l 27 de diciembre de 1994 llegamos a Chiapas por primera ocasión los legisladores de lo que después sería la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). Una sola aspiración nos unía a todos los miembros de aquella comisión: la paz en Chiapas con justicia y dignidad.
La desconfianza inicial y explicable del EZLN frente a la comisión legislativa fue desvaneciéndose, en la medida en que el trabajo colectivo empezó a demostrar, por la vía de los hechos, que el objetivo de la pacificación en Chiapas no era un ejercicio declarativo sino una convicción colectiva de aquella rara comisión legislativa.
Desde entonces y hasta ahora, el propósito de una solución justa y digna a las causas que originaron el levantamiento armado zapatista en 1994 ha sido el referente de mi presencia en Chiapas. Quince años he sido testigo del acontecer chiapaneco y modesto colaborador en algunas tareas legislativas o públicas relacionadas con los trabajos de pacificación en el estado. Muchas enseñanzas ha traído consigo al mundo y al país el levantamiento zapatista. Muchos paradigmas cayeron y varios nuevos aparecieron.
En medio del mar de descalificaciones, los integrantes de la Cocopa aprendimos que en las comunidades indígenas hay otra forma de entender la vida y, por lo tanto, otra forma de relacionarse. El tiempo, los modos, los sueños y hasta el andar en las comunidades indígenas, tienen un ritmo muy distinto a la concepción de la tradicional política mexicana. Aprendimos también que la mejor compañera para lograr construir opciones entre las partes en conflicto es la discreción.
El Chiapas de hoy es diferente al de 1994. En el plano político existe una nueva institucionalidad democrática, con nuevas variables, nuevos actores y nuevas formas de entenderse. Muchas inercias subsisten, pero lejos están los tiempos en que año tras año se cambiaban gobernadores, con la consecuente inestabilidad que esta perniciosa práctica impactaba en el desarrollo de las instituciones y los planes y programas de gobierno.
El elemento de mayor relevancia que ha impulsado la modernidad chiapaneca ha sido quien menos ha disfrutado de la misma, es decir, el zapatismo. Sin el EZLN el destino de Chiapas y su realidad serían diferentes. En el Chiapas actual persisten rezagos ancestrales, pero hoy el estado tiene una infraestructura, un potencial para su desarrollo y mayores niveles de estabilidad que los existentes hasta antes del levantamiento zapatista. El Chiapas de hoy tiene perspectiva de futuro.
Después del incumplimiento del gobierno federal de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, las bases de apoyo, las comunidades y la comandancia zapatista crearon un novedoso método de entendimiento, procesamiento de diferencias e interlocución con otras comunidades indígenas, a través de las juntas de buen gobierno. A pesar de sus modestos recursos, los resultados obtenidos por las juntas de buen gobierno, en materia de salud y educación, han sido exitosos. Su trabajo no sólo es una manera ejemplar de enfrentar la adversidad, sino además constituye una experiencia que debería ser conocida por muchas instituciones mexicanas.
El otro elemento distintivo para comprender la gobernabilidad chiapaneca es la actitud respetuosa del gobernador del estado, Juan Sabines Guerrero, frente al zapatismo. Lejos están aquellos tiempos en que el gobernante en turno, para quedar bien con el gobierno federal, alentaba las deserciones de supuestos zapatistas o permitía el fortalecimiento de las políticas de contrainsurgencia. Teniendo claro que las partes en conflicto son el EZLN y el gobierno federal, el gobierno del estado hace su tarea, contribuyendo con discreción a distender potenciales zonas de conflicto. Ningún tema es sencillo, pero con paciencia, voluntad y esfuerzo se formulan esquemas que permitan reducir tensiones y crear condiciones para que las comunidades puedan procesar sus diferencias y encontrar opciones a cada situación, por difícil que parezca.
Un tercer elemento ha sido la valiosa aportación de la sociedad civil y las organizaciones sociales. No es posible explicar lo que sucede en Chiapas sin la aportación de múltiples esfuerzos colectivos.
Sin ser los únicos, pero sí los más sobresalientes, pudiéramos mencionar en especial los realizados por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, fundado por don Samuel Ruiz García, obispo emérito de la diócesis de San Cristóbal. Su labor ha sido un referente permanente, en la defensa y protección de los derechos humanos, de los sectores más débiles de la población. Otro esfuerzo de enorme repercusión en beneficio de las comunidades chiapanecas es el realizado desde 1969 por la asociación civil Desarrollo Económico Social de los Mexicanos Indígenas, más conocida como DESMI, con Jorge Santiago al frente de la misma y con presencia en las zonas Altos, Norte y Sur, donde mediante una metodología de trabajo comunitario se alienta y fortalece la organización comunitaria. De igual importancia que los anteriores es el esfuerzo realizado por el Centro Integral de Desarrollo y Capacitación Indígena, (Cideci), donde el doctor Raymundo Sánchez Barraza, al frente de un colectivo social, ha logrado consolidar una tarea donde, en sus propias palabras, “el Cideci no es un centro para, solamente, lo es también por los indígenas. Es un centro indígena, en su hacer, en su definición, en su modo de trabajar”.
Este tipo de esfuerzos de la sociedad civil se ha constituido como un factor de equilibrio en medio de una realidad compleja, donde a pesar de las múltiples contradicciones sociales, políticas y económicas existe un conjunto de factores que explican cómo Chiapas se desarrolla y construye su futuro, mediante la creatividad, la imaginación de un pueblo o de muchos pueblos, con una historia y una cultura centenarias que constituyen un orgullo nacional. En Chiapas, como en el mundo, nada es para siempre, pero la gobernabilidad actual y sus perspectivas no son un asunto de inspiración, sino la expresión de un esfuerzo colectivo, que se construye y se renueva en forma cotidiana.