaladas. Extrañan su escuela y a sus cuates, a los que tampoco están pudiendo ver en estos días. Y algunos desafían las advertencias y salen a jugar futbol a la calle o se aventuran a los parques de la colonia. Pero son cada vez menos y por lapsos cortos.

Fueron sí, los primeros protegidos por el gobierno al clausurarles los centros escolares, y hasta ahora nadie ha salido a los medios de comunicación a hablarles a ellos, a decirles en un lenguaje asequible a su edad qué está pasando y qué pueden hacer para encarar la epidemia de influenza y para ocuparse creativa y lúdicamente en estos días. Nadie.

Mientras tanto, en el Distrito Federal, los peseros van vacíos. Y en las colonias, sólo en los talleres mecánicos que operan al aire libre se registra movimiento. A los comercios y negocios de giros diversos no se paran ni las moscas y en el Metro viajan pocos y sólo por estricta necesidad. En las rosticerías se forman largas colas para comprar pollos, mientras el solitario cliente de una librería en la avenida Nuevo León escucha la discusión de los dependientes sobre a qué hora –temprana– es más conveniente cerrar.

Pero contrario a lo que ocurría en los primeros días, hoy casi todo mundo usa cubrebocas. Y los que no, reciben miradas de desaprobación. Estornudar sigue tomándose como un delito de inconsciencia y toser, ¡bueno!

Desde ayer prolifera también la gente que ya incorporó los guantes a su indumentaria. Y de contacto físico, ni hablar.

Los supermercados concentran multitudes. La gente tiene miedo y compra mucha despensa porque siente que apenas se está en el umbral de algo aún peor y porque se han convertido prácticamente en el único lugar para socializar.

Este miércoles, a toda hora y por doquier, se conocían casos detallados de quienes fueron los que mandaron a descansar, eufemismo utilizado entre aquellos que súbitamente se quedaron sin materia de trabajo, pero que encierra también la incertidumbre sobre si les pagarán la quincena.

Y para colmo, ¡hacía un calor!