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LA REINVENCIÓN DE UN ESTILO
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José Carlos Somoza,
La caja de marfil,
De Bolsillo,
México, 2006. |
Aunque con retraso, ha llegado a México La caja de Marfil, de José Carlos Somoza (La Habana, 1959). Junto con su arribo, se abren las puertas para una nueva incursión en la literatura de este autor español nacido en Cuba. Si con La caverna de las ideas y Silencio de Blanca, entre otras, ya había dado muestras de una voz poderosa, con esta novela se confirman las sospechas. La pregunta se vuelve recurrente: ¿por qué este autor no goza de la popularidad que tendría bien merecida? Como respuesta se me ocurre que una de sus mayores virtudes puede verse como un fallo. Sucede que cada nueva novela no se parece a sus predecesoras; a cada entrega ofrece al lector un estilo diferente, fresco, salido de la necesidad de exorcizarse de su trabajo anterior. Son tantos los cambios y la variedad planteada que no vuelve sencilla la labor de hacerse de un público propio. Sobre todo si se parte de la idea de que, en muchos de los casos, los lectores que siguen a un autor lo hacen porque buscan encontrar algo que los identifique con él; es como andar por un camino seguro que Somoza se niega a ofrecer.
Tal es el caso de La caja de marfil. En ella uno se topa en la primera página con Quirós, asesino a sueldo en decadencia que ha sido contratado para encontrar a Soledad, la hija adolescente de Olmos, magnate corrupto y poderoso. Para ayudarlo estará Nieves, delicada maestra de literatura que fue llamada por Soledad antes de desaparecer misteriosamente. A partir de ahí la trama se complica. Cargado de sus recuerdos, de su falta de pasión y de una vejez prematura, Quirós irá buscando pistas que lo lleven a deshacerse de la idea de encontrar a la chica. No es su búsqueda y él se conforma con hacer lo que puede. Más allá, sería ir demasiado lejos.
Sin embargo, motivado por una relación que le recuerda a otra de antaño, se deja llevar por las manías lectoras de la profesora. Lo hace aunque ya se ha dictaminado que no podrá encontrar a Soledad. Continúa pese a que Olmos le ha pedido que regrese. Su obstinación es la respuesta a una pregunta no formulada a partir de la cual va atando cabos que lo conducen a una reconciliación con su pasado, con cada una de las muertes que lleva encima. Hacia el final, la maraña tejida de historias, de recuerdos, de lecturas y de lo que él considera que es la justicia, se destejerá a partir de un sacrificio. La maquinaria de relojería demostrará que está bien aceitada. Funciona bien aunque retrase un poco. Nunca lo suficiente como para no poder ajustar la nueva hora.
Entonces el lector cerrará el libro satisfecho quizá por esta nueva novela, ávido de la próxima, con la interrogante a cuestas sobre si esa entrega sería por completo diferente a la actual y a todas las anteriores. Así será, sin duda. Sin embargo, existe un factor común que las puede englobar más allá de la sola autoría. Somoza es un maestro a la hora de construir intrigas. Ya sea que las ambiente en la remota Grecia de los héroes, en un futuro probable, en medio de un aquelarre o absorto en una historia cargada de erotismo, la intriga es algo que maneja con precisión en cada uno de sus textos. Si a ello se le suma en La caja de marfil la presencia de un personaje casi perfecto como Quirós, no se entienden las razones por las que se le niega un nicho en el panteón de los grandes autores contemporáneos.
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