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México D.F. Martes 30 de noviembre de 2004 |
Aznar, representante de las derechas
Por
primera vez en la España posfranquista un ex gobernante fue llamado
a comparecer ante una comisión de investigación: ayer, José
María Aznar habló durante casi 12 horas a la comisión
parlamentaria que analiza el desempeño del gobierno anterior tras
los atentados terroristas perpetrados en Madrid el 11 de marzo de este
año que dejaron casi dos centenares de muertos.
Como se recordará, Aznar y sus colaboradores, movidos
por el afán de sacar partido electorero a la consternación
y el pasmo de los madrileños y de los españoles en general,
trataron por todos los medios a su alcance de ocultar los datos que apuntaban
al integrismo islámico como origen de los ataques; en cambio, el
gobierno apostó todas sus cartas a persuadir al electorado que el
crimen había sido planeado y ejecutado por el grupo terrorista vasco
ETA. El cálculo político tras esta distorsión de la
verdad era inequívoco: si los autores del atentado eran fundamentalistas
vinculados a Medio Oriente, la sociedad cobraría inmediata conciencia
del precio que España estaba pagando por el empecinamiento aznarista
en llevar al país a una guerra ajena, del brazo de Estados Unidos
y Gran Bretaña; si, por el contrario, los culpables de la masacre
eran los etarras, el dato fortalecería al gobierno, el cual había
convertido la lucha contra la banda armada en una obsesión central
del poder público. Pero el gabinete de Aznar no pudo ocultar la
verdad durante las 60 horas que mediaron entre los atentados y las elecciones,
la mayoría de la sociedad española se indignó ante
tal manipulación politiquera del sufrimiento nacional y echó
al Partido Popular (PP) del Palacio de la Moncloa.
En los siete meses transcurridos desde entonces han surgido
datos inquietantes sobre los fallos y las omisiones del gobierno de Aznar
ante los preparativos del atentado. Un dato especialmente revelador es
que en algunas comisarías de la Guardia Civil se sabía que
algunos individuos del bajo mundo, posteriormente vinculados a los ataques
terroristas del 11 de marzo, andaban en busca de un experto que les ayudara
a fabricar explosivos accionados por teléfonos celulares, justamente
el tipo de bombas empleadas en los atentados. Pero las autoridades se hicieron
de la vista gorda y los autores materiales de la masacre pudieron culminar
su acción sin obstáculos ni contratiempos.
En su comparecencia de ayer, el ex gobernante habría
podido aprovechar la oportunidad para ofrecer una disculpa a las víctimas
sobrevivientes y a los deudos de las fallecidas por su ineptitud, así
como formular propósitos de rectificación por la manera mentirosa
y electorera en que su gobierno y su partido presentaron las primeras investigaciones
de los atentados. Pero, lejos de ello, y con la misma arrogancia, insensibilidad
y altanería que caracterizaron a su administración, el político
neofranquista quiso convertir su papel de acusado en el de acusador, culpó
al Partido Socialista Obrero Español (PSOE, hoy en el gobierno)
de aprovecharse de la situación creada por los terroristas, sugirió
sin rubor cierta complicidad entre el primero y los segundos, tronó
contra los medios informativos que, en su momento, dieron a conocer los
datos que el portavoz oficial escondía o minimizaba, y esbozó
un señalamiento de ilegitimidad contra los comicios del 14 de marzo.
Salvo por los momentos de fama que le otorga la investigación
en curso, Aznar es, por fortuna, un cadáver político en su
país y en el mundo. Sin embargo, su estilo y sus actitudes son representativos
de los nuevos gobernantes de derecha, tanto de Europa como de América
Latina: transforman sistemáticamente el diálogo en monólogo,
enlodan por norma a sus adversarios, carecen del menor resquicio para la
autocrítica y poseen, en cambio, grandes capacidades de autoelogio
y son capaces de fabricar escenarios tan paradisíacos como falsos
y presentarlos en calidad de descripciones realistas de sus países
y sus gobiernos. Según el ex gobernante peninsular, todo marchaba
a la perfección en España hasta que los terroristas sembraron
las bombas en los vagones ferroviarios, los socialistas se aprovecharon
de la situación y, con la ayuda "sórdida" de algunos medios,
"desestabilizaron" a fin de ganar las elecciones. La alocución aznarista
es, en suma, un insulto a la inteligencia y el sentido común, pero,
sobre todo, un agravio a los electores españoles porque, si todo
lo que dijo Aznar fuera cierto, habría que concluir que la ciudadanía
de su país padece de retraso mental mayoritario.
El político del PP hizo un daño enorme a
España, no sólo por arrastrarla a una guerra criminal e injusta
a contrapelo del sentir de la opinión pública, sino porque
degradó y sigue degradando las relaciones políticas y la
vida institucional. Su periodo en el poder ha terminado, por fortuna, pero
varios como él siguen ejerciendo las jefaturas de Estado o de gobierno
en ambos lados del Atlántico y son los frutos más amargos,
paradójicos y contraproducentes que han gestado las democracias
representativas.
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