México D.F. Lunes 15 de noviembre de 2004
Hermann Bellinghausen
ƑTe acuerdas de las alondras?
[OOscuridad total. No se le ve, pero ella abandona el lecho. Escurre hacia el pie de la cama. Rumor de sábanas. Un halo de luz directa cae sobre el escenario, en primer plano.]
[La voz de ella:]
Aquí estaba por aquí. Estoy segura. Espera.
[Camina lentamente hacia el halo de luz, que la ilumina. Una sábana le cubre el cuerpo.]
Espera. Descansa. Ya voy y lo traigo.
[Hace como que seguirá andando, pero no avanza. Poco a poco, difusa, una luz algo roja la va iluminando. Al fondo no se ve, se presiente (sugiere) una cama.]
Lo trajiste. Querías pan. Callabas. Pero así no necesitaríamos ir a la cocina. Como nunca tú, que te apareces como fantasma, como espía, como sombra. A todos pones nerviosos. Al principio me espantabas.
Yo no quería pan. Te dije mil veces. Insistías, insistías. No tengo hambre... está duro... prefiero agua, te decía... me hacías gritar. Tus ademanes de insistencia me amenazaban... Me das nervios. ƑPor qué eres así? Yo sólo quería el pan de tu cuerpo. Me limpias, me sanas, me borras. Qué bueno puedes ser. Pero... eres malo. Lo veo en tus ojos, a veces en la forma demasiado diestra con que me atrapas entre tus brazos y me vences. Sí, es mi culpa. Lo permito. Es horrible. Me sometes a tu extraña religión... sin predicar. Sin explicaciones. Murmuras una plegaria y yo digo mil. Me mojo toda.
[Pausa. Se acuclilla y ensimisma. Reacciona. Se pone de pie. Gira hacia atrás. Un instante, y vuelve a su posición original.]
No debiera. Me das miedo pero no quiero que te vayas. Siempre te vas temprano. Antes de amanecer. A esta hora. Nunca te veo en el día. Siempre de noche. No conozco el sol en tu cara. Te pareces a los sueños. Nadie nos ve juntos... nunca. Eres mi secreto. No... no... no te muevas. Ahora lo encuentro. Espera. [Se mueve apenas. Arrastra la sábana, mira al piso sin convicción.]
Pero no te irás, Ƒverdad? Lo prometiste. Vas a ser bueno, aunque seas malo. No me importa. Me necesitas porque soy buena. Porque te permito cualquier cosa. No dices nada, ni siquiera que me quieres... pero me quieres. A tu manera. De niña... imaginaba que las cortinas de mi recámara escondían a un hombre. No me daba miedo. Curiosidad. Nunca me atreví a correr las cortinas para confirmarlo. No quería ver al hombre. Quería que estuviera.
[Levanta la vista. Se mira una mano, y al hacerlo resbala un poco la sábana sobre su hombro desnudo.]
Mi mano abierta para todo. Tu nido. Tu plato. Tu surtidor de dedos. Nunca bofetadas... esas... esas son tuyas...
[Recoge la mano. Se la lleva a la mejilla. Aumenta la luz, ligeramente. Se avecina el alba.]
Te dije que no. Te excita que diga no. Ya ves, eres malo. Me obligas. Sabes que aunque diga que no, no te puedo decir no a nada... Dejaste de pensar en el pan, de repente. ƑYa no quieres más?, te dije, y tú, no, si tú no quieres. Hiciste a un lado el plato. Me das ternura cuando te esfuerzas en parecer tierno. No se nos vaya a llenar de migajas la cama, dijiste. Te reías. Qué raro. Nunca te ríes. Me sobresaltaste. ƑPor qué no haces a un lado también esta cosa?, te dije. Siguió tu risa. ƑCual era la gracia?
[Voltea atrás, apenas, no para mirar, por puro impulso. Un instante.]
Tonto. Por qué me asustas... tú me asustas, te tengo miedo... no me conozco cuando estás aquí. Me sacas de mí... te me metes... Desaparezco. Desaparece el miedo... Te quiero, chiquito. Me haces gritar. Quieres que siga teniendo miedo, pero ya no tengo. Ya no importa... que me duela.
[Se lleva a la boca la muñeca de la mano que muestra. La aprieta contra los labios semiabiertos.]
Siempre me dejas marcas. Soy tu vaca. Y te marchas sin siquiera besar mi frente. Ni las huellas que me dejas. Pero ya no. Prometo besar tu frente, muchas veces. Y poner mi frente... y mi boca... en tu boca. ƑTe molesta?
[Mira otra vez hacia el suelo, buscando.]
No pudo quedar muy lejos. Ahora lo encuentro. Las cosas no desaparecen...
[Pausa.]
...tú... sí. Olvido tu cara, quedo sin fuerzas... me arrastro al trabajo. Quisiera dormir de día. Y en las noches, mira, las noches las paso despierta... extraviada... satisfecha... ofendida... Esta vez no fuiste malo. Lo del pan, se te pasó rápido. Qué bueno eres cuando eres bueno... y yo... Me esforcé en ser un poco mala. Un poquito tan sólo. Para ser como tú. ƑDe qué te reías? Me haces cosquillas, dijiste. Hasta que te dolió el piquetito. Quítame de ahí esa cosa, dijiste. Obedecí, y chupé la gota de sangre que te salía del pecho. Nunca había probado tu sangre. En cambio, tú... bebes la mía, la untas en tus muslos, la buscas... Y la encuentras. Te lo puse otra vez, al lado del piquetito. Te volvió la risa. Tan hermoso, los ojos brillantes. Contento... Desfallecí de deseo, como desmayada me desplomé encima de ti y entraste, duro. Y yo... entré... y... te mojaste como mujer... era dura yo. Abriste la boca y la besé sin atreverme a ver tus ojos de sorpresa. No protestaste. Te seguí besando y poco a poco me quedé dormida.
[Abre la sábana que la cubre y se muestra a sí misma su otra mano. La levanta inexpresivamente. En ella aprieta un cuchillo ensangrentado.]
...Ƒquieres... pan?
[La luz aumenta. El escenario está vacío. La sábana que la cubre, despacio, se desliza. Ella aprieta el cuchillo con fuerza y gira hacia la izquierda, para contemplarlo con la luz que empieza a nacer por ese lado. De pronto, oscuridad total.]
Cuando cante la primera alondra me voy... así me dices.
[Trinos de pájaros indistintos. Si hay telón, cae rápido.]
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