Entelo
Para una mujer lejana y un muchacho
que me escucha, celeste,
he escrito, yo viejo, estos
poemas. Lo recuerdo,
como apacible en mí vuelvo a pensarlo, antiguo
púgil. Entelo era su nombre. Venció
la última vez en los borrascosos juegos
de Eneas, junto a las amenas
playas de Sicilia, huésped de Anceste.
Blancas se perseguían sobre las olas
espumas que en alta mar eran Sirenas.
Un corazón gallardo era y era un sabio.
“Aquí”, dijo, “los cestos, y aquí el arte depongo.”
Amé
Amé palabras simples que ni uno
osaba. Me encantó la rima flor
amor,
la más antigua difícil del mundo.
Amé la verdad que yace en lo hondo
como un sueño olvidado, que el dolor
amiga redescubre. Con miedo el corazón
se le aparea, y ya no lo abandona.
Te amo a ti que me escuchas y a mi buena
carta dejada al final de mi juego.
Ulises
Desde mi juventud he navegado
junto a las costas dálmatas. Islotes
a flor de agua emergían, donde raro
un pájaro acechaba atento a presas,
cubiertos de aguas, resbalando, al sol
bellos como esmeraldas. Cuando la alta
marea y la noche los cegaba, velas
a sotavento más caían al mar,
para huir de su insidia. Hoy mi reino
es su tierra de nadie. A otros el puerto
encendía sus luces; a alta mar
empujé todavía el bravo espíritu,
y de la vida el doloroso amor.
Selección y versiones de Rodolfo Alonso |
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Cuentito
Devastada la casa,
la casa arruinada.
Mil y una noches no la habitan ya.
Como un jardín su verde Alepo
una tierna madre recordaba.
Acogía a las amigas, palpitaba
por el hijo inquieto. Y el café
ofrecía, en tacitas, a la turca.
Devastada la casa,
la casa arruinada.
Mil y una noches ya no acoge.
La arruinó desde el cielo
la guerra,
en tierra
la devastaba el alemán. Lloraba
la gentil las suyas propias y las humanas
miserias. (No podía odiar.) El hijo
huyó a los montes, allí encontró a un querido
amigo suyo, con él jugó su vida.
Eran caros amigos, se maravillaban
recíprocamente, exageraban
un poco envidiosos, mujeres amores.
Eran caros amigos cuando romper
tú los veías horrorizado a golpes:
un mulo y un antílope.
Devastada la casa,
la casa arruinada.
Pero los dos muchachos viven todavía;
Vivas aún, un poco encanecidas, las madres.
Mediterránea
Pienso en un mar lejano, un puerto, ocultas
calles de aquel puerto; como en un día allí estaba,
y aquí estoy hoy, que a los dioses las palmas
implorantes elevo, no quieran castigarme
por una última victoria que suplico
(pero, por dulce, rige el corazón apenas);
pienso en sirena oscura
–beso ebriedad delirio–; pienso en Ulises
que allá abajo se alza de un triste lecho. |