La Jornada Olímpica
■ Michoacanos se unen en un gran festejo
Para conquistar el oro, Memo venció primero al sistema
■ Triunfo olímpico, una convicción de siempre
Ampliar la imagen La casa donde vive el campeón de taekwondo Foto: La Jornada de Michoacán
Ampliar la imagen La fuente del paseo Lázaro Cárdenas, en Uruapan, fue el escenario para la celebración del oro olímpico Foto: La Jornada de Michoacán
Uruapan, Mich., 20 de agosto. Guillermo Pérez venció al sistema, al Comité Olímpico, a la Federación Mexicana de Taekwondo, a Televisa, para quienes el uruapense no era candidato para asistir a la cita veraniega y por eso, a pesar de ganar su pase a Pekín en la eliminatoria de Colombia, al llegar a México lo quisieron despojar para que en su lugar asistiera el medallista de Atenas, Óscar Salazar, con la influencia de su padre y entrenador
“Pero los venció a todos”, expresa orgulloso el ex sacerdote Jesús Álvarez, iniciador del medallista de oro en este deporte.
Durante la noche, la casa de sus abuelos paternos, al sur de la ciudad de Uruapan, fue una ensalada de emociones, encabezada por el bisabuelo David Hernández y la abuela Florentina Rubio. Salvo el tío Gilberto, que vive en Estados Unidos, y sus padres que lo acompañan en China, estuvieron presentes un centenar de familiares cercanos.
Compartieron café, angustia, suspenso, triunfo, orgullo y lágrimas. La novia, Angélica Vaca Rodríguez, entre sollozos, recuerda que horas antes de sus competencias Guillermo le confirmó su concentración para ganar cada episodio, cada pelea y le pidió que se uniera a la fiesta de la familia.
Desde que le fue colgada la presea, la concurrencia desvelada se hizo presente en la glorieta de la nueva fuente del Paseo Lázaro Cárdenas, la principal arteria vial de la ciudad.
El maestro Jesús Álvarez observó los primeros combates de decenas de nuevos alumnos en su escuela, para después sumarse a la fiesta familiar. Reflexivo, coincide con el entrenador actual de su pupilo, José Luis Onofre, quien encapsula al campeón desde Pekín: “Guillermo es centrado, responsable, constante, disciplinado y ambicioso”.
La presea es un símbolo de excelencia y sacrificio, producto del esfuerzo de sus padres Guillermo Pérez Rubio y Lourdes Sandoval León: él, taxista, con miles de kilómetros a cuestas; ella, vendedora de aromas, pero sobre todo, mujer mística y maestra de terapias alternativas, quien le inyectó al hijo único la convicción de que los sueños una vez que han sido soñados, se alimentan, se pulen, se visten y se alcanzan.
Ambos estuvieron a punto de vender los pocos bienes que les ha dejado un trabajo honrado para poder hacer el viaje a China, pero un comité ciudadano lo evitó. Festivales y colectas a través de los que miles de manos de estudiantes, niños y jóvenes, le entraron al bote, peso tras peso, hasta lograr el viaje.
El presidente municipal junto con algunos empresarios habla de premiar con una casa. Alguien más propone renombrar alguna calle o colonia. La organización de la recepción al hijo predilecto, ha empezado. Cientos, miles, expresan su euforia en las calles. Una gran fiesta está por venir.
Y es que, del río Cupatitzio a Pekín, Guillermo Pérez Sandoval fue a conquistar el oro, a derrotar a quien le pusieran enfrente, el que fuera, y no a superar marcas propias, ni a competir sólo por el placer de la fiesta olímpica. Así lo dijo antes de partir. Ese fue su sueño más poderoso, hasta las 8:03 de la mañana en que subió al podio a colgarse la medalla dorada, prefigurada días antes en una de chocolate, cubierta de papel dorado que un niño le obsequió.
No fue una suerte aislada. Cada mañana, durante muchos años, en cuanto abría los ojos se imaginaba con la medalla colgada al cuello, antes de posar literalmente los pies sobre la tierra.