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A la Mitad del Foro

México de colores

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Habitantes de Trinidad y Tobago se manifiestan en demanda de mayor acción social, frente a la sede de la Cumbre del Pueblo, que se desarrolla al mismo tiempo que la Cumbre de las Américas, en Puerto EspañaFoto Reuters
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eni, vidi, vici, pudo decir Barack Obama al abordar el Air Force One y volar rumbo a Puerto España. Si hubiera tenido tiempo. No era visita de Estado, debió decirse una y otra vez en el ágora electrónica erizada de armas, transmisora del estado de sitio. Si hubieran tenido tiempo y voluntad política. O, al menos, conciencia de la oportunidad que, como Obama, vino y se fue.

La crónica de color dominó la escena. Nota roja en lugar de crónica del cortejo de notables de nuestra aristocracia pulquera, a cargo del Duque de Otranto. De la pluma del Duque Job, ni hablar. Todo fue, porque así lo quiere el gobierno, porque así lo ha querido la industria de la comunicación masiva: relato de la guerra contra el crimen organizado; llamados a combatir hasta la última gota de sangre; proclamas de la Ley del Talión y, desde luego, elogios sin fin al valor del Presidente que decidió no dar un paso atrás y recuperar el territorio y dominio cedidos por cobardía o complicidad a los capos y capitostes del narcotráfico. Elogios cortesanos y elogios sinceros. En toda guerra, la primera víctima es la verdad. Y si las únicas noticias de la República son las del recuento de cadáveres y el repiqueteo de las metralletas, la visita del presidente del país vecino se reduce a crónica de un estado de sitio.

Y en momentos en que aires frescos soplan en la América nuestra, cada día menos nuestra. El impacto de Barack Obama entre las ruinas del enriquecimiento sin límites y las operaciones financieras globales sin regulación alguna sobrepasa las mejores expectativas de los escépticos y desilusionados con la política y los políticos de la codicia al servicio de la avaricia; exhibe los alcances del cambio en las respuestas histéricas de la ultraderecha estadunidense del fundamentalismo y los neoconservadores: en círculos libertarios del middle America escenifican fiestas de té bostonianas, sin disfraces de pieles rojas, con vestimentas de puritanos del siglo XVIII, el de las Luces, para lanzar la anacrónica acusación: Obama socialista; Obama comunista. Dondequiera que ha ido, ha estado en contacto con multitudes. En México no.

Cierto, venía de paso. Pero traía el valor de la palabra y el compromiso político con el cambio; con un cambio que una vez resuelta la pavorosa crisis de la recesión global, permita recuperar el crecimiento económico, hacerlo sustentable y, sobre todo, que sea de abajo a arriba, para que los hijos y los hijos de los hijos de la primera crisis del tercer milenio tengan acceso a la salud, a la educación y al empleo. Lo dijo en uno de sus discursos en el viaje de paso entre el Campo Marte, la escenografía montada en torno al monumento a Madero, los salones de Los Pinos y el Museo de Antropología. Si las imágenes dicen más que 10 mil notas de color, la de Gabriel García Márquez emana poder y Elba Esther Gordillo supo enlazarse al aura beatífica del escritor taumaturgo.

El resto fue fiesta deslumbrante de paz con los bárbaros a la puerta y las guardias pretorianas vigilantes, presentes en todas las pantallas de televisión, en todas las primeras planas de la prensa escrita, en todas las narraciones de la radio. Obama asumió la corresponsabilidad en el pavoroso problema del narcotráfico, su consumo y el trasiego de armas y dinero. Incuestionable logro. Aunque nadie habló del muro que erigen a lo largo de la frontera, desde las playas de Tijuana hasta el antiguo Paso del Norte y, al otro lado del Bravo, hasta Matamoros. Y si hablaron del muro insultante, inútil, lo hicieron en privado. En público, Felipe Calderón habló de una nueva era, cuando apenas tocaron el espinoso tema migratorio y apenas hubo esbozos de la ingente tarea común, global, de enfrentar la recesión; nada audible sobre comercio, de transformar el nomadismo en oportunidad de colaboración educativa; de revisar las disparidades en lo agrícola y las inequidades en lo laboral y ecológico: trabas al TLC-NAFTA; justos motivos de queja de campesinos mexicanos y de obreros estadunidenses.

Y a pesar del encuentro amable, la buena química, la aceptación de corresponsabilidad y el reconocimiento a la decisión y al valor con los que Felipe Calderón combate al narco, crece la amenaza a la seguridad nacional, persiste el riesgo de eternizarnos en el estado de sitio ficticio. Antes de volar a Trinidad y Tobago, Barack Obama llamó a Luiz Inacio da Silva, Lula, presidente de Brasil, para obtener su apoyo ante el amago de los nueve presidentes integrantes de la Alternativa Bolivariana para las Américas. Hugo Chávez había anticipado que los de Alba vetarían la declaración final de Puerto España. Desde México, Obama habló con su amigo Lula sobre la manera de mantener un enfoque positivo en la agenda de la reunión, según informó Jeffrey Davidow a la prensa. Y lo lograron. Hugo Chávez y Evo Morales estrecharon la mano de Barack Obama.

No me gusta hablar por hablar, dijo Obama: no se trata de debatir sobre el pasado sino de resolver qué hacer para el futuro; no puede haber un socio principal entre nosotros, sino una sociedad de iguales que comparta ideales y principios. No hizo promesas. Sabe reconocer las fallas propias, el trato imperioso de su país; pero también dejar en claro que los de la América nuestra no podemos culpar de todo, por sistema, a Estados Unidos de América. Daniel Ortega habló del intento de invasión a Cuba en Playa Girón, en 1961; Barack Obama le agradeció que no me culpó de cosas que ocurrieron cuando yo tenía tres meses. Y Cuba dejó de ser fantasma, su ausencia se hizo presencia en el concierto que demandó poner fin al bloqueo económico. Felipe Calderón asistió a la quinta Cumbre de las Américas. Sobrio, serio, seguramente cumplió lo que se había propuesto.

Por lo visto, hace falta algo más que la amenaza compartida de la violencia criminal. Obama vino, vio y venció. Pero no convenció porque el gran orador, el conductor político del cambio generacional y del paradigma económico-social, no tuvo contacto directo con los mexicanos del común, con las masas. Las medidas de seguridad no fueron, no pueden haber sido distintas a las aplicadas en Turquía, en Londres, en Praga... en Irak. Hace falta algo más. Francisco Martínez de la Vega, periodista y mexicano de excepción, fue gobernador de San Luis Potosí. Llegó al cargo durante el sexenio de su amigo Adolfo López Mateos. Ya ex gobernador, recibió a unos campesinos del altiplano que le solicitaron pidiera al presidente Luis Echeverría que los recibiera porque necesitaban tratarle asuntos importantes. Pero si Echeverría acaba de venir y estuvo en su pueblo, les dijo. Sí, Paquito. Vino, pero no estuvo; pasó por aquí, le contestaron.

Mal andan las cosas electorales en el partido en el poder y salta a la palestra Vicente Fox. El de la incontinencia verbal guardó durante años silencio en torno al trato de mozo de estribo que le dio George W. Bush. Y al ver a Calderón en diálogo cordial con Barack Obama, Fox grita a voz en cuello que los de Bush nada más le dieron palmaditas en la espalda. Y Manuel Espino acampa en la antesala de Germán Martínez; no lo reciben y declara a la prensa que las candidaturas se decidieron por dedazo y en Los Pinos.

Vienen las fiestas del centenario. Las autoridades laborales están pa servirle al patrón. O son cómplices de Minera México. Persiguen, acosan, atropellan a los mineros en Cananea. Van a perder hasta el modo de andar.