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México D.F. Martes 16 de noviembre de 2004
¿Qué hará Bush ahora?
Empujará fuerte para consolidar las ganancias
de su gobierno y persistirá en su agenda conservadora
El polémico historial -desastroso, dirían
algunos- de Bush en materia de libertades civiles seguirá creciendo
Economist Intelligence
Unit
/The
Economist
¿En qué diferirá el segundo periodo
de George W. Bush del primero? En estilo y sustancia, política y
prioridades, apenas será distinto. Bush interpretará su victoria
electoral como un fuerte voto de confianza, si no como un mandato. Cualquier
previsión de que vaya a virar hacia el centro o a recortar sus velas
en alguna otra forma probablemente estará equivocada. Después
de todo, ganó con comodidad el voto popular, pese a haber presidido
uno de los periodos más turbulentos de la historia estadunidense.
En los próximos cuatro años enfrentará restricciones
prácticas -el cuantioso déficit fiscal le atará las
manos a veces-, pero, con una mayoría incrementada en el Congreso,
empujará fuerte para consolidar las ganancias de su primer periodo
y llevará confiadamente adelante su agenda conservadora.
¿Es un mandato?
¿Tiene razón Bush en llamar a su victoria
un mandato para su agresivo estilo de conservadurismo? Probablemente no,
pero hay algunos indicios en ese sentido. Bush logró 51.6% de la
votación nacional, en comparación con 48.4% de Kerry. No
es un triunfo abrumador, pero sí cómodo: en la mayoría
de las encuestas de opinión prelectorales, Bush iba adelante por
apenas dos puntos porcentuales, si acaso. Lo impresionante es que ganó
el voto popular por diferencia de 3.6 millones; hace cuatro años
lo perdió ante Al Gore por 500 mil. También es el primer
candidato presidencial en obtener más de 50% de la votación
desde que lo hizo su padre, en 1988. (Importantes candidatos de terceros
partidos limitaron el total del ganador en las dos elecciones subsecuentes.)
En el recuento de votos electorales, Bush tiene 274 y probablemente termine
con unos 280 cuando todos los estados hayan reportado sus resultados. Necesitaba
270 para ganar.
El presidente George W. Bush en una conferencia de
prensa en la Casa Blanca FOTO REUTERS
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Como
mínimo, la victoria le confiere cierta legitimidad. Ya no es un
presidente accidental o, de manera menos considerada, fraudulento, como
muchos demócratas acusaron. Les guste o no, los demócratas
en Estados Unidos y los gobernantes antibushistas del mundo tendrán
que tratar con un Bush envalentonado por el fortalecimiento recibido a
su poder.
¿Qué tan envalentonado estará? Sería
un error asumir que vaya a refrenarse en alguna forma por la oposición
que ha enfrentado en los cuatro años anteriores. Sin duda reconoce
las divisiones aún cavernosas que imperan en su país, pero
tiene una fe inquebrantable en las políticas de su gobierno, y lo
mismo ocurre con la mayoría de sus colaboradores. Si su estrecha
victoria de 2000 no lo contuvo para procurar una agenda estridentemente
conservadora, sería tonto pensar que vaya a ser menos asertivo después
de un triunfo cómodo.
Un Congreso más amigable
El Congreso, a menudo contrapeso del gobierno, será
más aquiescente con Bush en los próximos cuatro años.
Los republicanos han añadido cuatro asientos a su actual mayoría
de 51-49 en el Senado; deben agregar el mismo número a su total
en la Cámara de Representantes, lo cual lo elevará a 231
de un total de 435. Los republicanos estarán especialmente contentos
por la derrota del líder demócrata en el Senado, Tom Daschle,
némesis de los conservadores en todos lados. Todo esto debe hacer
que la agenda de Bush sea más fácil de poner en práctica.
¿Cuál será esa agenda? En principio
impulsará la mayoría de las políticas que propugnó
en el primer periodo, aunque se verá obstruido en más de
las que quisiera. Un cuantioso déficit fiscal -más de 400
mil mdd, equivalentes a 4% del PIB- impedirá nuevos recortes importantes
de impuestos. Sin embargo, Bush se esforzará por hacer permanentes
los recortes actuales, algunos de los cuales deben expirar en unos años.
También promoverá otras iniciativas de reducción de
impuestos, entre ellas las cuentas de ahorro para la atención de
la salud, que gozan de un régimen fiscal preferente. De manera más
dramática, pero menos realista, probablemente busque reformar todo
el código fiscal al introducir un objetivo conservador largamente
acariciado: una tasa de impuesto fija. De ser así, esta tasa casi
seguro conduciría a una reducción en la captación
tributaria nacional.
Cualesquier reducciones adicionales de impuestos, aun
pequeñas, serían mala noticia para el presupuesto ampliado.
Sin embargo, Bush ha dejado en claro que le importan poco los asuntos fiscales;
sólo volvería su atención a la reducción presupuestal
si los mercados lo obligaran, al subir los réditos de los bonos
del tesoro o producirse una debilitación inaceptable del dólar.
En tanto eso no ocurra, simplemente intentaría que el déficit
no empeorara demasiado. El gasto adicional en seguridad interna y atención
a la salud dificultará esa tarea.
Política de cambios
Tampoco cambiarán las políticas económicas
de Bush hacia el extranjero, aspecto en el cual su registro ha sido más
equilibrado. Una serie poco saludable de medidas proteccionistas -aranceles
al acero, subsidios agrícolas, altos gravámenes a algunas
importaciones chinas- se ha visto compensada por varios acuerdos de libre
comercio y un intenso esfuerzo en el último año por precipitar
el inicio de pláticas globales de comercio. En Bush, como en muchos
otros presidentes, los instintos de libre comercio se ven contrarrestados
por urgencias políticas: cuando hay una elección próxima,
o una industria necesita protección, el libre comercio sufre. Seguro
Bush irritará a los partidarios del libre comercio en los próximos
cuatro años, posiblemente por proteger a las compañías
textiles estadunidenses cuando expire un régimen de aranceles sobre
ropa internacional, a finales del año. Pero en general mantendrá
en marcha las ruedas de un comercio más libre. Es de admirarse su
moderación en las críticas hacia China e India, la primera
por su moneda y la segunda por la subcontratación de servicios.
El resto de su política exterior será más
belicoso, aunque no tan malo como podría esperarse. La tendencia
unilateralista de su primer periodo -la guerra en Irak fue el tema definitorio-
resurgirá dondequiera que su conservador equipo de confianza vea
una amenaza. Nadie en este equipo quiere otra gran guerra en el terreno
-léase Irán o cualquier otro Estado de Medio Oriente-, aunque
sea sólo porque el Pentágono no cuenta con hombres o material
para sostenerla. Pero que nadie se confunda: Bush y compañía
no vacilarán en asestar un golpe a cualquier país que consideren
una amenaza. Si bien no es probable un ataque a una instalación
nuclear iraní -Irán ha manejado con acierto el tema mediante
la diplomacia-, no se puede manipular a Bush por tiempo indefinido. Los
neoconservadores de su gobierno no ven la guerra en Irak como una derrota
estratégica, sino al contrario: en el peor de los casos, según
su punto de vista, se cometieron errores tácticos en el periodo
de posguerra. Promover con vigor la democracia seguirá siendo prioritario.
Europa puede llegar a tener a la larga un papel más destacado en
Irak, pero sólo cuando resulte claro que Estados Unidos está
en el camino de salida.
No sólo unilateral
En ocasiones Bush muestra un refrescante enfoque multilateral
en asuntos internacionales, pero no será nada nuevo: siempre se
ha exagerado su fama de hacer las cosas solo. Le ha complacido manejar
la amenaza nuclear de Corea del Norte mediante una política coordinada
con cinco grandes potencias de la región, y se ha mostrado dispuesto
a dejar la iniciativa a los europeos en el caso de Irán. A menos
que la amenaza de esos países crezca en forma dramática,
continuará encontrando ventajas en trabajar de cuando en cuando
con aliados.
Tampoco su política hacia el conflicto palestino-israelí
cambiará mucho. En lo personal tiene poco interés en el asunto,
y en general su gobierno está contento con dejar que el primer ministro
israelí Ariel Sharon lleve la voz cantante. El plan de Sharon de
desalojo de Gaza es una iniciativa dramática, y Bush dejará
que la ponga en práctica. Estados Unidos, por supuesto, continuará
comprometido, pero una intervención fuerte sólo ocurrirá
cuando el gobierno se vea forzado a poner más atención en
el tema.
En lo interno, Bush no verá razón para cambiar
sus postulados. Aunque las cifras finales todavía no se conocen,
la copiosa afluencia republicana en la elección sugiere que los
conservadores cristianos apoyaron obedientemente al presidente (en 2000
muchos se quedaron en casa). Para recompensarlos, y para asegurar la base
republicana para 2008, Bush continuará oponiéndose a la investigación
con células madres, al matrimonio gay y, por supuesto, al aborto.
Estos temas, cierto, tienden a pasar a segundo plano cuando no hay elecciones
cercanas, pero Bush tiene muchas deudas por pagar de la elección.
De manera significativa, las iniciativas contra el matrimonio gay estuvieron
en las urnas el martes de la elección, y todas fueron aprobadas.
Los republicanos, con astucia, sabían que eso llevaría a
las casillas a muchos conservadores sociales, indiferentes en otros aspectos.
En ningún otro lado se perseguirá con más
empuje la agenda de Bush -ni se tendrá oposición más
firme de los demócratas- que en la Suprema Corte. La enfermedad
del ministro presidente, Willliam Rehnquist, ha sido un recordatorio de
la edad y fragilidad de muchos magistrados. Bush tendrá oportunidad
de designar por lo menos dos nuevos miembros conservadores de la corte
en los próximos cuatro años, y tal vez más. Nuevamente
ese tribunal se volverá el foco de la política sobre aborto
y otros temas sociales. El presidente por lo general expresa su desdén
por los ''jueces liberales y activistas'', y sin duda aquellos a quienes
designe serán acusados de estar fuera de la tendencia judicial vigente.
Las batallas por la confirmación en el Senado serán intensas.
Por último, el polémico historial -desastroso,
dirían algunos- de Bush en materia de libertades civiles seguirá
creciendo. Pese al furor sobre los detenidos en Guantánamo y las
características más notorias de la Ley Patriótica,
Bush ha permanecido inflexible. Más que sus opositores políticos,
el presidente reconoce que los estadunidenses tolerarán violaciones
de sus derechos civiles en nombre de la lucha contra el terrorismo.
¿Y qué pasará con el gabinete? Colin
Powell, el secretario de Estado, adelantó que se irá pronto.
Tal vez ocurra lo mismo con Donald Rumsfeld, el de Defensa, aunque hasta
ahora Bush lo ha defendido con fuerza. A sus 72 años, el retiro
lo llama. Condoleeza Rice, la consejera de seguridad nacional, probablemente
permanezca en algún cargo.
Fuente: EIU/INFO-e
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