o sabemos hasta dónde va a llegar esto. Sí sabemos que el declive en la producción y el empleo se afirma como tendencia dominante, mientras que el sistema financiero internacional no da señales claras de poder asimilar los rescates para ponerse a funcionar de nuevo. De aquí que ya no sea catastrofismo hablar de una recesión prolongada o de una situación depresiva en la que una variable negativa infecta a otra hasta llegar a una caída libre de conjunto del sistema económico.
El espectro de la Gran Depresión que llevó al mundo a los peores extremos imaginables (fascismo y nazismo; dictaduras variopintas; decaimiento social y destrucción de capacidades productivas; totalitarismo disfrazado de alternativa al capitalismo con Stalin; la guerra) se vuelve hoy un jinete solitario que reúne todas las variantes apocalípticas: desarticulación económica, postración social en gran escala, hambre, deterioro acelerado del resto de la naturaleza. Y así, hasta llegar al País de las Maravillas, como solía llamarlo Armando Labra, donde nada o casi nada pasa… tal vez porque ya pasó.
Sabemos que como el resto del mundo, pero con retraso, el gobierno decidió un programa de emergencia para capear el temporal y evitar que la reducción inevitable del empleo producida por la de las exportaciones se volviera turbina endemoniada y contaminase al resto del cuerpo económico y social. Pero al día de hoy, lo que no sabemos es si dicho programa en efecto se puso en marcha y si logró algunos de sus propósitos.
Lo que la información pública nos dice es más bien lo contrario. No pasa día sin que algún dirigente empresarial advierta que el dinero público para la infraestructura no llega o que lo dispuesto para financiar los paros técnicos
en las exportadoras simplemente no aparece por ningún lado, a pesar de que las ventas foráneas se contraen estruendosamente (30 por ciento en febrero).
De los superplanes de empleo tampoco hay noticia buena, aunque sí algunas muy dialécticas: la embestida contra los mineros se redobla y la amenaza de cierre de minas dejó de ser una bravata más del hacendado frustrado que posee buena parte de la minería nacional y los ferrocarriles antes llamados nacionales.
De los programas de protección social sabemos que siguen su curso y por eso podemos adelantar su insuficiencia para sortear el chaparrón de empobrecimiento que las crisis de alimentos desataron y que el desempleo y la recesión intensificaron. Por lo pronto, recordemos: según Fernando Cortés, investigador de El Colegio de México, en 2006 la pobreza urbana de patrimonio
afectaba a 23.6 millones de mexicanos, cifra similar a la de 1992 (23.1 millones), mientras que la pobreza alimentaria
dañaba a cerca de 5 millones (6.8 en 1992). En el campo, la pobreza alimentaria llegaba a 9.4 millones de personas y la de patrimonio a 21; 14 años antes, las cifras eran 11.8 y 22.9 millones respectivamente. Se trata de magnitudes del miedo, cuyo peso específico no debe soslayarse.
En materia de seguridad social hay visos de avance, pero hacia un abismo de ilegitimidad y desorden: con la corrosión de que da cuenta el travestismo del dirigente sindical del IMSS no se puede esperar sino más corrupción en el sistema, más cinismo en el servicio, más autoafirmación y autocomplacencia de los próceres de un anticorporativismo que en los hechos y en los dichos es más bien un himno al capitalismo salvaje no de estos sino de otros tiempos: del outsourcing para atrás y sin parar.
Algo hay que hacer y no sólo para ganar votos. El gobierno tiene que responder a los reclamos y señales de la realidad hoy articulados por la conciencia difundida de la recesión, pero que pronto pueden volverse torrente sin cauce, porque no hay a la vista una opción consistente a la guerra distributiva que se ha instalado en todas partes y que como premonición lúgubre escenificó un episodio alucinante en la majadera guerra del agua
contra el DF declarada por el señor Luege.
Aquí no ha habido castillo de naipes financiero, ni la devaluación del peso ha ido a mayores; el peligro de un déficit externo incontrolable parece haberse alejado, gracias a las líneas de crédito externo, y la pulmonía exorcizada por oportunas dosis de antibióticos con cargo al crédito externo y el seguro petrolero. ¿Todo bajo control, entonces? ¿Sin novedad en el frente occidental?
Ni mal ni peor sino todo lo contrario, porque aun sin estos descalabros la economía no sólo no crece sino se contrae a paso de ganso y el desempleo no encuentra alivio en la informalidad o la emigración. El nudo impuesto al crecimiento por largos años de estrategia estabilizadora a ultranza y de pueril confianza en las bondades de la apertura externa, se ha apretado y amenaza con llevarnos a un hoyo negro que parece sin salida.
Para hacer algo y bueno, hay que tener claro de dónde venimos y es aquí donde empieza la enorme grieta mental del grupo gobernante y los aliados que le queden. No venimos de un siglo perdido, sino de 25 años de porfiado desatino que hoy se nos presenta como panorama reaccionario en un cuadro dantesco de resurrección de lo peor corporativo que, sin un centro que le ponga coto, deviene abierto saqueo y persistente y majadero abuso de poder.
Es en esta perspectiva que adquiere racionalidad funesta la propaganda protofacista del PAN y se vuelve ominosa la prudencia dizque de estadistas de los partidos de la oposición. El verdadero peligro para México asoma sus narices en la figura patética del señor Martínez, pero el silencio político que lo rodea sugiere algo peor: que el peligro puede haberse instalado ya entre nosotros.