Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Sombreros en el ruedo

A

propósito del quinto y último festejo novilleril realizado en el pintoresco Cortijo Los Ibelles el pasado 5 de abril, muchas cosas dejaron en el tintero quienes cubren la parte informativa, habida cuenta de que la crónica, por no decir los telegramas informativos a que la han reducido, poco alcanza para la reflexión.

Fueron cinco muchachos triunfadores en las novilladas previas, cuyos nombres aún no dicen nada, pero con cualidades que los pueden llevar muy lejos: Miguel Alejandro, José Miguel Parra (oreja a ley), José Mari (vuelta con fuerza), Rodrigo Ochoa (faena enjundiosa y cornada) y el último, aunque el más elocuente, sólo con los apellidos Mirafuentes de Anda (oreja, pues aún sin saber ya sabe decir), quienes enfrentaron un disparejo encierro de Xajay que permitió ver sus respectivos niveles anímicos, técnicos y expresivos. Cantera torera inacabable, pues.

Los fundamentalistas levantaron la ceja, pero el grueso del público aplaudió la gracia y figura de una bella joven que con paso cadencioso llevaba hasta los medios la pizarra anunciando nombre, peso y número del novillo a lidiar. Son transgresiones a la tradición que benefician, mientras que la falsa ortodoxia –novillos por toros, docilidad por bravura– perjudica.

Fue emocionante la entrega y afición de los novilleros, que a su verdor aunaron ganas de ser, de poder disfrutar en la cara del toro, independientemente de sus condiciones para la faena convencional. Todo animal de lidia es propicio para el lucimiento, dice la frase hecha, pero sólo en la medida en que su matador tenga un concepto amplio de la lidia y del lucimiento.

Mirafuentes de Anda –el hombre hace al nombre– enfrentó a Pajarito, el novillo más hecho del encierro y en cuanto se abrió de capa el público tuvo que fijarse en él. Espigado y quieto, literalmente deslumbró con su parsimonioso juego de brazos y de cintura al plasmar unas verónicas de ensueño.

Iniciaba su faena Mirafuentes cuando fue feamente prendido y el novillo casi le deshizo el traje. Sin mirarse la ropa, el muchacho volvió decidido para desplegar una sucesión de muletazos con tal sello, que en pocos minutos buena parte del ruedo quedó tapizada de sombreros. ¿Por qué? Porque este torero trae duende, magia, poesía y misterio en su expresión, hasta hacer que en el alma de quienes miran se realice el milagro de la tauromaquia intemporal. Tras volcarse en la estocada brotó espontánea la apoteosis.