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México D.F. Jueves 25 de noviembre de 2004 |
Lo peor de todos
El
linchamiento de dos elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP)
perpetrado anteayer por pobladores de San Juan Ixtayopan, delegación
Tláhuac, en esta capital, es un espejo implacable en el que se reflejan
algunos de los peores aspectos sociales, políticos e institucionales
en el momento actual del país. El más evidente es el atroz
analfabetismo cívico que impera todavía, por desgracia, en
numerosas localidades, no necesariamente rurales, de la geografía
nacional, y que viene expresándose de manera creciente y exasperante
en actos de justicia por propia mano contra presuntos, reales o falsos
delincuentes, que son asesinados con saña inaudita por turbas enardecidas
y con frecuencia azuzadas por liderazgos caciquiles. Tales sucesos deplorables
han ocurrido, en el pasado reciente, en Puebla, Guerrero, Morelos, el estado
de México y el Distrito Federal, y en ellos confluyen la ausencia
desoladora de cultura de la legalidad con el descrédito abrumador
en que se encuentran las corporaciones policiales, las instituciones de
procuración e impartición de justicia y las autoridades de
todos los niveles en general. La clase política en su extensión
más amplia, y los funcionarios públicos, desde presidentes
hasta policías rasos, se han ganado a pulso el desprestigio que
tienen, no sólo entre segmentos sociales tan atrasados y faltos
de valores elementales como los que conforman a las multitudes linchadoras,
sino en todo el cuerpo social. Tales son los componentes primarios de ese
episodio que no habría debido ocurrir jamás, en el que perdieron
la vida Víctor Mireles Barrera y Cristóbal Bonilla y resultó
gravemente herido Edgar Moreno Nolasco, y que degrada a la población
que fue escenario de los hechos, al Distrito Federal y a todo el país.
Pero si se asume que los factores profundos que hacen
posible estas escenas de barbarie requieren, para ser erradicados, de una
labor de largo aliento en materia educativa y social, resulta absolutamente
injustificable la ineptitud, la lentitud y la descoordinación que
exhibieron las autoridades federales y locales, las cuales fueron incapaces
de impedir la consumación de tal crimen. Esas autoridades tendrían
que estar al tanto de situaciones similares, ocurridas en tiempos recientes,
en las que la crueldad de turbas agraviadas por la delincuencia culmina
en asesinatos multitudinarios, y tendrían que estar preparadas para
evitarlos. Pero ayer los dos secretarios de Seguridad Pública, tanto
el federal, Ramón Martín Huerta, como el capitalino, Marcelo
Ebrard, ofrecieron pretextos balbuceantes sobre singularidades topográficas,
las largas distancias urbanas y la densidad del tránsito vehicular
para tratar de explicar la injustificable tardanza de fuerzas policiales
para presentarse en el lugar de los hechos. El primero de esos funcionarios
fue más lejos y mintió sin rubor al señalar como una
de las causas del retraso el no haber recibido una notificación
oportuna de las autoridades delegacionales, pese a que el primer llamado
de auxilio de las víctimas llegó a la PFP más de dos
horas antes de que dos de ellas fueran incineradas mientras aún
agonizaban. Al tiempo que Martín Huerta buscaba sacarle el mayor
partido posible al suceso y fustigaba a los mandos urbanos por la "falta
de autoridad y gobierno" en la zona de la tragedia, Ebrard se jactaba de
que las fuerzas capitalinas habían logrado rescatar con vida por
lo menos a uno de los policías federales. Al trenzarse en ese duelo
de recriminaciones mutuas, las autoridades policiales nacionales y las
del Distrito Federal dieron muestra de una insensibilidad y una torpeza
que se adicionan a las fallas gravísimas e inexcusables exhibidas
anteayer por las corporaciones de las que están a cargo.
Ese improcedente encono obliga a preguntarse en qué
medida las disputas políticas entre la Federación y el Distrito
Federal pudieron entorpecer, en la tarde y noche del martes, lo que habría
debido ser una respuesta ágil, profesional y contundente de las
fuerzas del orden para rescatar a los policías martirizados. Por
lo demás, si los dos niveles de gobierno son manifiesta y comparablemente
responsables de omisión, los mandos de la PFP deben responder, adicionalmente,
a los interrogantes en torno a la casi inconcebible ingenuidad, improvisación
y candidez con que se colocó en San Juan Ixtayopan a los efectivos
linchados; deben contestar, asimismo, por qué un elemento asignado
al combate al terrorismo realizaba tareas de inteligencia en torno al narcomenudeo,
y
qué hacen, en todo caso, los efectivos de la PFP en una tarea como
la lucha contra el narcotráfico que, hasta donde se sabe, corresponde
más bien a la Agencia Federal de Investigación (AFI) de la
Procuraduría General de la República. ¿Se envió
a esos tres agentes prácticamente inermes al poblado de Tláhuac
por mera estupidez, se actuaba en forma deliberada a contrapelo de disposiciones
legales o se buscaba provocar un conflicto con fines inconfesables? El
gobierno foxista debe despejar de manera inequívoca esas inquietudes.
Sería difícil imaginar que a la historia
de crueldad, ineptitud y torpeza que empezó la tarde del martes
en San Juan Ixtayopan se le pudieran agregar errores gubernamentales adicionales
de no ser porque, en efecto, así ocurrió con el impresionante
operativo
conjunto de fuerzas policiales federales y capitalinas realizado ayer,
que constituyó un indignante catálogo de violaciones a las
garantías individuales: cerca de un millar de efectivos de varias
corporaciones sitiaron la escuela de la localidad, catearon domicilios
sin contar con autorizaciones judiciales y realizaron aprehensiones arbitrarias
sin las órdenes necesarias para ello. De esa forma, en vez de restablecer
el estado de derecho en esa población de Tláhuac pisotearon
la legalidad y dieron a los habitantes nuevos elementos para abominar de
las fuerzas del orden y de todo lo que tenga que ver con la institucionalidad.
La incursión sobre San Juan Ixtayopan se realizó en forma
tan discrecional y autoritaria que pareció más una acción
de venganza contra toda la comunidad que un ejercicio de procuración
de justicia.
Los trágicos y exasperantes sucesos comentados
son, en suma, un espejo en el que se reflejan los peores aspectos de la
sociedad y de las autoridades federales y locales, y conforman el angustiante
retrato de una institucionalidad descompuesta.
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