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Felipe Garrido
Veneno
Tarde, como todo, excepto los huracanes, la Ley de fomento para la lectura y el libro llegó a la Isla. “Con el precio único –decían unos– ahora sí habrá lectores.” Otros no veían cómo podría eso cambiar las costumbres de los isleños. Y el precio único era lo único que recibía atención en la ley. Don Atanasio Argúndez y Ávila, aquel juez de San Miguel de Adentro que creía en la justicia más que en las leyes, extravagante como era leyó la ley. Encontró propósitos buenos e inocentes, hasta que tropezó con la definición de libro mexicano : “Toda publicación unitaria no periódica que tenga isbn que lo identifique como mexicano.” Montó en cólera. “¡No basta!”, gritaba por las calles. “¡Eso es veneno!” Y explicaba, cuando se lo preguntaban: “Libro mexicano no es el que se trae de fuera y se edita en el país. Es el que escribe, traduce, ilustra, diseña la gente que vive en México y se dedica a esas cosas. Si eso no cambia, ¡veneno puro es la tal ley!” |