e nos fue Alejandro López y Don Goyo, la Volcana y muchos más nos quedamos tristes. Nuestra solidaridad cariñosa con Esperanza y todos los suyos.
La crisis se ensaña con los vectores más dinámicos de la actividad económica moderna y los datos más recientes hablan de una caída anualizada de la industria del 13.2 por ciento, la mayor desde la hecatombe de 1995. Las manufacturas, donde debería alojarse la posibilidad de innovación y la fuente de actividades cada vez más productivas, resienten una contracción superior, de 16.1 por ciento, una caída sin precedente en la historia moderna de México
(Israel Rodríguez, La Jornada, 18/04/09, p.16).
Para el Banco de México, estos y otros datos apuntan a un declive anual de la economía nacional superior al 1.8 por ciento que había pronosticado hace unos meses, cuando fue regañado por catastrofista por Calderón desde las cumbres heladas de Davos. Todo eso pasó, pero la fiebre del desempleo y el mal empleo, la ocupación indigna e indecente, se apodera del cuerpo social mexicano, como lo revelan Roberto González Amador y Juan Antonio Zúñiga en su reportaje de este sábado en La Jornada. Es en los jóvenes donde la fiebre se vuelve crónica y la convivencia auténtico delirio: la violencia criminal en las ciudades fronterizas que se expandieron gracias a la industrialización exportadora de las últimas décadas, no puede separarse más del hecho duro y cruel de que es ahí, donde se instaló el progreso neoliberal y su modernidad epidérmica, donde el desempleo es mayor y la desesperación no encuentra consuelo en la informalidad o la familia extensa. En esos parajes lo que hay es crujir de dientes y desolación infantil y juvenil sin parachoques ni instituciones de consuelo o protección. El espejo donde ahora todos debemos empezar a vernos.
No es exacto que estemos preparados y blindados
frente a un agravamiento de la recesión productiva y una ampliación exponencial del desempleo. Tampoco lo es que la línea flexible de crédito contratada con el Fondo Monetario Internacional sea garantía de que podamos capear un temporal renovado de quiebras financieras alrededor del mundo, ahora como consecuencia del encanijamiento del subconsumo y del consecuente aumento de las carteras vencidas. Festinar el relajamiento financiero que ese dispositivo sin duda entraña, no contribuye a vender tranquilidad en un entorno sometido ya no al estancamiento estabilizador sino, como en el caso de la industria, las manufacturas o la construcción, a la caída libre.
Como lo ha documentado el acucioso investigador Enrique Dussel Peters (Monitor de la manufactura mexicana
#7, marzo 09), lo que se sufre hoy agudamente recoge una tendencia de mayor plazo a la desarticulación productiva y en especial de la manufactura, que lo lleva a hablar sin ambages de una abierta desindustrialización nacional a pesar de los grandes saltos exportadores de fin de siglo. Y es en este escenario donde se teje sin cesar el drama social de un país con sus jóvenes en la desocupación y sin acceso a la educación superior. Un drama que con la sola maduración demográfica nos acerca a una tragedia social a mediados del siglo XXI.
Es de esta realidad que debe hablarse fuerte y pronto, porque en las cifras alarmantes de la coyuntura hierve el caldero de una crisis mayor que pone en jaque lo que nos queda de cohesión social y lo que han dejado vivo del edificio de esperanza democrática que tanto trabajo llevó y tanto dinero ha costado desde aquellos festivos años de la transición que aterrizaron en la bochornosa y dispendiosa alternancia del nuevo milenio. La mitomanía foxiana se volvió sistema político y la cosa se ha puesto grave.
No es un país inventado el que habitamos. Pero la comunidad imaginada
de que nos hablara Benedict Anderson, que de los setenta a los ochenta del siglo pasado nos permitía hablar de proyecto nacional, y hasta de disputa por la nación, no está más con nosotros. Por eso es que el rescate no puede reducirse a las finanzas o las empresas endeudadas. Tiene que haber y pronto un rescate social que para serlo debe ser también intelectual y moral.
La nueva era
para la región norteamericana que pretende Calderón no puede sustentarse en el intercambio de dólares y capital por mano de obra barata y abundante. Eso es mala y vulgar economía y en realidad su momento pasó, era la gran promesa
del cambio globalizador de fin de siglo.
Lo que urge es pensar en una integración progresiva que desde su arranque sea imaginada y diseñada para la seguridad y el bienestar modernos, que nada tienen que ver con el patio trasero
de basura y desperdicio social en que dicho intercambio entre capital gringo y trabajo mexica convirtió a la frontera norte de México. En ese tiradero, insisto, debemos vernos y reflejarnos. A través de este espejo queda ya muy poco y hay que asumirlo.