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La mujer de antes
Cual Medea ante el casamiento inminente de Jasón, Romy (Érika de la Llave) se presenta en la casa de Frank (Rodolfo Arias) para volver hecho lo que en el pasado fue sólo palabra: el cumplimiento de la promesa de amor eterno que éste le hiciera veinticuatro años atrás. Pero bajo el puente del amor de su juventud ha corrido mucha agua: casado con Claudia (Alicia Laguna), padre del adolescente Andy (Bernardo Benítez), Frank se muda (se está mudando) de ciudad en pos de un aliento renovador; el cambio de aires ha de revitalizar la rutina de un matrimonio más bien tedioso y anestesiado. En medio de los bártulos empaquetados de la familia que se va, a la mitad de esa transición definitoria, es que Romy irrumpe y trastorna con su presencia un cosmos signado por una masculinidad sostenida con alfileres.
Los referentes desde los que se despliega la ficción dramática del dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig (Gottinga, 1967) en La mujer de antes son evidentes; en su voz resuenan los ecos del mito griego y de la galaxia discursiva de él emanada. Pero pese a denotar un anclaje tan definido en cierta tradición modélica, la escritura de Schimmelpfennig deviene reescritura: relata pasajes reconocibles, pero mediante una puesta en crisis de sus alcances y connotaciones. Entonces la reelaboración dramática del mito es también una revisión ácida de la masculinidad y de algunos de sus códigos comunes y estereotípicos: el engaño, la pusilanimidad, la inconsistencia temperamental, la eterna subordinación a su testosterona. Así de contradictorios son los hombres de Schimmelpfennig, signados además por una maldición ontológica; será el hijo quien cumpla el destino trágico del padre a través de la repetición perfecta de su propia historia pasada. ¿Qué condena peor que el sitio combinado de la tautología y la hormona?
Teatro Línea de Sombra, dirigida por Jorge Vargas, es la compañía encargada de dar cuerpo escénico a la ficción de Schimmelpfennig en el Teatro El Granero, dentro del Ciclo de Teatro Germánico auspiciado por el inba y el Goethe Institut de México. De entrada se prefigura la intención de hacernos partícipes de las pulsiones del voyeur ; el diseño escenográfico de Héctor Bourges y Karla Rodríguez construye la intimidad en tránsito de la familia a media mudanza. Su espacio tiende a la homogeneidad, pero con resquicios a través de los cuales se trasmina lo que al principio parecen amenazas que devienen eventualmente subversiones categóricas. Las líneas de fuga son reafirmadas en el diseño sonoro de Gonzalo Macías, que juega con los sonidos cotidianos de la casa y con los conceptos de repetición y diferencia, tan presentes en la vertiente formal de la dramaturgia de Schimmelpfennig.
Se sabe de la predilección del dramaturgo alemán por los artificios narrativos, por acercar la morfología del drama a los páramos de la narración escénica. En La mujer de antes su apuesta radica en la fragmentación del relato cronológico en abono de una mejor detección de las motivaciones de los personajes. Gracias a estos juegos formales se desenvuelve la historia de amor juvenil entre Frank y Romy, las razones veladas de la crisis en el matrimonio de éste con Claudia, y lo que de ambas se refleja en la separación de Andy y su novia Tina (Rocío Leal).
A veces el recurso funciona en tanto que generador de tensión y contribuyente principal en el desarrollo de los personajes; otras tantas, sobre todo rumbo al final de la píeza, no distingue ni desarrolla, antes estanca y reitera sin mayores consecuencias. Consciente del valor superlativo que dentro de la pieza tiene el concepto de repetición, Vargas trabaja a partir de la precisión en el detalle, en la vulnerabilidad de la epifanía que antecede al horror. Alicia Laguna y Rodolfo Arias intentan variar desde la formalidad; aún se esperaría mucho más vicio en su relación conyugal. Rocío Leal entra y sale del relato como personaje y narradora, y deja muestras de potencia y versatilidad. Bernardo Benítez se revela como un joven actor con presencia y expresividad; acaso sólo se encuentre lejos de la poesía justo cuando el aparato lingüístico de Schimmelpfennig tiende hacia lo lírico. Érika de la Llave es sin duda excéntrica y definitoria: su mujer de antes equidista de la psicosis y la aceptación oblicua del destino y de sus revanchas agridulces. Su irrupción es la irrupción del amor y de la muerte, y de sus muchas caras complementarias.
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