Usted está aquí: jueves 22 de marzo de 2007 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba

Otra página para una historia del vodka

Ampliar la imagen Durante la semana de la moda en Atenas un cantinero sirve vodka, cuyo aroma, para algunos, debe recordar su materia prima y tersura en la garganta Foto: Reuters

UNO. VODKA ES vódka en ruso ('agua' en ruso es una palabra hermana o tal vez la misma palabra: voda) y, como todo el mundo sabe, se elabora a partir de trigo, arroz o papas. Según a quien convenga, empezaron a producirlo (o producirla, el término es ambiguo aunque en ruso es femenino; nosotros, creo, nunca diríamos "una vodkita"; tampoco "una tequilita", pero también es ambigua: en la ultrakitsch Tekila, de Sergio Pangaro y Baccarat, por ejemplo, dice que "la tequila en mi mano es un puñal/ a todo el mundo cuento mi pesar...") en la Rusia de finales del siglo IX o en la Polonia de principios del VIII; también dicen que se llamaba aquavit y gorzalka, medicina, pero la verdad eso suena a leyenda urbana. Al idioma inglés llegó al principio del siglo XIX, pero en general se refería al vodka consumido en Rusia (es decir: la palabra andaba por ahí, no el chupe como tal). En Estados Unidos el aguardiente apareció en los años 30 pero, según esto, nadie lo peló hasta los 50, cuando se mezcló la primera e hiperexistosa mula de Moscú: dos onzas de vodka, una de jugo de limón, cuatro de ginger ale en vaso jaibolero. El vodka martini viene por primera vez en el Cocktails and Snacks de R. & A. London, en 1959. (Para una reinvención de este coctel, véase la sensacional y reciente Casino Royale, en la que Bond se reinventa, de paso, a sí mismo: "Vodka martini", le dice a un cantinero, que, inevitablemente, pregunta: "Shaken or stirred?", y Bond se desmarca para siempre de su arquetipo: "Do I look like I give a damn?" Uf: momentazo.) Y aunque después, al mediar los años 60, los cocteles de vodka se reprodujeron como insectos: el ruso blanco (kalúha, crema ligera y vodka), el ninotchka (vodka, jugo de limón, crema de cacao), o el famosísimo desarmador (vodka, jugo de naranja, mucho hielo), se puede, y para algunos se debe, beber solo: hay que buscar en él transparencia total, aromas que recuerden su materia prima y tersura en la garganta -no debe ser agarroso ni quemar la lengua. (Al carajo: mejor que sea agarroso, que queme la lengua y la garganta y el estómago.)

DOS. BARNABY CONRAD III, autor de The Martini, An Illustrated History Of An American Classic y 'uno de los hombres más elegantes de Pacific Heights', llamó stealth martini al cosmopolitan (cosmo de cariño), es decir: martini furtivo, seguramente porque lo pruebas y parece que no pasa nada sino una dulce sucesión aromática y sápida que recorre la garganta con delicadeza, casi casi con amor... Pero en realidad el cosmo somete a las neuronas a un reacomodo, a un estallido silencioso como el de un astro. (A algunos les molesta el paso del bulldozer de Sex and The City sobre el cosmo; afirman que lo banalizó para siempre. A mí la neta me da igual. De cualquier modo, ¿hay algo más banal que el cosmo, más trivial que la coctelería? Por eso da gusto desperdiciar en ella 5000 caracteres de tu vida.) No sabemos quién fue el primer bartender que mezcló un cosmo, pero no falta el que dice que la bebida nació en algún bar gay de Provincetown, Massachussets, ni el que lo adjudica a los fern bars de San Francisco, aquellos locales para solteros que al principio de los años 70 dividían sus cartas alcohólicas en girl drinks y boy drinks (el cosmo, obvio, era un girl drink); tampoco faltan quienes se lo autoadjudican: Cheryl Cook de Miami hacia 1985; Tobby Cecchini del Odeon en Manhattan hacia 1987... Increíblemente, el Oxford no tiene una entrada para este coctel. El cosmo probablemente descienda del olvidable Cape Codder (dos onzas de vodka, tres onzas de jugo de arándano) o esté emparentado con el kamikaze (un shooter que se hace con onza y media de vodka, una de cointreau y otra de jugo de limón fresco). No es un trago complejo, no conoce las venerables posibilidades del martini ni el agarre del whiskey sour ni la rebeldía raspa del mojito, pero qué importa: es delicioso. Hay que mezclarlo en una coctelera con hielos: dos onzas de vodka, una de cointreau, media de buen jugo de limón y un toque de jugo de arándano, colarlo a una copa de coctel fría y decorarlo con la mejor cereza que se encuentre en el mercado. Mírala: es una alta torre transparente y roja, gongorina.

TRES. EXISTEN LOS que creen que el vodka es como los gringos años 50: más bien blando, insípido, aromático a casi nada, mero trancazo de alcohol para las noches moscovitas, y lamentan que su mortal saeta alcanzara al Bronx, donde sustituyó al gin (una onza de vodka, media de vermouth dulce, media de vermouth seco, una de jugo de naranja recién exprimido), o al viejo Aviation (una y media onzas de vodka, una onza de jugo de limón, 1/4 de onza del casi desaparecido licor de maraschino). Ni siquiera ellos podrían negar el poderoso atractivo del bloody mary. También clásico de la coctelería cincuentera (su primera aparición es de 1956, en la revista Punch), el bloody nació para las mañanas de playa, pero más para las mañanas que siguen a noches de mucho alcohol: es bebida para aliviar crudas. (Los renegados dicen que el bloody mary es una versión bastarda del red snapper, que se hace con gin en lugar de vodka. Como se ve, este texto es en realidad una pequeña colección de dudas.) Se prepara así: en un vaso old-fashioned se dejan caer tres gotas de salsa Tabasco (exagerar la Tabasco es una novatada de pésimo ver), el jugo de medio limón con semilla, que son los más intensos, siete gotas de salsa inglesa, una vuelta del molino de pimienta, una pizca de sal de apio, tres onzas de jugo de tomate y onza y media de vodka, todo agitado vigorosamente y decorado con un tallito de apio. Hay que servirlo junto a la piscina, tender la mano hacia las partes más sensibles de un cuerpo contiguo y echarnos a los pies del sol para que nos acaricie como se acaricia a una mascota.

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