n el contexto del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, Cinema global propone, del 18 al 29 de marzo en el Centro Cultural Tlatelolco, una exploración del cine experimental estadunidense. Se trata de 16 largometrajes y nueve cortos, relacionados con ese cine que hace 30 años el acucioso historiador y crítico Amos Vogel llamara un arte subversivo. Hay trabajos emblemáticos de Stan Brakhage, Andy Warhol, Kenneth Anger, Lionel Rogosin, Robert Kramer, Charles Burnett y Jem Cohen, también de Shirley Clark, D.A. Pennebacker y Albert Maysles.
Desde finales de los años 40, el llamado cine underground rescata en Estados Unidos la tradición experimental de la vieja vanguardia europea y del cinema verité. La utilización estética, ideológica o sexual del medio fílmico la lleva a cabo un grupo de artistas que al hurgar en el inconsciente colectivo crea un clima cultural novedoso, derriba tabúes, rebasa lúdicamente formas expresivas y socava certidumbres y prejuicios. Hay en los nuevos trabajos subversión en la forma y en el contenido, y un cuestionamiento de instituciones, sistemas de valores y formas adocenadas de entender la creación artística.
Es difícil entender hoy la experimentación formal en las artes audiovisuales sin el referente de lo que hace cuatro décadas significó este cine marginal, como tampoco podría entenderse aquella vanguardia sin el trabajo pionero de una primera ola experimental en el cine mudo, (Jean Epstein, Germaine Dulac o el Walter Ruttman de Berlín: Sinfonía de una ciudad). Treinta años después, sus sucesores rompen con las inercias expresivas en el cine estadunidense de la segunda posguerra, incorporando en sus trabajos nuevas maneras de entender la realidad en el clima de cuestionamiento social y artístico de la contracultura.
Los distribuidores y exhibidores de la época se muestran reticentes a proyectar los trabajos de los directores jóvenes, y éstos recurren a exhibiciones alternativas en cine clubes o lugares privados, con lo que se ganan el calificativo de cineastas underground. Financian sus propias películas, y al experimentar con sus intuiciones oníricas, reflejan de paso las ansiedades de la época, en particular el deseo de emancipación sexual. Lo hacen jugando con las formas visuales, alterando las nociones comunes de tiempo, movimiento y espacio, negándose a someterse al gusto dominante y desafiando a la censura.
Kenneth Anger (Inauguración del domo del placer, 1954), es uno de los mejores realizadores estadunidenses de vanguardia, con imágenes que son provocaciones constantes y símbolos sexuales que anticipan desde los años 40 la sustancia y vigor de lo que tiempo después será el cine queer, con obras del británico Derek Jarman o de los estadunidenses Tom Kalin o Todd Haynes.
En otro extremo, el documental On the Bowery (1957), de Lionel Rogosin, propone una notable radiografía de un barrio menesteroso de Nueva York, con sus vagabundos y frecuentadores de bares, barflies sin hogar, y su realismo descarnado señala una renovación del género. En Milestones (1975), el cineasta Robert Kramer captura, en lo que hoy es un testamento generacional, la experiencia colectiva de dropouts y marginales vinculados con la lucha pacifista, el saldo del desencanto, la diáspora a las comunas, el retorno a una Arcadia cuyo emblema mayor de júbilo y protesta será Woodstock. Otro clásico del cine independiente es El matador de ovejas (Killer of sheep, (1977), de Charles Burnett que, con impecable realización técnica, incursiona en la vida cotidiana del gueto de Watts, en Los Ángeles, y registra de modo emotivo la soledad existencial y el síndrome de marginalidad de una minoría racial a la deriva.
Una revelación más es el tributo al realizador Jem Cohen, donde figura una película notable, Benjamin Smoke (2000), sobre la vida del rockero travesti Robert Dickerson, quien con desenfado e ironía libra los aspectos más íntimos y perturbadores de su experiencia como enfermo seropositivo y usuario de drogas. Líder de Smoke, banda punk que abre alguno de los conciertos de Patti Smith, Dickerson ofrece en esta cinta, para él testamentaria, su visión del mundo y una insólita reivindicación de las adicciones, así como la lenta aclimatación de su cuerpo y espíritu a la realidad del sida.
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