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México D.F. Martes 16 de noviembre de 2004 |
EU, hacia el corazón del fundamentalismo
La
dimisión de Colin Powell al cargo de secretario de Estado y su probable
remplazo por Condoleezza Rice, hasta ahora consejera de Seguridad Nacional
del presidente George W. Bush, confirma los peores temores sobre la lectura
que el grupo gobernante habría de dar al veredicto electoral del
2 de noviembre: en vez de trabajar por la superación de la fractura
nacional que se manifestó en esa fecha -entre una sociedad moderna,
tolerante y partidaria de la legalidad, la paz y los derechos humanos,
y un país fóbico, primitivo, intolerante, moralista y más
dirigido por las emociones que por las ideas, que ha encontrado en el actual
ocupante de la Casa Blanca a su más perfecto representante-, profundiza
ese rompimiento.
A pesar de su filiación republicana, el secretario
de Estado saliente tiene fama de ser el hombre más abierto, razonable
y moderado del equipo de Bush, en el cual adoptó la postura más
diplomática y menos belicista. Tras los atentados del 11 de septiembre
de 2001 y posteriormente, en el contexto de los preparativos de la destrucción,
el arrasamiento y la ocupación colonial de Irak, Powell fue el único
funcionario de Washington que mostró cierto interés por guardar
las formas de la legalidad internacional y mantener algún nivel
de consultas con los aliados históricos de Estados Unidos. Ante
los designios de los halcones -el vicepresidente Dick Cheney; el
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y la propia Condoleeza Rice, entre
otros- de emprender una ofensiva mundial para restaurar y reforzar la hegemonía
estadunidense, propósito que se esconde bajo el discurso de la "guerra
contra el terrorismo", Powell intentó salvaguardar ciertos márgenes,
si no de sentido ético, al menos de racionalidad, y fracasó:
fueron frecuentes sus colisiones con Cheney y Rumsfeld, y posiblemente
el momento más amargo de su carrera haya sido su comparecencia ante
el Consejo de Seguridad Nacional de la ONU, adonde fue enviado para exponer
y defender la mentira acerca de unas supuestas armas de destrucción
masiva en poder de Irak, falacia que sirvió de pretexto principalísimo
para la agresión bélica contra ese infortunado país.
En esa ocasión la credibilidad de Powell entre los gobiernos amigos
de Estados Unidos salió severa e irremediablemente dañada.
Por sus actitudes ante el poder, las ideas y el mundo,
Rice, por su parte, es en buena medida antípoda del hombre al que
presuntamente remplazará en el cargo: se le conoce por su inflexibilidad,
su fanatismo, su profundo conservadurismo cristiano, tan próximo
al del propio Bush, y por el fundamentalismo mesiánico con el que
concibe el papel de Estados Unidos como guardián, profesor y, en
última instancia, verdugo del mundo. Fue precisamente en el escritorio
de Rice donde se cocinaron las justificaciones para lanzar "guerras preventivas"
en nombre de la seguridad nacional estadunidense.
Con esos antecedentes es inevitable concluir que el cambio
de titulares en el Departamento de Estado traerá aparejada una profundización
de las posiciones militaristas y un reforzamiento del unilateralismo con
que ha actuado Estados Unidos en la primera presidencia de Bush. El remplazo
de un militar brillante y diplomático sagaz por una fanática
de la salvación universal -sea a punta de oraciones o de misiles
crucero y disparos de tanque- obliga a considerar que el mundo aún
no ha visto la peor cara del gobierno republicano estadunidense. Por lo
que puede colegirse, el ajuste político en la cúpula gubernamental
de Washington implicará un reforzamiento de la tendencia de la Casa
Blanca a suponer que le asiste el derecho -divino- de suprimir a quienes
piensan, viven y actúan en formas distintas a como quiere la mafia
empresarial que detenta el poder en el país vecino, y esa actitud
desemboca, más temprano que tarde, en crímenes de lesa humanidad
como el que está siendo perpetrado en estos momentos contra la población
de la ciudad iraquí de Fallujah.
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