Tradición y rebeldía de una chamula de 16 años De cómo venció Dominga los “usos y costumbres” * “Tu papá te vendió y ya estás
pagada” le dijo el marido, del que no conocía ni el nombre texto y foto: Gaspar Morquecho
Dominga Santiz Santiz es una joven tzotzil de 19 años de edad que salió de Yutosil pues no le gustaba el costumbre de San Juan Chamula. Ella quedó huérfana a los 12 años, su madre murió 15 días después de que nació su doceavo hijo. No hay duda que la prolífica “vocación materna” de esa mujer fue una de las causas que le provocaron la muerte. Entonces, el padre de Dominga no la dejó ir a la escuela, le dijo que no era rico y ella se hizo cargo de sus pequeños hermanos. Después su padre se volvió a casar y la huérfana sufrió el maltrato y los golpes de la madrastra. Cuando Dominga cumplió 13 años, su padre hizo el primer intento de “casarla a la fuerza” con uno de sus primos: “Tengo un primo, dijo la joven chamula, y creo que le gustaba a mi primo y mi tío me llevaba refresco y mi papá necesitaba dinero para su trago pues toma mucho pero yo no quería que me vendiera y que me obligara a casar.” Al parecer, Dominga siguió desafiando el costumbre. Contó que en San Juan Chamula no es bien visto que una mujer hable con los hombres, sin embargo, durante el cambio del Comité de Educación en Yutsil, ella se puso a platicar con su tío y sus amigos, conducta que provocó el enojo de su padre: “Me dijo que qué hacía. Luego me dijo que si me gustaba mi tío, que si quería a mi tío y luego me quería casar con mi tío. Lo bueno es que mi tío se fue a Tabasco, así paró la cosa y al otro día me vine, sin el permiso de mi padre, a San Cristóbal a buscar a mis hermanos. Les dije que quería estudiar y seguir adelante. No me gustaba lo que hacía mi papá”. Huir de el costumbre rural y los riesgos en la ciudad Para escapar de el costumbre, Dominga trabajó en Chamula por 20 pesos diarios, juntó dinero para su pasaje y en la ciudad contó con el apoyo y acogida de sus hermanos. Ellos la ayudaron a encontrar trabajo y se puso a estudiar. Cuando Dominga llegó a San Cristóbal, apenas entendía el español y en la ciudad aprendió, dijo, “cosas buenas y malas”. Según ella, las “cosas buenas” son “los consejos” y “las razones” y las “cosas malas” son “hablar de hombres”, “de novios”, “de parejas”, “ir a fiestas” y “cumpleaños”. Durante siete meses trabajó como ayudanta de cocina en un restaurante y ahí un mesero la empezó a cortejar: “Un día me llevó a su cuarto y me preguntó que si quería ser su novia, yo no sabía que era eso y yo de pendeja le dije que sí. Ya confiado me llegaba a traer. Luego, un día, una de mis amigas me llegó a invitar al cumpleaños de ese muchacho y yo no quería ir y puse de pretexto mis trabajos de la escuela, pero un día pasó el director de la escuela a decir que no íbamos a tener clase al otro día y mi amiga me convenció para ir a la fiesta. Me dijo que iba a estar muy bonito. Cuando llegamos a la fiesta ahí estaba el muchacho que según era mi novio y en el cuarto no había más gente que mi amiga y otro, su amigo. Sobre la mesa había una botella de Bacardí y me dijeron que más tarde iban a llegar los demás invitados. Le dimos su regalo al muchacho y empezaron a servir la copa. A mi me dieron una copita y empezaron a brindar por su felicidad (del ‘muchacho’) y como yo no sabía tomar me agarró rápido, me sirvieron más y me quedé tirada y me desperté al otro día a las 7 de la mañana. Mi amiga también estaba tirada en el suelo y el ‘muchacho’ había abusado de mí.” Fue como si “la rueda de los abusos y costumbres” sin fronteras la hubiera alcanzado en la ciudad: el ‘muchacho’ era un chamula. Como es costumbre, Dominga pretendió ocultar el hecho, sin embargo, el ‘muchacho’ se encargó de que sus familiares se enteraran del agravio. Un día llegó borracho al cuarto de Dominga sin saber que el papá estaba de visita y cuando éste le cuestionó su conducta, el ‘muchacho’ contestó: “Nos vamos a casar, nos queremos mucho y ya pasamos una noche juntos”, contó Dominga. Ella quiso explicarle a su padre: “No lo hice por gusto, él abusó de mí. Pero no me escuchó y dijo que me iba a casar por las buenas o por las malas. Le dije que no y él me dijo que me iba a llevar a Chamula para que me dieran 75 horas de castigo (en la cárcel). Luego se metió mi tío y me dijo que tenía que obedecer a mi padre. Yo les dije que no, que no estaba en edad, que tenía 16 años.” ¿En cuánto puede vender un chamula a su hija? “Mi papá insistió con el ‘muchacho’ y él aceptó. A lo mejor me quería”, dijo Dominga. “Mi papá organizó todo y pidió 12 mil pesos y el ‘muchacho’ anticipó el dinero. Yo me fui a trabajar y le platiqué a la cocinera lo que me pasó y lo que decía mi papá. Ella me dijo que no me podían casar a la fuerza. Después del trabajo me bañé y me fui a la escuela. Ese mismo día mi papá me fue a buscar la escuela y me imaginaba lo que me iba a pasar y me puse a llorar y mi profesora y mis compañeras me preguntaron qué me pasaba y yo no les dije nada. Fuera de la escuela estaba un taxi y me subí atrás del carro y ahí atrás había cerveza y trago y cuando llegué a mi cuarto me cambié mi ropa: me quedé en mi cuarto y me preguntaba ¿por qué mi papá hace esto?” Desde su vulnerable refugio Dominga se dio cuenta que los hombres empezaron a brindar. Los tíos del ‘muchacho’ entraron en su cuarto para invitarla a estar con ellos, la querían ver, conocer. Dominga se mantuvo en su lugar mientras los hombres seguían echando trago, luego el ‘muchacho’ le llevó refresco y cerveza: “Yo no te quiero, yo no necesito tu refresco ni tu cerveza, yo no te quiero. No me quiero casar”, le dijo Dominga. El ‘muchacho’ le contestó: “Ya agarraron el dinero, lo siento mucho ya estás pagada”. Según Dominga, su padre recibió el dinero durante la madrugada, pero solamente 5 mil de los 12 mil pesos, y una vez concluida la transacción se retiró el papá de Dominga y los tíos del ‘muchacho’. Sola y frente al ‘muchacho’ le escuchó decir: “Tu papá te vendió, tú me aceptaste y ya estás pagada”. Estrategias de mujeres vs. el costumbre Dominga se fue a trabajar y le platicó a su amiga la cocinera todo lo que había pasado y su amiga le preguntó si estaba dispuesta a hacer lo que fuera para salir de esa situación. Dominga dijo que sí. Entonces su amiga empezó a hablar y le dijo: “Llega a tu cuarto, hablas con él y le dices que tiene razón, que con el tiempo lo vas a querer para que no te lleve a la fuerza a tu cuarto y para que no abuse de ti. Le dices que sólo vas a estar unos días con tus hermanos. Necesito, le dijo la cocinera, el nombre de ese muchacho y su dirección.” La amiga le pidió su credencial y se fue a pedir “ayuda” al Instituto de Desarrollo Humano (IDH), mientras tanto Dominga narró como habló con el ‘muchacho’: “Me comporté como una esposa, le dije que con el tiempo lo iba a querer, le pedí que no me llevara a la fuerza a su cuarto y que me permitiera seguir en el trabajo pues quería comprar una estufa y otras cosas para la casa para hacer lo que tiene que hacer una esposa. Él lo creyó pues se lo dije tranquilamente. Luego le pregunté su nombre pues yo no sabía ni su nombre y me lo dio”, comentó Dominga. Después, un abogado del IDH mandó llamar al ‘muchacho’ y al padre de Dominga: “Mi padre estaba muy enojado y me reclamó por qué había hecho eso y al abogado le dijo que yo había estado de acuerdo en casarme y que todo el dinero se lo había gastado en una gran fiesta con la familia. Luego me mandaron llamar y le dije al abogado todo lo que había pasado y lo que me habían hecho y al fin me creyó el abogado y volvieron a llamar a mi papá para que devolviera el dinero”. Al padre de Dominga lo detuvieron un día en Chamula, devolvió el dinero y así se “libró” Dominga de el costumbre. Como era menor de edad el IDH, desde febrero de 2002 se hizo cargo de ella, hasta febrero de 2004, le dio albergue y atención psicológica en La Albarrada, un centro de capacitación del gobierno de Chiapas que también cuenta con espacios para acoger a mujeres maltratadas. Cuando Dominga llegó a ese lugar pensó que era un manicomio: “Yo no me quería quedar pues no estoy loca y cuando me trajeron acá no salí de mi cuarto y estuve llorando dos meses, pero no me arrepiento de lo que hice. La psicóloga me dijo que si no me venían a buscar que no me preocupara, que aquí tenía amigos, que hiciera como si nunca hubiera tenido familia y que alguien estaba viendo por mí todos los días. Con el tiempo me animé y salí a conocer La Albarrada, conocí los talleres y aprendí a hacer tapetes, a cardar, a hilar y entintar la lana. Así empecé a ganar dinero.” De regreso a la boca del lobo A pesar que el padre de Dominga no la fue a buscar y la declaró muerta, ella fue a Chamula a ver a sus hermanos. No fue sola, la acompañó la psicóloga y un indio cho’l que ahora es su novio. Con nostalgia y tristeza narró el evento: “Con mi dinero les compré ropa a mis hermanitos y se pusieron contentos. Luego llegó mi papá, estaba tomando, llegó borracho. La psicóloga le platicó todo lo que estaba aprendiendo, lo que estaba haciendo y mi papá lloró. No me pidió perdón pero lloró y me dijo que olvidáramos el pasado. Cuando regresé a San Cristóbal estuve feliz, con ganas de seguir adelante, de seguir estudiando. Sentí ganas de trabajar más y ya no me preocupé de mis hermanitos. Después regresé sola a mi casa, mi papá me recibió y cuando me preguntó que hacía y cómo estaba le dije que estaba ¡mejor que nunca! Sentía felicidad de que mi papá me recibía.” En Dominga, al parecer, empezaron a actuar los valores del patriarcado que someten a la persona a la familia. Sintió remordimiento y la necesidad de pagar deudas ajenas para aplacar las culpas de hija y estar bien con su padre: “Cuando pasó todo lo que pasó, no quería ver a mi papá y cuando mi papá me empezó a tratar bien y me hablaba bien yo le prestaba (dinero), las cantidades que me pedía y le daba su gasto cuando venía a San Cristóbal, sus 50 o 100 pesos. Yo le pagué su deuda. Yo decía que no podía odiarlo, ni rechazarlo, aunque me haya hecho sufrir tanto no puedo hacer eso, y le empecé a dar dinero. Pero también pensaba que mi papá me trataba bien por el dinero que tengo. La madrastra de Dominga La imagen de la madrastra como una mujer “mala”, violenta, calculadora y abusiva se encarnó en la madrastra de Dominga. Como vimos arriba, la trataba mal, la golpeaba, sin embargo, contó Dominga: “Pasando el tiempo, cuando mi madrastra vio lo que estoy haciendo, lo que quiero cambiar, me empezó a tratar bien y también a mis hermanitos. Creo que fue por mi paga (dinero). Me vino a visitar adonde vivo, adonde trabajo. Lo miró que no estoy haciendo nada malo. Antes le decía hasta a mi papá que era una cualquiera y no me hablaba. También decían que me iba a Rancho Nuevo (al cuartel militar) y que era una prostituta y que de ahí sacaba el dinero, que de ahí compraba la ropa pero no les hacía caso. Pero luego mi madrastra empezó a venir y también me pidió dinero, dijo que iba a empezar un negocio. No le reclamé aunque nos trató mal y le presté dinero a mi madrastra aunque se lo gastó” |