n la imponente Plaza de Santo Domingo se encuentra uno de los edificios más bellos de la ciudad de México que alojó al siniestro Tribunal del Santo Oficio, popularmente conocido como la Inquisición, que se estableció en la Nueva España en 1571. En alguna ocasión mencionamos que las primeras construcciones sufrieron hundimientos y a mediados del siglo XVIII nombraron al notable arquitecto don Pedro de Arrieta, Maestro Mayor de Arquitectura y Albañilería de la Inquisición, para que construyera un nuevo edificio, que es el bello palacio que aún podemos admirar. En 1738, justo un año después de haber concluido la obra, por la que ganaba dos pesos diarios, murió en la miseria.
El hermoso edificio es de tezontle rojizo finamente trabajado, decorado en marcos, molduras y adornos con elegante cantera gris plata y se distingue por dos rasgos notables que le imprimió Arrieta. El primero, es achaflanar la esquina y colocar en ella la entrada, con lo que se logró que el edificio gozara de ambas calles y diera directamente a la plaza. Esta particularidad dio origen a que se le conociera como la Casa Chata. Otro detalle admirable se encuentra en el patio principal: los arcos de las esquinas, que al carecer de columnas dan la impresión de estar en el aire, colgando como un gran arete, maravilla arquitectónica que nos continúa asombrando.
Durante casi 300 años funcionó aquí el funesto Tribunal del Santo Oficio cuyos autos de fe se celebraban, algunos, en la Plaza de Santo Domingo y otros en el Zócalo, o en el quemadero que tenía frente a la Alameda.
En 1820 se ordenó la desaparición en México del Tribunal del Santo Oficio y el majestuoso edificio fue puesto en venta. Paradójicamente, después de ser propiedad por un breve tiempo del arzobispado, en 1854 lo adquirió el Estado para que fuera la sede de la Escuela de Medicina, con lo que pasó a ser del palacio de la muerte al palacio donde se formaban los que van a salvar vidas. Para adaptarlo para ese propósito se le hicieron diversas adecuaciones, Entre otras, se le agregó un tercer piso. Un detalle sombrío de esa época luminosa del recinto, es que en las habitaciones de los estudiantes se suicidó ingiriendo veneno, el poeta Manuel Acuña, tras su decepción amorosa por el rechazo de Rosario de la Peña.
Al trasladarse la Facultad de Medicina a Ciudad Universitaria, se restauró el edificio, quitándole el tercer piso y devolviéndole su antiguo esplendor. Actualmente es sede del Centro de Estudios Superiores de Medicina y aloja una biblioteca, una esplendorosa botica del siglo XIX, con su contrabotica, donde preparaban y guardaban los medicamentos en hermosos frascos, morteros y objetos diversos de porcelana y cristal que nos hacen evocar a los alquimistas medievales. Otro encanto de este palacio es su Museo de la Medicina, verdaderamente interesante, ya que muestra el desarrollo de esta ciencia desde la época prehispánica y una sala de radiología con los aparatos que usaron los abuelos. Durante muchos meses estuvo cerrado al público por reparaciones y ahora se reabrió más bello que nunca. A las instalaciones mencionadas se agregaron unos consultorios antiguos de médicos ilustres como Donato Alarcón, una impresionante sala sobre el origen y desarrollo del ser humano y una pequeña, pero sustanciosa, pinacoteca virreinal.
Los estudiantes de la Escuela de Medicina solían irse de pinta a una cantina que se encuentra en la plaza, en la esquina con Belisario Domínguez, llamada Salón Madrid, a la que los incipientes médicos bautizaron como La Policlínica
y dejaron como testimonio de afecto, placas que recuerdan los buenos momentos etílicos que ahí disfrutaron. El recinto, con lambrines de madera, gabinetes recubiertos de piel color vino, mesas para dominó y una amplia barra, tiene botana diariamente que casi siempre incluye apetitosos caracolitos y platillos a la carta, además de buenas tortas.