LUIS
TOVAR
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APLAUDIR A JITOMATAZOS
La provocación, el pésimo y burdo título en español que algún anticreativo tuvo a mal sorrajarle a Match Point (2005), de Woody Allen, funcionó involuntaria y precisamente como eso, una provocación, en la cual cayó Másdeuno al practicar el exceso en cualquiera de los siguientes ejercicios: al encomiar las virtudes de la cinta que desde luego las tiene--, o al deplorar sus defectos de los que tampoco está ayuna.
Existe, por cierto, un panegirismo ilustrado, si vale nombrar con esa suerte de paradoja el modo de proceder de los cada vez más numerosos comentadores cinematográficos que, para disimular su anemia crítica, recurren al manido expediente de ahogar en un mar de adjetivos elogiosos el nombre de un cineasta cuya reputación no será puesta en duda por ellos, aunque la película en cuestión les parezca criticable o, sin ir demasiado lejos, indigna de recibir tanto galardón verbal como le han endilgado. En otras palabras, y como si se tratara de un coro, tal pareciera que ninguno de ellos quisiera ser señalado como el elemento que se salió de tono.
LAS PUNTAS DE UROBORO
Obviedad de obviedades: para que un extremo lo sea, debe de existir el otro extremo. En este último se instala el antipanegirismo, igualmente ilustrado, según el cual toda crítica que merezca ese nombre debe consistir en el inclemente, mordaz, cáustico, si se puede arrebatado e incluso virulento ataque al autor de la cinta de que se trate, aunque ésta no sea una irremediable colección de desaciertos o, sin ir demasiado lejos, no merezca en el fondo el cúmulo de vituperios que se le han regalado. Dicho de otro modo, y como si se tratara de ser el solista del coro, tal pareciera que entre más distinto suene, más aplausos cosechará.
En su descalificación de los resultados obtenidos por quienes sólo saben aplaudir, lo que Másdeuno se guarda bien de señalar es que, para decirlo con la misma metáfora pavloviana utilizada por uno de quienes sólo parecieran saber de jitomatazos, éstos también salivan, y con abundancia equivalente, a la sola mención del nombre de un cineasta de ésos que, como Allen, posee la capacidad de convocar al coro entero. Los primeros se sienten ante la oportunidad de sumar su voz para ser, por empatía, uno más de quienes también reconocen la trayectoria, el talento, la insoslayabilidad, o mejor, todo a la vez, de los Woody Allen que en el mundo sean. Los segundos se saben ante la ocasión, una vez más, de discordar y ser considerados, por contraste, como uno de los pocos, o mejor, quizá el único, capaz de no irse con la finta de la fama per se y de hablar mal de aquel de quien el resto habla bien. Como es fácil colegir, la única diferencia si es que en verdad hay alguna- entre los primeros y el segundo consiste en el ulterior propósito de la salivación.
Pero más notable que todo lo anterior son las semejanzas, el punto en el que, como le ocurre a todos los uroboros, un extremo alcanza al otro. Todos en la panza de la misma, reiterada y anacrónica poética romanticista, superada mil veces y otras mil vuelta a reciclar, Másdeuno se concentra en, habla de, encumbra o demuele a Allen. Ofuscado por el escándalo consustancial a toda pleitesía, sin importar si ésta es recta o retorcida, la película en sí se le queda en el tintero. De cualquier modo, así sea sólo para darle al pretexto un remedo de asidero, hay que referirse a ella; entonces, para que se vea que sí la vio, y redondeando la faena, lo único que se le ocurre es dar una sinopsis.
Este modo de abordar una película no es, como resulta evidente, más que una variante del culto a la personalidad, en el que la benevolencia y la virulencia son optativas y acaban por ser irrelevantes. El verdadero problema es la reiteración, el reforzamiento de un modo de mirar en el que lo importante sólo es el quién, jamás el qué. Del cómo y el por qué, más lejanos aquí que la sinceridad en una campaña electoral, mejor ni hablar. Una lógica idéntica es la que conduce, por poner un ejemplo cualquiera, a la aberración de que exista todo un sistema mediático destinado a informar urbi et orbi que Cuauhtémoc Blanco ya no anda con Galilea Montijo, antes de saber si su reciente desempeño futbolístico le permitirá ser convocado al mundial.
Tan arraigada se halla esta costumbre de poner no las cosas sino a las personas siempre por delante, que es al mismo tiempo colmo y consecuencia inevitable que, a juzgar por lo que dice y por cómo lo dice, Másdeuno se considere a sí mismo el aspecto más relevante de su propio discurso.
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