|
|
México D.F. Miércoles 24 de noviembre de 2004 |
Al borde de un ataque de nervios
A
pesar de los llamados a la distensión y a la cordura formulados
por diversos sectores de la sociedad, el gobierno federal sigue empeñado
en llevar al país a una confrontación de instituciones. Ayer
el presidente Vicente Fox incurrió en la desmesura de afirmar que
el Presupuesto de Egresos para 2005 aprobado por la oposición en
la Cámara de Diputados "descarrila" el proyecto de nación
presuntamente en marcha y acusó a los legisladores de haber tomado
decisiones "sin ningún criterio profesional de ningún tipo"
y hasta de haber elaborado el documento en "horas nocturnas". Según
el mandatario, el decreto que recibió la Presidencia de la República
para su publicación en el Diario Oficial -publicación
que, previsiblemente, no ocurrirá- se desvía de lo que debiera
ser, a su juicio, "un presupuesto con sentido de desarrollo y de planeación
de corto, mediano y largo plazo, con sentido de distribución de
ingreso y combate a la pobreza, con sentido de formación de capital
humano, con sentido de actualizar, modernizar y apoyar la calidad y la
excelencia de nuestro proyecto educativo, de asegurar la salud de todos
los ciudadanos".
Es pertinente cuestionar, por principio de cuentas, que
exista en el país algo semejante a un "proyecto de nación
en curso", porque muchos indicios apuntan a la carencia de tal proyecto
en los cuatro años transcurridos desde el arribo de Fox a Los Pinos.
La inexperiencia política, primero, y después la indolencia
o la arrogancia, han imposibilitado al grupo en el poder la consecución
de acuerdos políticos y la formulación de consensos entre
las fuerzas partidistas y los sectores sociales. Si el foxismo no ha sido
ni siquiera capaz de conseguir el respaldo parlamentario para concretar
sus proyectadas reformas impopulares y privatizadoras, menos puede hablarse
de la vigencia de un "proyecto de nación". A lo sumo, podría
concederse, lo que se ha "descarrilado" en el Palacio Legislativo de San
Lázaro es la forma en que el Ejecutivo federal pensaba emplear los
dineros públicos durante sus dos últimos años de gobierno,
justamente antes de la elección sucesoria prevista para 2006. El
Presupuesto de Egresos, aprobado en ejercicio de las facultades que la
Constitución otorga a la Cámara de Diputados, no está
ciertamente libre de errores, omisiones y sesgos inducidos por intereses
partidistas, pero de ninguna manera puede criticársele que descuide
los rubros de salud y educación, como afirma el Presidente, porque
las partidas destinadas a tales rubros fueron sustancialmente aumentadas,
con respecto a la propuesta presidencial originaria, por los legisladores.
Como es ya proverbial en esta administración, en
este asunto el grupo gobernante se manifiesta con actitudes contradictorias:
en tanto que el titular del Ejecutivo persistía en sus descalificaciones
excesivas, el secretario de Gobernación, Santiago Creel, anunciaba
la determinación oficial de dialogar con las diversas bancadas a
fin de limar algunos de los desacuerdos en torno al presupuesto. Por desgracia,
las buenas intenciones del inquilino del Palacio de Covián resultan
un tanto ingenuas en el contexto de crispación y polarización
generado por su jefe, y tardías, tras la incapacidad y la imprevisión
del propio Creel, quien habría debido negociar con los diputados,
en todo caso, antes de que el presupuesto fuera aprobado por éstos.
La desorientación del gobierno federal es patente
en el episodio actual: ninguno de sus gestos encaja en un conjunto de acciones
coherentes y sus voces desentonan unas con respecto de otras. El Presidente
se apresuró a descalificar el presupuesto y a incitar en cadena
nacional a la opinión pública antes de recibir el documento
correspondiente. Ahora se argumenta la prisa del Ejecutivo en disponer
de los lineamientos presupuestales, pero se retrasa la presentación
de sus inconformidades para la semana entrante. Finalmente, mientras que
Creel habla de buscar acuerdos con los diputados, Fox insiste en descartar
cualquier solución negociada e insiste en su anuncio ambiguo de
que actuará por la vía jurídica, sin especificar si
se limitará a devolver a la Cámara el presupuesto con observaciones
o si recurrirá a una controversia constitucional ante la Suprema
Corte. Ciertamente, la segunda perspectiva resulta a todas luces indeseable,
como lo han señalado diversos especialistas -entre ellos el ministro
retirado Juventino Castro-, no sólo porque involucraría innecesariamente
al tercer poder de la Unión en la confrontación en curso
entre el Legislativo y el Ejecutivo, sino también porque sentaría
un nuevo precedente de judicialización de las disputas políticas
y colocaría al máximo tribunal del país en la espinosa
situación de ser juez y parte, toda vez que el Presupuesto de Egresos
aprobado incluye reducciones a las partidas destinadas al Poder Judicial.
Nunca es demasiado tarde para hacer votos porque el grupo
gobernante reconozca la soberanía y las atribuciones constitucionales
del Congreso de la Unión, asuma la derrota política que le
significa, ciertamente, el presupuesto aprobado por la oposición,
se conduzca con sentido republicano, institucional y democrático,
deponga el dramatismo y el catastrofismo de sus mensajes, deje de actuar
como si se hallara al borde de un ataque de nervios y se resigne a operar
dentro de los márgenes presupuestales que le han sido fijados.
|
|