reyentes o no, tenemos que reconocer a la Iglesia católica el apoyo que históricamente ha brindado a la creación artística. Es indudable que ha dejado un legado notable a la humanidad. Baste pensar en la Capilla Sixtina, esa obra maestra que pintó Miguel Ángel en el Vaticano, en Roma, y las innumerables pinturas, retablos, esculturas, mobiliario y cuanto se le pueda ocurrir que adorna el monumental recinto.
Esto en menor escala se repite por todo el mundo cristiano. Aquí, en México, como se dice popularmente no cantamos mal las rancheras
, ya que contamos con un inmenso tesoro artístico que comienza por la arquitectura de templos, antiguos conventos, escuelas, beaterios y hospitales.
Un monumento representativo que inicia por el edificio y continúa con el acervo que resguarda, es la Catedral Metropolitana, que entre sus múltiples riquezas cuenta con una excelente pinacoteca que fundó el que fuese por muchos años canónigo y sacristán mayor, don Luis Ávila Blancas, quien lo fue también del hermoso templo de La Profesa, donde creo otra pinacoteca de enjundia.
El ilustrado y encantador canónigo paralelamente a esas funciones, desarrolló a lo largo de muchos años una impresionante exposición de 24 maquetas, con 350 figuras de cera de 30 centímetros, que son una verdadera maravilla. El título de la muestra es El acontecimiento guadalupano en la historia de México siglos del XVI al XIX. Es también una historia de la ciudad de México, ya que en las maquetas se muestran muchos incidentes que fueron trascendentales en la capital, como la gran inundación de 1629 que mantuvo anegada la ciudad durante cinco años. La escena está extraordinariamente representada con diversas canoas sobre las aguas, en una procesión con varios de los principales protagonistas: el clero, que conduce la imagen de la Virgen de Guadalupe a la que se le invoca que bajen las aguas y no haya otra catástrofe semejante; la acompañan las cofradías, los caciques indígenas, personas de alcurnia, todos notablemente bien representados y ajuareados. Cabe recordar que ya se le había solicitado tal petición –con poco éxito– a la Virgen de los Remedios, favorita de los españoles, quienes inclusive la nombraron generala
y la opusieron a la Guadalupana durante la guerra de Independencia, en la que esta última era la protectora de los insurgentes.
Otra maqueta reproduce la pintura mural de Félix Parra, donde el arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón proclama a la Virgen de Guadalupe, en el año de 1737, como patrona principal de la ciudad de México, a petición del ayuntamiento y cabildo de la Catedral, en agradecimiento de haber cesado por su intervención, la terrible mortandad que causó la epidemia del matlazáhuatl.
Varias crónicas se podrían dedicar a describir cada una de las notables escenografías que sólo pudo hacer posible la pasión, perseverancia y profundos conocimientos históricos del padre Ávila Blancas. La exposición se resguarda en el sótano de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe Reina del Cielo, situada en la calle de Jerusalén 29, en la colonia Romero Rubio. Se puede visitar gratuitamente los sábados y domingos de 11 a 14 horas. Es indudable que la muestra merece mejores condiciones tanto para su visita como para su resguardo.
El sitio ideal sería sin duda el antiguo Palacio del Arzobispado, actualmente convertido en museo, custodiado por la Dirección General de Promoción Cultural, Obra Pública y Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, que dirige el arquitecto José Ramón San Cristóbal, culto y sensible, quien no dudo que vea con buenos ojos la idea, ya que aquí justamente, se apareció la imagen de la Guadalupana en la tilma de Juan Diego, cuando éste la extendió frente al obispo Juan de Zumárraga, que ahí habitaba, cuenta la leyenda-historia.