Farsa de Occidente
Las elecciones son un mecanismo por medio del cual una sociedad con margen necesario de paz y libertad se otorga una representación, en la cual deposita el ejercicio de un poder soberano. Por muchas razones, los comicios efectuados ayer en Irak por orden y designio del gobierno de Estados Unidos no guardan relación alguna con ese supuesto. Se trató de la emisión de un voto a ciegas de personas que no pudieron enterarse, hasta que llegaron a las casillas, de qué representantes estaban eligiendo; fue un ejercicio que dejó fuera a sectores incuantificables, pero muy importantes, de la sociedad iraquí: los que no se atrevieron a ir a las urnas por temor a la violencia derivada de la guerra en curso o a venganzas posteriores; los que resisten, con armas en mano, la ocupación extranjera, y los que se negaron a inscribirse, o bien a emitir su sufragio, porque tienen la percepción atinada de que éste sólo habría de servir para convalidar una farsa. En consecuencia, el parlamento constituyente que surja de estos comicios será ilegítimo y espurio, y no podrá, por ello, constituirse como factor de paz y estabilización para Irak.
Las autoridades de la ocupación angloestadunidense y sus marionetas locales habrían deseado que la elección fuera manifestación de su control y de su fuerza, y en ese afán blindaron las fronteras de la nación árabe, lanzaron a unos 300 mil efectivos a patrullar las calles y redoblaron sus operativos de persecución contra las distintas facciones de la resistencia iraquí.
Pese a todos esos esfuerzos, ayer fue un día de violencia promedio y uno más de guerra inocultable, con más de cuatro decenas de muertos civiles, enfrentamientos armados, bombazos en buena parte del territorio, incluida Bagdad, bombardeos aéreos contra diversas poblaciones y desastres para las fuerzas invasoras, las cuales perdieron, ayer, un avión británico, sin que hasta ahora se haya proporcionado la cifra oficial de bajas. De esa forma, los comicios resultan clara expresión de la debilidad de los ocupantes y sus aliados locales, así como y de un hecho que cada vez resulta más claro: si Washington y Londres soñaban con una guerra rápida y relativamente incruenta para establecer un dominio neocolonial sobre Irak y su petróleo, ya la perdieron.
Es vergonzosa, por decir poco, la asistencia publicitaria que medios de prensa, organismos como Naciones Unidas y los gobiernos de Europa están otorgando a los go- biernos de Estados Unidos y Gran Bretaña en esta coyuntura. El "éxito resonante" que el presidente George W. Bush ha visto en los comicios de ayer ocupa sitios destacados en noticiarios y primeras planas de los medios occidentales. El representante de la Unión Europea para Política Exterior y Seguridad, Javier Solana, afirmó que la elección es "un importante paso hacia delante", y el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero tuvo el descaro de afirmar que la votación se desarrolló "con bastante normalidad", ignorando los casi 50 muertos y el centenar de heridos de la jornada, las urnas vacías en numerosas localidades sunitas y los persistentes combates entre invasores y resistencia. Es exasperante, por lo demás, el papel de Naciones Unidas, cuyo encargado de asuntos electorales, Carlos Valenzuela, parece haberse vuelto experto en organizar comicios bajo ocupación ųlo hizo anteriormente en Afganistánų que, lejos de resolver los conflictos armados, los agravan.
Lo que ocurrió ayer en Irak es un paso más hacia la fractura nacional ųentre sunitas, chiítas y kurdosų que Washington y Londres buscan provocar en ese infortunado país para perpetuar su presencia militar y mantener el control sobre el petróleo de los iraquíes.