Por Cristina Rivera Garza*
Lo que alguna vez, a finales del siglo XX, fue señal inequívoca
de posiciones críticas y libertarias se ha convertido,
a inicios del XXI, en epíteto ofensivo. No hay muchos
años entre la década de los 1960s y el 2008, pero de una cosa
estoy segura: pocas cosas insultan más a una mujer actual que
ser llamada feminista. El feminismo se ha transformado en la “F”
word del mundo contemporáneo. Lo rechazan las jóvenes que
se refieren a eso, y pronuncian con frecuencia ese eso en itálicas,
como a un asunto de generaciones anteriores o como una
cosa, simplemente, pasada de moda. Lo rechazan las creadoras
que, ya dubitativamente o ya con una firme firmeza, problematizan
la relación que une, o desune, al género con el poema o la
instalación o el performance o la rola. Lo rechazan las personalidades
públicas que, aún cuando defienden posiciones a favor
de la igualdad entre los géneros, se cuidan de enunciar la palabra
con tal de no espantar a posibles seguidores o discípulos.
Lo rechazan, por supuesto, los sectores más conservadores de
ésta o cualquier otra sociedad para quienes las feministas están
sólo a unos centímetros, y siempre a la izquierda, del mismísimo
diablo. Lo rechazan los clérigos. Lo rechazan tantos y tantos
más que, a estas alturas, no resulta extraño que exista, sino que
es un verdadero milagro que siga existiendo.
Clave subterránea, trinchera de utópicos irredentos, manía
de descastados o gritonas, bandera de los no-pasarán, el término
“feminismo”, por la mera virtud de existir, es ahora un
enigmático estereotipo (y disculpen esta contradicción en
términos). Al menos en eso parece haberse convertido para
alumnas y alumnos que, después de clase o en horas de oficina,
se aproximan a preguntar, a veces con esa mirada baja que
provoca la pena ajena y, otras, con la obvia urgencia del que
busca un nombre para una innombrable furia interna, cosas
extrañas acerca de las feministas. Considero, por supuesto,
que las preguntas son importantes, pero ésa no es la única
ni la más significativa razón para incluirlas aquí. Las incluyo,
junto con las respuestas que he dado o hubiera podido dar
de contar con más tiempo, porque intuyo, con esta intuición
que algunos llamarán femenina y nadie feminista, que hay
más hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de aquí y de allá y de
acullá, preguntándose estas cosas o cosas un tanto parecidas.
Debe haber más.
Tomada de http: // picasaweb.google.com
El feminismo, a pesar del prestigio erosionado de la etiqueta, sigue teniendo un
cierto aire chic escondido. La narradora Cristina Rivera Garza explora el concepto,
lo rescata bajo su pluma del lugar común y la ortodoxia, y nos lo entrega lustroso,
simple e inteligente. Así, descubrimos que el feminismo no es como lo pintan. |
1. ¿Todas las feministas odian a los hombres?
Justo como la no-feministas, las feministas tienen apreciaciones
variadas sobre los hombres —no un grupo homogéneo, a decir
verdad, sino, efectivamente, diverso y, gracias a dios, amplio.
Lo que parece suceder es que las posiciones críticas de los distintos
feminismos acerca y en contra del sistema de jerarquías
patriarcales que desequilibran las relaciones entre los géneros
son tomadas demasiado personalmente por los beneficiados
de ese sistema. Valdría la pena aclarar, pues, que estas críticas
van dirigidas a un sistema de jerarquías patriarcales en el cual
participan tanto hombres como mujeres y que las críticas, que
sí existen, se remiten a todos aquellos que, de manera consciente
o inconsciente, se vuelven cómplices de tal situación.
No, definitivamente no es necesario “odiar” a los hombres para
ser feminista.
2. ¿Todas las feministas se quedan para vestir santos?
Aunque supongo que el índice de mujeres que optan por
arreglos familiares no tradicionales (uniones consensuales, las
así llamadas uniones libres, las madres y/o padres solteros,
las máquinas solteras, etc.) es mayor entre las feministas que
entre las no-feministas, hay muchísimos casos de feministas
felizmente (o infelizmente, asegún le toque a cada quien) matrimoniadas.
Las feministas pueden tener maridos y pueden tener
hijos y, con el tiempo, nietos. Y también pueden ser cariñosas
y comprensivas.
3. ¿Hay hombres feministas?
Sí, lo digo enfáticamente, y no todos son gays. Los distintos
procesos económicos y sociales que ha provocado la entrada
masiva de las mujeres en el mercado laboral, y los cambios en
los arreglos domésticos tradicionales a que este proceso dio
lugar, han puesto de manifiesto que también la masculinidad
es un sitio de airado debate. Ni todos los hombres son hombres
de la misma manera ni todos están contentos con el papel que
les ha tocado desempañar. Así, las críticas feministas en contra
de las jerarquías patriarcales con frecuencia encuentran eco
entre hombres no tradicionales u hombres contestatarios u
hombres con deseos de explorar las multifacéticas caras de su
condición.
4. ¿Todas las feministas son feas?
Aunque los conceptos de belleza son tan diversos como las
sociedades y los tiempos que los producen, y aunque en gustos
se rompen géneros (en todos los sentidos de las palabras, por
supuesto) a las pruebas me remito. Les sugiero ver fotografías
de Gloria Steinman, Judith Butler, Susan Sontag, Simone de
Beauvior, Susan Sarandon. Y, más cerca de casa, Glora Prado,
Blanca Anzoleaga, Sandra Lorenzano, Marta Lamas, Ana Rosa
Domenella. Esto, por supuesto, entre muchas otras.
5. ¿Todas las feministas son lesbianas?
No, no todas las feministas son lesbianas. De hecho, en tanto lugar
crítico, los distintos feminismos apuestan por o tienen una sospechosa
proclividad para trascender barreras genéricas establecidas
por el poder. Así, dentro de este amplio espectro que se denomina
como feminismo, conviven heterosexuales, homosexuales,
bisexuales, transexuales, omnisexuales, asexuales. En otras palabras:
todo cabe en los feminismos sabiéndolo acomodar.
6. ¿Puedo ser feminista y ser “normal”?
Depende, claro, de lo que quieras decir por “normal”. Pero si crees
que, independientemente de las diferencias biológicas, hombres
y mujeres tienen igual derecho a la educación, trabajo, salud y,
por supuesto, al disfrute de sus cuerpos entonces puedes considerarte,
y con orgullo, como feminista. Ahora bien, si el epíteto
te resulta todavía demasiado agresivo, o temes que tus amigos
te estigmaticen, te declaren la ley del hielo o no te publiquen, te
sugiero que le agregues el calificativo de cordial. ¿Quién en su
sano juicio podría violentar a una feminista cordial?
7. Pero, si usted se ve tan buena onda, ¿a poco
de verdad es feminista?
Sí, la autora de esta nota es feminista —una feminista cordial,
por supuesto. Ajá. Si el tema te interesa, te sugiero que leas:
Simone de Beauvior, El segundo sexo
Judith Butler, El género en disputa
Martha Lamas, Cuerpo: diferencia sexual y género
* Cristina Rivera Garza es narradora —su última novela es La muerte me da (Tusquets, 2007)— y profesora
en la Universidad de California-San Diego. Texto tomado de su bitácora electrónica “No hay tal lugar” (www.
cristinariveragarza.blogspot.com). Publicado con su autorización.
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