Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de enero de 2007 Num: 618


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Esperanza
JUAN TOVAR
50 años de Práctica
de vuelo

LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ
Las islas
(Fragmento)

ELSA CROSS
En tono de elegía
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Entrevista con ÁNGEL GONZÁLEZ
La felicidad según Huxley
JESÚS VICENTE GARCÍA
Ligeti: la curiosidad intelectual
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Reseña de Luis Tovar sobre La felicidad, el
gato y su sonrisa


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ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
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MODUS VIVENDI

Alguna vez, cuando vivía, una persona llegó al cubículo de Roland Barthes, en La Sorbona, para hacerle una consulta respecto a cierta manera de interpretar el texto desde el punto de vista estructuralista. Barthes dio la explicación solicitada (lo cual le llevó una hora de su tiempo) y el visitante, satisfecho, se iba a retirar. Antes de que eso ocurriera, Barthes le dijo: "Espere un momento". El visitante respondió: "¿Para qué?". "Para que le entregue mi recibo y me pague los honorarios generados por esta consulta", respondió Barthes, extendiéndole el mencionado documento. El personaje se molestó, pues no imaginaba que un humanista le cobrara una consulta, pero tuvo que pagar más o menos lo mismo que le hubiera cobrado un médico.

Esta anécdota es ejemplar: hay quienes suponen, por extrañas razones, que la experiencia profesional humanística o artística no es digna de generar honorarios, lo cual también supone un implícito desprecio hacia la actividad desarrollada por aquellos que la ejercen, aunque paguen un ojo de la cara por otros servicios profesionales, sin discutirlos, o por la compra de productos en las tiendas "departamentales". Total, ¿qué es escribir, traducir, restaurar, dar clases, pintar o componer música?, ¿qué es tejer, hilar, cocinar, cosechar? Para quienes ganan dinero, usufructuando esas habilidades ajenas, nada, aunque no las sepan hacer.

Hace poco tiempo, un médico internista me confesó: "no debemos perder de vista que, además de todo, la medicina es un negocio para los médicos y los hospitales", lo cual se comprueba no bien una persona se ve obligada a ingresar a un sanatorio: por un lado, el paciente es engullido en un ominoso pasillo a cuestas de una camilla y, por el otro, alguno de sus familiares debe firmar papeles frente a un mostrador y, sobre todo, dejar un depósito en efectivo o contra una tarjeta de crédito para sufragar la garantía del mínimo de los gastos que la institución prevé necesarios para solventar la atención requerida (donde no vale el regateo usual tan escuchado en los tianguis: "¿en cuánto es lo menos en que me lo puede dejar, marchantita?").

Frente a tales pragmatismos, relacionados con la salud de la gente, estas son algunas frases de esas personas que consideran insultante hacer una rebaja a sus honorarios profesionales, pero que no se arredran a la hora de asestar el sablazo intelectual a un humanista: "hazme un dibujito, total, no te cuesta trabajo"; "¡ay, no seas mala!, toca el piano para las visitas"; "tradúceme esta cuartillita del ruso, ¿no?"; "dale una clasecita de cálculo diferencial a mi hijo, que es bien burro para matemáticas"; "hazle una correccioncita de estilo a esta tesis y te pago con una cena en mi casa", "dale una manita de gato a estos poemas que hizo mamá"… Siempre el diminutivo para hablar del trabajo de otros, siempre el aumentativo para referirse al propio; a nadie se le ocurriría pedirle a un arquitecto: "aviéntate la remodelacioncita de mi casa, al fin que eres bien trucha para eso", o a un médico: "¿qué te cuesta hacerme gratis una operacioncita de córnea?".

Que la forma comentada de relaciones "profesionales" resulta ser algo añejo, se muestra en la correspondencia de Chopin: éste, refiriéndose a una persona que le había encargado algunas piezas para piano, pretendiendo hacerse el desentendido a la hora de hablar de los honorarios, dijo tajantemente en su relato epistolar: "Compondré la música solicitada pero, primero, ¡paga, imbécil!" La dureza (y subrayado) del epíteto deja suponer que Chopin se había vuelto experto a la hora de enfrentar esos lances con los filisteos, azorados frente al "interés notorio por las cifras" en los artistas (asunto inimaginable en un compositor, pues ya se sabe que ellos y sus cofrades viven de amor, de aire, de ilusiones, de mirar las nubes), aunque previsible en los comerciantes de obras y páginas autógrafas que podrían haber adquirido el objeto de su tráfico bajo el arrumaco de "fírmame esta hojita, total no te cuesta trabajo", mientras pensaban en la siguiente subasta de Soteby’s.

Si Cervantes hubiera sabido lo que los editores han ganado con su Quijote; si Beethoven supiera lo que Deutsche Grammophon ha ganado con la grabación de sus obras… ¿Qué más da que Picasso haya vendido bien su trabajo en vida, si el producto intelectual de los demás se sigue considerando barato? "¡Ah! ¡Fulano se cotiza caro!" (indicación subjetiva de que debería cotizarse barato). Frente a tales despropósitos de los mercaderes, Chopin tenía razón: ¡paga, imbécil!