a reciente presentación, en el Teatro de la Ciudad, de ese buen trompetista que es Chris Botti, motivó algunas observaciones interesantes, que van desde lo musical hasta lo social, con algunos temas intermedios. De entrada, el recordatorio de que lo palurdo no se le quita, ni de lejos, a la gran mayoría del público mexicano.
Botti inició su concierto en una versión híbrida del Ave María, de Schubert, y en el momento en que hizo sonar una larga, larga nota tenida (muy bien tenida, por cierto), el no-tan-respetable se soltó a aplaudir a media pieza. ¡Qué público tan desconocedor, que se pierde la música y se deja apantallar por los alardes técnicos! Es el mismo tipo de ignorancia que lleva a las masas a delirar con el falsete más largo, y a poner los ojitos en blanco ante la menor insistencia del violín huasteco. ¿Cuándo aprenderemos?
Durante el resto de su trayecto musical de esa noche, Chris Botti transitó por un repertorio más que ecléctico, dispar en lo genérico y en lo estilístico, que me dejó dudas sobre la dirección en la que tiene (o no) apuntada la campana de su espléndida trompeta. Porque no hay duda alguna de que Botti posee los elementos técnicos y expresivos suficientes para estar en la primera línea entre sus colegas.
Me pregunto, sin embargo, qué rumbo lleva en lo que se refiere a la música que quiere tocar. (¿O quizá alguien le advirtió de las enormes limitaciones del público mexicano, y él procedió a armar su programa en consecuencia?). A lo largo de la noche, Botti y sus músicos acompañantes pasaron del cool al hot, tocaron de pasada la fusión, se asomaron al bebop, atacaron la balada, interpretaron algo de mellow jazz, siempre en el contexto de la técnica expertamente dominada y de un buen conocimiento de sus referentes musicales.
Si algo hay que admirarle a Botti en el ámbito de esa dispersión de repertorio es su reconocimiento explícito de la figura del enorme Miles Davis como su espíritu mentor. De ahí que el momento señero del programa haya sido su propia, personal versión de Flamenco sketches.
En mi opinión, cualquier trompetista que tenga tan cercano (y tan bien aprendido) a Miles Davis, ya tiene una buena parte del camino andado. Y es evidente que Botti está caminando con gusto y conocimiento de causa ese camino.
El trompetista y su banda abordaron con sapiencia algunas piezas y algunos músicos que ya son emblemáticos, como Caruso, The look of love, What’ll I do, algo de Leonard Cohen y parte del soundtrack creado por Ennio Morricone para Cinema Paradiso. El comentario de Chris Botti en el sentido de que éste es su filme favorito de todos los tiempos quizá explique un poco cierta tendencia de su repertorio hacia la ligereza. Más allá de esto, lo cierto es que Botti es un trompetista de primera, que aun cuando incursiona (poco) en estilos y lenguajes de mayor octanaje sonoro, se mantiene del lado del control y de la claridad en la ejecución instrumental.
Su sonido es muy hermoso a lo largo de todo el rango de su trompeta, pero su registro grave es particularmente notable: cuando Botti exhala desde las regiones profundas de su instrumento, aquello suena como bronce fundido, cálido, dúctil y pleno.
Esa noche, Botti presentó a un par de invitadas. La primera de ellas, la violinista Lucia Micarelli, de buen sonido, y de tendencia musical claramente enfocada hacia las regiones del New Age. Más tarde, Botti presentó a una cantante que, si bien no es poseedora de una voz espectacular, sí es muy hábil para el scat, y en este estilo realizó un par de muy buenos duetos con el trompetista.
Durante el concierto, Botti tocó amplificado, con una sabrosa dosis de reverberación que, en lo personal, aprecio porque me recuerda resonancias catedralicias. Pero no había truco: al final de la noche, en homenaje a Frank Sinatra, Botti arrojó lejos de sí el micrófono y tocó unplugged. También así, al natural, la trompeta de Chris Botti ofreció un sonido de gran pulcritud y equilibrio.
Semanas antes, en el Zinco, pude escuchar al grupo Jensen Five, comandado por la trompetista Ingrid Jensen, con un jazz mucho más astringente, aguerrido y demandante. ¡Cuántas cosas tan diversas pueden hacerse con una buena trompeta!