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Björk, alto voltaje
Escucharla puede no ser placentero. Puede deslumbrar tanto que sobrepase por mucho las necesidades de la habitación que nos contiene. Puede, incluso, provocar el escape de invitados cuyo equilibrio cotidiano descanse en la más rolliza de las convenciones. Abandonando cada vez más el formato clásico de lo que conocemos como canción, la islandesa Björk (1942) ha logrado construirse un castillo a prueba de críticas, sumergida en una auténtica investigación estética cuyos sonidos orgánicos pasan de ser meros aderezos contumaces a ser esencia fundamental de su obra. Más todavía y según se escucha en su reciente álbum, Volta, en ella las dudas crecen como hiedra, los caminos futuros se multiplican sin que parezca preocuparse por no llegar a ningún lugar. Y es que así es ella. No aterriza, pero encuentra.
Digamos que el objetivo es el proceso mismo y no el fruto repetido –que en la mente de quienes entran a un estudio de grabación– busca desesperadamente llegar a la radio y triunfar. Es así: Björk está lejos, lejísimos de esas pretensiones. Confía en el tamaño del mundo y le parece suficiente hacer contacto con una parte insatisfecha, dispuesta a sonreír sobresaltada en medio de la cocina, a dejar el libro sobre la mesa, a pedir silencio en la reunión, a buscar la mirada cómplice de quien comparte el gusto por los abismos.
Porque a Björk hay que escucharla como quien mira una barranca. De su fondo emergen signos incomprensibles que sumados a otros signos bosquejan algo identificable, mas no reconocible. ¿Siempre fue así? Podemos asegurarlo incluso desde que cantaba en los Sugarcubes (1986-1992). Ya en ese entonces la proyección de su voz derribaba la idea de la unidad grupal. Pequeña físicamente, dulce de rostro aunque con facciones absolutamente extravagantes, esta esquimal del pop supo poner el acelerador a nuestra sangre sin necesidad de aspavientos. Y es que sabe aprovechar el lado freak (fenómeno, anormal) que llevamos dentro, la parte oscura que tantos evitan pisar en pro de la "salud" de imagen.
Björk, en un promocional del disco Volta |
Con una fuerza magnética gigante, en Björk se cumple la teoría de la singularidad espacial, de la estrella que se mira tan adentro que provoca un agujero negro de atracciones inmensurables. Y también está la melancolía, la saudade inmanente a su solo estar; ese lienzo triste que incluso ofreciendo letras de amor va y toca la puerta empolvada de la aflicción. Qué mejor prueba que Dancing in the Dark (1995), película ganadora de múltiples premios en la que la misma cantante, investida en personaje trastornado, histérico, confirma nuestras sospechas de que estamos ante alguien peculiar.
¿Todo este palabrerío busca recomendar un disco? No. Busca recomendar todos sus discos, los pasados y los futuros también. Hasta el momento Björk ha producido catorce álbumes bajo su nombre (sumando los de estudio con los conciertos, remixes y bandas sonoras), ocupando siempre a grandes productores, compositores e intérpretes inusuales que, a los instrumentos típicos del rock y la electrónica, suman copas con agua, clavicordios, tornamesas, beatbox, windbox, coros y hasta kora africana, como en el mencionado Volta, para el cual invitó al músico Toumani Diabaté y al cantante californiano Anthony Hegarty, ambos bajo la dirección y creación de beats de gente como Timbaland (productor de Justin Timberlake y Nelly Furtado).
Así las cosas, si en placas como Homogenic (1997) y Vespertine (2001) movíamos el pie cada vez con mayor extrañeza, y con Medúlla (2004) de plano permanecimos inmóviles ante el uso implacable de coros y dotación minimalista, con esta nueva obra Björk regresa el ritualismo equilibrado entre la electrónica y las percusiones de mano, pero ahora cobijadas por un diseño exterior menos frío, sicodélico y postretro (escultura de Bernhard Wilhelm fotografíada por Nick Knight), más letras preocupadas por el medio ambiente, el cuerpo, el deseo y el amor (incluso hay un fragmento de un poema de Fyodor Tyutchev, tomado como aparece en la película Stalker, de Tarkovsky).
A todo esto debemos agregar que en Volta, como en ningún otro trabajo de la cantante, los trabajos orquestales de alientos encumbran la rítmica vaciando la parte armónica de la estructura sónica, lo que libera el poder cortante y neurótico de su voz; algo verdaderamente novedoso. Y una última aclaración: si su bolsillo se lo permite, estimado lector, compre la edición importada de este disco. Desgraciadamente Universal México no estimó conveniente realizar una maquila congruente con la altura de su propuesta, por lo que la edición mexicana es realmente desafortunada. (Para conocer más de Björk visite su sitio: www.bjork.com).
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