Opinión
Ver día anteriorDomingo 19 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A diez años de la huelga en la UNAM
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ace 10 años una huelga estudiantil inicialmente masiva y siempre muy fuerte y numerosa, incluso en sus peores momentos, paralizó durante un año la principal universidad de México, la más importante en lengua española y una de las mejores del mundo, y logró impedir la privatización de la enseñanza pública promovida por el PAN-PRI como parte del movimiento de eliminación de los restos de la Revolución Mexicana, que comenzó con Miguel de la Madrid y que llevó a Vicente Fox al gobierno con el apoyo de Zedillo.

A diferencia de las huelgas anteriores, la que estalló el 20 de abril de 1999 no contó con el apoyo de ninguna de las instituciones, dado que el plan del rector Francisco Barnés contaba con el apoyo de PRI, PAN y PRD, con el sostén inicial del gobierno capitalino del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, de todos los medios excepto La Jornada, y de la gran mayoría de los profesores. Fue una respuesta masiva y desorganizada, pero sumamente combativa, de la gran mayoría de los estudiantes que se autorganizaron para resistir el embate de los medios de comunicación adversos, de las autoridades y de los enterradores políticos de todo tipo, que querían reducir el impacto y la duración del movimiento para que no dañase la imagen electoral del gobierno capitalino. Los estudiantes cerraron la UNAM, la ocuparon, organizaron allí la defensa de las instalaciones y comedores masivos. Lo hicieron con errores y excesos y sin buscar suficientemente la colaboración de los trabajadores sindicalizados o de los profesores (fuimos, en efecto, contados los que hablamos en las facultades ocupadas y apoyamos el movimiento desde el comienzo). Pero esos límites, así como los amplios márgenes que existieron en el movimiento para el sectarismo, la violencia irracional, el primitivismo de los grupos ultras e incluso para la actividad de provocadores policiales (como los que atacaron físicamente a La Jornada, el único diario que apoyaba al movimiento), no son imputables a las decenas de miles de estudiantes que sostuvieron la huelga.

Sus antecesores habían luchado sin obtener lo que esperaban en el 68, habían sufrido la sangrienta represión en Tlatelolco y habían sido estafados en sus esperanzas de cambio cuando el fraude a la candidatura presidencial triunfante de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Lejos de avanzar, el país había retrocedido profundamente, los ingresos reales habían disminuido notablemente, la población se había visto despojada de conquistas y esperanzas, marginada, las familias populares estaban empobrecidas. La política económica neoliberal –promovida por las autoridades universitarias y por la mayoría de los profesores como la única posible– había desmoralizado, despolitizado, reducido el nivel cultural general. Los sindicatos eran cada vez más débiles y menos democráticos, la izquierda se había suicidado e identificado con el PRD, un partido que cada vez más mostraba por qué había nacido del PRI y que ponía sus necesidades propias por sobre las de las víctimas del capitalismo. Sin ejemplos organizados de ningún tipo y sin sus supuestos mentores (los intelectuales y profesores que en su inmensa mayoría desertaron o eran partidarios del orden) esos estudiantes sin experiencia, más pobres, menos preparados, más llenos de rabia ciega que sus antecesores, o no supieron escapar de las tentaciones sectarias o no pudieron oponerse a las medidas de los oportunistas que querían subordinar los movimientos a las necesidades del PRD del DF o de los ultraizquierdistas, cuyas maniobras y violencia alejaban a la mayoría de los estudiantes, aunque éstos apoyaban las reivindicaciones de la huelga (sobre todo la gratuidad de la enseñanza y su carácter público, la democratización de la universidad, la realización de un congreso universitario democrático y el repudio a que el valor y contenido de la enseñanza fuese evaluado por una empresa privada, como el Ceneval). La huelga fue por eso un gran triunfo en la lucha contra la privatización de la enseñanza, pero terminó mal debido a la sectarización de sus dirigentes y al llamado al orden policial efectuado por un puñado de profesores e intelectuales progresistas, dando un duro golpe a la autonomía universitaria y al estudiantado.

Desgraciadamente, a diferencia de otros países (como Uruguay, Argentina, Chile), el movimiento estudiantil mexicano no está organizado permanentemente en centros de estudiantes, con una composición plural, donde se aprende a discutir, a diferenciarse democráticamente, a proponer, a funcionar ganando y respetando las mayorías, a confrontar ideas. Sólo excepcionalmente –como con el rechazo a la privatización de la enseñanza, reivindicación muy popular fuera de la misma universidad– los estudiantes buscan llegar al resto de la población con propuestas políticas unitarias o formar frentes con otros sectores o luchas. Además, como no tienen continuidad organizativa, tampoco la tienen en lo político y cada generación estudiantil debe así volver a aprender desde cero, sin hacer balances del pasado.

Como entre la mayoría de los profesores e intelectuales, por un lado, y los estudiantes, por otro, hay un vacío generacional y social que está, sobre todo, determinado por la institucionalización y profunda integración con el orden del Estado de los primeros, y como los estudiantes no tienen partidos ni dirigentes políticos que les escuchen y enseñen y que tengan autoridad política y moral, en las aulas hay una aparente apatía de la mayoría y una radicalización de una minoría… hasta que la crisis del país lleva a un nuevo estallido ciego, lleno de rabia, a la griega, sin propuestas. Hacia eso vamos, porque los sectores que pagaban una educación privada a sus hijos ya no pueden hacerlo y se orientan hacia la UNAM, la cual no da abasto porque le cortan los fondos y las autoridades no han aprendido nada del derrumbe capitalista ni del pasado. Nadie liga la necesaria reforma de la enseñanza con la democratización en la UNAM y en el sindicato de trabajadores y en el país. Pero la crisis del capitalismo sigue arrojando carbón a las calderas…¿Hasta cuándo?