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México D.F. Miércoles 10 de noviembre de 2004

Javier Aranda Luna

Memoria, sueños y fantasmas de García Márquez

Existen escritores que abrevan en los sueños para construir ciudades. Otros, con los ecos que rescatan de esa patria de los muertos, dan voz a un personaje, a tres, a un coro para elaborar un cuento o una novela. Otros más son víctimas de aquella tierra de nadie que habitan los espectros: sueñan con los ojos abiertos y, a medida que escriben, los fantasmas cobran vida, tienen voz, estatura y peso: un cuerpo y una historia que contar.

Gabriel García Márquez pertenece a esta última estirpe de escritores en los que vida y sueño se confunden, donde vida y literatura se convierten en nudo de dobles hebras, donde la realidad fermenta la imaginación y la fantasía pude ser más verosímil que los días que pasan.

Si la literatura es sobre todo tradición, Memoria de mis putas tristes nació en 1969, cuando Yasunari Kawabata publicó La casa de las bellas dormidas. No exagero: el más reciente libro de García Márquez es un rotundo homenaje al escritor japonés que acompaña al autor de Cien años de soledad, por lo menos públicamente, desde 1982. Ese año escribió el cuento ''El avión de la bella durmiente" -que publicara, originalmente, me parece, en la revista Proceso- y que incluye el libro Doce cuentos peregrinos. ''El avión de la bella durmiente" cuenta la historia de un viajero que, entre París y Nueva York, contempla ''la mujer más bella que he visto en mi vida" mientras ella duerme.

El pórtico de Memoria de mis putas tristes es un epígrafe del novelista oriental que anticipa e inicia el texto de García Márquez. Sólo un lector minucioso pudo haber encontrado esas tres líneas de Kawabata que resumen su libro: ''No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido".

Tres son los personajes principales de la obra de García Márquez: un viejo que quiere posponer la muerte con la fuerza del deseo; una jovencita que narcotizada ofrece su cuerpo desnudo a cambio de sustento y una matrona que provee a sus clientes, de indudable trayectoria, la posibilidad de conjurar al pasado con la fuerza de una púber dormida.

Pero además de todo lo anterior, Memoria de mis putas tristes es una magnífica historia de fantasmas que habitan al lado de un río heracliteano que se niegan a cruzar por temor a la muerte. Allí las voces de ''Nadie" existen, los gritos y sollozos de ''alguien" muerto hace cien años aún se escuchan y, enredados en las telarañas de la noche oscura, aparecen letreros pintados en los espejos que sólo un espectro podría escribir o un muerto en vida sostenido apenas por el sueño y el deseo. En esta novela, como en la de Kawabata, la sangre canta cuando el amor la purifica.

Memoria de mis putas tristes también es una reflexión sobre el pasado y la muerte, la soledad, el abandono del cuerpo, el deseo, la fuerza de la contemplación.

Es frecuente encontrar en las novelas las costuras que unen sus partes. Memoria de mis putas tristes parece hecha de una sola pieza, de un único hilo por el que fluye su historia. Cuando apareció la novela me encontré a Carlos Fuentes y no resistí la tentación de preguntarle qué le había parecido. Yo, a diferencia de muchos lectores, me dijo, acostumbro subrayar mis libros. Con las primeras páginas de Memorias... me di cuenta, siguió el escritor mexicano, que terminaría subrayando todo el libro y mejor desistí. Fuentes tiene razón: ninguna línea falta, ninguna línea sobra.

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